Opinión > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

En el mundo ha dejado de llover

Tras tres temporadas, una de las series más exitosas en la historia de Netflix llegó a su fin
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29 de agosto de 2020 a las 05:04

Cuando una serie ambiciosa con altibajos, que ha durado 20 episodios repartidos en tres años consecutivos, tiene una conclusión convincente, hay que darles crédito a sus creadores por haber corregido en la marcha y logrado que la inspiración tuviera al final una última oportunidad de lucimiento. Aunque el tema de fondo de una de las cinco series más exitosas en la historia de Netflix haya sido un mundo futuro posapocalíptico, en algunos aspectos muy parecido al actual (también un virus con poder letal es el protagonista), los últimos minutos de La lluvia 3 tienen un indisimulable aire ochentero. Esto queda enfatizado por el uso de la canción Majesty del excelente grupo noruego Madrugada (totalmente desconocido fuera de Europa), que le otorga a la visualidad características similares a las de un video como los que se veían en los primeros años de MTV. A decir verdad, la estética del episodio final de La lluvia 3 es notable por resolver el misterio con una vuelta de tuerca y dejar en claro, a diferencia de otras series que también cumplieron su ciclo, que el punto es final y no uno de los puntos suspensivos. Si algún día la serie regresa, deberá ser con otro argumento de fondo. El de su primera vida terminó por agotamiento, porque ya no daba para más. No se le podía seguir echando agua a la sopa, por más que aquí el agua sobra. 

La lluvia ha sido una de las estrellas rutilantes de la grilla de Netflix, al conseguir récords de audiencia no solo en Dinamarca, de donde procede, sino también en Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Alemania, Brasil, y en países asiáticos, y le dio una gran mano a la plataforma de entretenimiento a la hora de reclutar suscriptores jóvenes. Por originalidad de ideas y por tener la justa resolución dramática y audiovisual, los diez primeros capítulos tuvieron destaque e hicieron lucir a otras series pertenecientes al género de lo fantástico, caso Stranger Things, como productos menores. La temporada inicial de la serie dinamarquesa protagonizada con brillo por Alba August (hija de Billie August, director de Pelle el conquistador) tuvo pasajes antológicos. De haber prevalecido la exigencia artística más que el afán comercial, La lluvia debió ser concluida en forma definitiva una vez que el grupo llega al cuartel general de Apollon, porque cualquier espectador inteligente podía suponer lo que vendría después (y que sí, vino tal cual en las dos temporadas siguientes). 

En Dinamarca se hace muy buen cine, aunque sus filmes no siempre han tenido buena circulación fuera de los guetos internacionales de cinéfilos.  Por lo tanto, la vara estaba alta. Al margen de los extensos pasajes con la cámara detenida en el paisaje forestal, y que parecían relleno visual antes que otra cosa, la primera temporada de La lluvia presentó momentos rutilantes que aunaban la mejor estética del thriller con el imprevisible cine de terror, aquel que pasa más por la psicología perturbada de los personajes y de los desafíos que deben enfrentar que por la acumulación de efectistas efectos especiales, tal cual ocurre en el 95% de las series y películas del género. La lluvia podía figurar entre las mejores producciones sobre el género considerado, no siempre con criterio unificado, posapocalíptico, y que a partir de elementos provenientes de la realidad plantea un escenario ficticio, pero posible. ¿Por qué entonces no haberse quedado con el logro y redondear una serie para el recuerdo? La respuesta es simple: porque, digan lo que digan, Netflix, lo mismo que los otros servicios de entretenimiento por streaming, es antes que nada un negocio, y no un intermediario para estrenar series o películas indie con afán artístico como prioridad. Además, es difícil decir adiós e irse por la puerta grande cuando los ratings piden segundas y terceras partes.

Si La lluvia impactaba, La lluvia 2 fue un desastre en todos los sentidos, como si los libretistas hubieran tenido un ataque de amnesia o un bloqueo mental creativo. Es quizá el mayor fracaso artístico de Netflix, por la simple razón de que las expectativas eran altas y los resultados fueron desastrosos. Una lluvia que no mojó ni asustó se prolongó por seis episodios que fueron interminables por carecer de pies y cabeza, y por evidenciar una deriva narrativa que acabó con todo lo conseguido en la primera temporada. En una escala de 1 a 10, La lluvia 2 no pasaba de 0.

El último capítulo de la segunda temporada se titulaba “Survival of the Fittest” (Supervivencia del más apto) y planteaba un gran desafío para Jannik Tai Mosholt, creador y principal libretista de la serie: ¿cómo continuar una historia que parecía definitivamente hundida en sus fallidas promesas, por haber traicionado todo lo destacable que presentó en la primera temporada? La idea original había quedado arruinada por una segunda parte tan lamentable como quedó el mundo tras los aguaceros de lluvia contaminada. ¿Había posibilidad para el milagro en tiempo de descuento? La realidad vino a demostrar que sí. Mosholt y sus colaboradores corrigieron el rumbo y regresaron al itinerario original, aunque en el proceso de recomposición la intensidad y la avalancha de ideas originales pagaron el pato. 

La lluvia 3 es una conclusión digna y, en más de un aspecto, loable. La parábola bíblica actualizada (uno de los integrantes de Caín y Abel es mujer) está llena de referencias literarias bien tamizadas, con lluvia de por medio, que podrían pasar inadvertidas de haber sido menos obvias. A la mente vienen los cuentos “Lluvia”, de Somerset Maugham (es muy buena la adaptación cinematográfica que en 1932 dirigió Lewis Milestone), en el que el agua es incesante y hay una epidemia, en este caso de sarampión, y “La larga lluvia”, de Ray Bradbury, incluido en el volumen El hombre ilustrado (1951), cuya acción sucede en Venus, en donde tampoco para de llover. En este cuento, lo mismo que en la serie danesa, la historia es la de unos sobrevivientes que van camino a alguna parte donde supuestamente estaría la salvación, lejos del agua y del contagio. Vienen asimismo a la mente los cuentos, “Rashomon”, del Chéjov japonés, Ryunosuke Akutagawa, en cuyo comienzo leemos: “Sucedió a la hora del crepúsculo: un hombre de miserable aspecto esperaba, bajo el portal de Rashomon, que parara la lluvia”, y por supuesto, “El coronel no tiene quien le escriba”, con aquella frase genial dicha por Don Saba: “La lluvia es la lluvia desde cualquier parte”. 

Who’ ll Stop the Rain” (¿Quién parará la lluvia?), canta John Fogerty. En La lluvia, surge la misma pregunta. En sus tres temporadas, la serie ha sido un homenaje al cine posapocalíptico apto para todo público, con aspiraciones limitadas, pero con demostrada capacidad de entretenimiento en dos tercios de su metraje. La tercera y última temporada tiene bastante relleno –son pocas las series que se libran de este lastre, Sorjonen, una de ellas, pues la mecánica del entretenimiento por capítulos es la prolongación indefinida y la posposición del final–, y bien podría haber tenido la mitad de episodios. Sin embargo, en ningún momento naufraga de manera estrepitosa como sucedió en la temporada previa. De los seis capítulos que hay en esta, por lo menos tres pasan el examen con las mejores notas, incluidos los dos últimos, “Love Yourself” (Ámate a ti mismo) y “And This Too Shall Pass” (Y esto también pasará), cuyos títulos destacan el aura de autoayuda que presenta la serie en su etapa final. El trasfondo de fábula salta a la vista. Así venga el fin del mundo y un virus con alto poder de contagio ponga en vilo la vida humana, siempre habrá que tener en cuenta dos cosas: no podemos dejar de amarnos y, como decía el inefable Julio Grondona, al final todo pasa. Sobrevivir es un arte tan antiguo como saber protegerse de la lluvia. Esa es la lección principal que a modo de moraleja presenta La lluvia, y por la cual será recordada. 
 

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