Qatar 2022 > ASÍ SE VIVIÓ LA FINAL EN ARGENTINA

Euforia, incertidumbre y locura final: las cambiantes emociones en una ciudad de Entre Ríos

Las reacciones del público argentino en la entrerriana Colón calcaron un partido electrizante y dramático
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18 de diciembre de 2022 a las 19:53

Ese olor, esa sensación, ese pálpito, de que algo grande está por ocurrir. Ese sentimiento de que luego de que pase, casi que se acaba el mundo. Y que por ello resultaba fundamental asegurar el triunfo. Jugar la final de una Copa del Mundo de fútbol no es para cualquiera. Y ahí estaban los argentinos, nuevamente intentándolo para la levantar el máximo trofeo. Esa pasión por su selección, ese querer sacarse de encima el lastre de las finales perdidas, el convencimiento de que esta vez no se podía dejar pasar.

Así estaba el público argentino previo al choque clave ante Francia. También en Colón, una hermosa ciudad costera sobre el río Uruguay en la provincia de Entre Ríos. Esa misma urbe que recibe diariamente a cientos de sanduceros que llegan a comprar beneficiados por la diferencia cambiaria.

La expectativa era enorme. En la zona de migraciones, en el Paso de Frontera, los funcionarios argentinos decían que, de alguna manera, iban a seguir el encuentro pese que tenían que “trabajar”. Si había goles, por supuesto, lo iban a gritar. “También si hay que putear”, dijo uno de ellos. En el supermercado El Rincón Sanducero, ubicado del lado argentino inmediatamente luego de pasar el puente internacional, había avidez por atender a todos rápidamente, con el deseo de que el flujo de clientes aminorara durante la final. “Tengan piedad”, pidió una cajera.

La movida, durante el cotejo, en esta ciudad con preciosas playas de agua dulce se encontraba en el parador Honolulu, ubicado justamente sobre el río Uruguay en la zona del Balneario Inkier. Una doble pantalla –una hacia la arena y otra hacia el restaurante– congregó a decenas de hinchas que vestían distintas camisetas de Argentina –originales y falsificadas– y la mayoría con la inscripción “Messi” en la espalda; algunas de Boca con la 10 de Maradona y alguna que otra de River Plate.

“Sin pensás con sentido común, somos campeones del mundo”, dijo un convencido hincha que, pese a ponderar a Messi como el mejor, asentó que hay un “solo dios: Diego”. “Qué pregunta”, respondió una señora ante la consulta por el resultado del partido. “Ganamos 2 a 0”, agregó respecto al resultado final; un marcador, por cierto, que se mantuvo por bastantes minutos durante el partido.

La tensión en el ambiente se instaló definitivamente cuando en la pantalla, en la transmisión de TyC Sports, se oscureció el estadio en Catar, lo que anunciaba el ingreso de los dos equipos a la cancha. Aplausos, alguna vuvuzela, y el himno argentino cantado –de pie, obviamente– a voz en cuello. Empezaba la gran final entre Argentina y Francia.

Los grupos de jóvenes, las familias allí presentes, los señores y señoras algo mayores, tomaron sus respectivos lugares y guardaron un relativo silencio en los primeros minutos. Pero solo resultó ser una ilusión de poco más de un cuarto de hora. Con el penal cobrado a favor de Argentina, todo estalló. Messi cambió por gol y vino la primera demostración de frenesí. “Messi te amo”, “Que de la mano de Messi toda la vuelta vamos a dar”, fueron algunas de las frases que se escucharon con el 1 a 0 parcial para la albiceleste.

El hit del Mundial, “Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar” de La Mosca, sonó por primera vez, con percusión incluida, abrochado con el segundo tanto argentino, el golazo de Di María a falta de diez minutos para el descanso. El desempeño del combinado dirigido por Scaloni brindaba tranquilidad al público: estaba pasando por encima a una errática Francia. Elegían creer. Con razones.

Los ánimos comenzaron a mezclarse en el complemento. Cuando parecía todo bajo control, y recién Mbappe había probado al arco (al que erró), cuando los hinchas en el parador Honolulu se animaban a entonar el “ole, ole” ante la seguidilla de pases argentinos, en dos minutos cambió el curso del encuentro: el ariete francés descontó de penal y enseguida puso el empate con un golazo a los 81 minutos. Los aficionados entrerrianos no daban crédito, se agarraban de la cabeza, se levantaban de la silla, maldecían, pedían algún Fernet más. Los agentes de Prefectura, apostados allí para la seguridad y que seguían con atención la pantalla, se aguantaban para no decir nada fuera de lugar.

Con esa desazón, reflejada en un niño con camiseta argentina de Messi con los ojos llenos de lágrimas recibiendo el consuelo de su madre, se marchó el cotejo. A jugar el alargue. A seguir con el sufrimiento. El relator de TyC Sports lo sintetizó de una manera poco ortodoxa: “El fútbol es hermoso pero por momentos es un hijo de re mil putas”. La gente no sabía si reír o llorar.

La tensión se cortaba con una tijera. Las banderas argentinas flameaban con la brisa que venía desde el río, que se encontraba sobre un costado. Los jóvenes ya no se sentaban y lucían el torso desnudo. Un marco veraniego en toda regla. Qué distinto que ha sido un Mundial en diciembre.

Los últimos 30 minutos preparó otra montaña rusa de emociones: locura absoluta por el tercer gol de Argentina, marcado por Messi, y ganas de enterrar la cabeza en la arena por el nuevo empate de Francia, otra vez en los pies de Mbappe, nuevamente vía penal. “No se puede tener tanta mala liga”, dijo uno. “Vamos a alentar”, comentó otro y a su canción, por supuesto, la de Muchachos, la siguieron todos. Íntimamente, sabían que, por más definición por penales, la cosa no se les iba a escapar. Y más tras la magistral atajada del 1 argentino en el último minuto. Se gritó como un gol. “Dibuuu, Dibuuu”, fue lo primero que surgió.

Acertaron. Los dos penales atajados por el arquero Martínez, las cuatro anotaciones de los argentinos, desencadenaron una explosión, un torrente de alegría, alivio y rabia contenida. Ahora las lágrimas eran de emoción. Lloraba ese niño, claro, también una pareja lloraba en silencio, abrazada, acariciándose, mientras los chicos y chicas saltaban desacatados delante de la pantalla. Lloraba un adolescente, parado y vestido con la camiseta alternativa de Argentina, acompañado por sus amigos; lloraba una chica en la playa, bien erguida, mientras su novio estaba de rodillas mirando la tele, sin caer aún en la dimensión de lo logrado por su selección. Argentina campeón del mundo. Un país vibrante, hasta en esta ciudad que no llega a los 25 mil habitantes. Es que la gloria se refleja, especialmente, en estos lugares.

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