Opinión > EDITORIAL

Fake o verdad

Los jerarcas del gobierno que repitieron la mentira una y otra vez deberían pedir disculpas y dar explicaciones de por qué insistieron con ella.
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14 de diciembre de 2018 a las 05:03

El mundo se debate en los últimos años en una batalla para no ser consumido o guiado por las fake news sino por la verdad. No siempre es posible acceder a ella pero cuando se lo logra es digno de destaque. Pero no siempre ocurre eso. Cuando El Observador publicó el sábado 8 una síntesis de la tesis académica de grado del periodista Martín Tocar en la que se demostraba la falsedad de la versión periodística que decía que en los peores días de la terrible crisis del 2002 varios niños de una escuela comieron pasto, una historia usada y repetida durante años por dirigentes políticos, las reacciones más mezquinas no se hicieron esperar.  La investigación académica pulverizó lo que comenzó como un rumor sin el debido fundamento y nadie se ocupó de verificar. Menos aún el medio que le dio origen. La pesquisa de Tocar incluyó, entre otros, el testimonio de Gabriela Verde, actual funcionaria del Consejo de Primaria y ex maestra de sexto año de la escuela 128 del barrio Conciliación, de donde partió el rumor falso de que niños con hambre comían pasto durante los fines de semana. “Eso lo quisimos desmentir en el diario (La República) y no nos dieron lugar en la parte de derecho a réplica”, comentó Verde. Otra docente narró que uno de los niños de preescolar se sintió mal y que en el vómito y la diarrea vio algo “verdoso”. Después fue “miente, miente, miente, que algo quedará”, dijo la maestra en alusión al uso político que con rapidez se hizo del tema. Pero eso no es lo peor de la historia.

Luego de escucharlo difundir la mentira, Verde se comunicó con el entonces candidato Tabaré Vázquez para que supiera la verdad y le solicitó que no repitiera una información que carecía de pruebas suficientes. Vázquez hizo oídos sordos al pedido, al igual que José Mujica y varios jerarcas y comunicadores del FA que repitieron la falsa versión que era funcional a su relato. La noticia nunca se pudo confirmar. Las cadenas internacionales se hicieron eco, pero se encontraban solo con rumores. Querían validar la información. Nunca lo lograron: era falsa pero útil para algunos. 

Los jerarcas del gobierno que repitieron la mentira una y otra vez deberían pedir disculpas y dar explicaciones de por qué insistieron con ella. A esta altura de las cosas resulta difícil pensar que los que se hicieron eco del rumor vayan a disculparse.  Pero más triste que eso es el ejército de defensores de la mentira y de la mediocridad –desde trolls hasta jerarcas de gobierno devenidos en bots- que insólitamente hacen fuerza para que la historia registre algo falso en los libros de historia de uno de los períodos más duros del país. Tanto la tesis como la nota publicada en El Observador dejan meridianamente claras las brutales consecuencias de esos años trágicos y quienes acusaban al periodista y al medio de estar haciendo revisionismo sencillamente no entendieron nada. 
Es entonces llamativo que este ejército infame haya cuestionado sin haber leído una sola línea de las 163 páginas del trabajo que fue distinguido por su excelencia por tres jurados independientes.  Peor aún, en su miseria hacen esfuerzos por ensuciar a la universidad en la que fue presentado el trabajo sin considerar que una tesis de grado responde al interés exclusivo de su autor como requisito para obtener la titulación. 

Hay quienes no solo no se alegran de que la triste noticia fuese falsa, sino que pareciese que hasta lamentan que así sea y elucubran conspiraciones que solo son posibles en el universo de Harry Potter. No puede haber medias tintas en estos temas. Quienes se equivocaron por manejar información falsa deben pedir disculpas, y si mintieron a sabiendas mucho más. Afortunadamente la ciudadanía mira con atención este comportamiento y la prensa seria actúa como contralor del accionar político. La investigación de Martín Tocar marcará un hito en ese sentido. 

 

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