El recuerdo está tan vivo que parece que no hubiesen pasado los años. Es mediodía en el barrio bonaerense de San Telmo y en una pensión de techos altos, la abuela de Fernando Trocca cocina. Hay un puñado de detalles que la memoria –siempre caprichosa– olvidó. Otros se mantienen inalterables, como si el cerebro le diera play a una película guardada en tres millones de neuronas.