Desde sus comienzos, en 2015, esta columna tiene un único propósito, un solo objetivo, una misión: tratar de evitar que Uruguay cometa los errores que han llevado a Argentina al triste lugar que ahora ostenta casi con orgullo. En esa tarea, no tiene más remedio que repetir una y otra vez algunos conceptos cuando se vuelven a proponer o esgrimir como válidos o ciertos los mismos argumentos que han llevado al vecino país a la miseria generalizada y al fracaso económico, lo ha transformado en un paria y le ha dejado la herencia de la grieta.
Uruguay comete, o es inducido a cometer, un error de fondo. Creer que lo que le pasa a Argentina es culpa y obra exclusiva de Cristina Fernández, cuando en realidad tiene que ver con una mezcla entre el populismo en la economía y la corrupción política generalizada, desvergonzada y descarada de la que el peronismo es regente y gerente, que hace no sólo que se multiplique la creación de organismos inútiles e innecesarios, saturados de parientes, amigos, cómplices y amantes, combinado con un deliberado proceso de deseducación, indoctrinación y masificación que ha sido usado en el mundo por todas las ideologías totalitarias, como consecuencia, pero también como sistema.
Como bien decía Hayek, los regímenes que intentan dirigir el destino económico - o de cualquier tipo - de las sociedades desembocan siempre en la dictadura, tanto de izquierda como de derecha. Sea porque fracasan y al no poder cumplir su promesa recurren a la prepotencia, sea porque quieren adaptar a la sociedad entera a su modelo, a su ecuación o a su ensoñación, más allá de la razón o el éxito de su propuesta. El concepto de destrucción de la educación primero fue un mecanismo para adoctrinar a la niñez; Stalin, el predecesor, creía que el comunismo no prosperaba en la mente del pueblo porque las viejas generaciones influían sobre sus hijos, de ahí que separara a las familias y quitara a los niños a sus padres, los mantuviera alejados en colonias hasta forzar con el discurso del odio a la traición o al entreguismo familiar. Así se llega a pensar como un dictador. Así se llega a destruir la democracia, a desvirtuarla después de usarla como arma dialéctica.
A esas prácticas se agregó el método goebbeliano de la mentira, que se basaba en las ideas que Engels y Marx plasmaran en el Materialismo Dialéctico que fue la base del socialismo, un antecesor del relato de hoy, que niega la existencia misma del opositor, o del otro, sus verdades y argumentos, sin importar el grado de razón, certeza o evidencia que ellos tengan, e insisten en esa práctica contra toda lógica y razón. Lo que hoy se denomina La Posverdad, como si se tratase de una teoría seria, cuando en rigor es un mecanismo malvado de poder maquiaveliano, o maquiavélico. Esas metodologías, tras el fracaso rutilante del socialismo en la URSS, y en el mundo, fueron luego transformadas en el manual de procedimiento deliberado de todos los totalitarismos de cualquier signo.
Con el tiempo, como dice Borges en La Lotería, se fue dejando de lado la ideología y se trató de un mero mecanismo para obtener y conservar el poder. El poder por el poder mismo, base de la esclavitud de los pueblos, de la corrupción, del fin de la justicia y de la seguridad jurídica, de la destrucción de la producción, el bienestar y el empleo digno. La deseducación es un plan ya mundial. El sabotaje a la producción es un sistema que tarde o temprano se impone en nombre de la eliminación de la pobreza, de pandemias inventadas por terroristas a cargo, de la equidad, del fin del mundo por calentamiento, que se reemplaza por el fin del mundo por cambio climático o por un meteorito, no importa. En Argentina hace más de diez años que no se crea empleo privado, ni aumenta. ¿No es un sabotaje a la producción el cepo al dólar que han generado los industriales mussolinianos de Perón, que hoy reinan? Se ha llegado a que seis o siete millones de personas mantengan con su trabajo, su descapitalización, su frustración y su esfuerzo a cuarenta y cinco millones (dicen, porque el censo fue otro ensayo corrupto y mal hecho) y justamente ese quince por ciento de la sociedad es escarnecido, insultado, culpado de todos los males, despojado, ordeñado y pauperizado. Cristina Fernández es la exageración precaria del modelo, que siempre termina en manos de algún subeducado estilo Stalin, Maduro, Boric, para no nombrar a otros peores. Pero no es la inventora.
Nada de lo que pasa en Argentina es muy distinto de lo que pasa en muchos países de América Latina, bautizada latinoamérica por los foros y pactos regionales que han escamoteado la soberanía de los pueblos, y si se observa adecuadamente, también del formato de burocracia incapaz y arrogante de Bruselas, que aniquiló a Europa en nombre del estado de bienestar. Como mágica y sospechosa coincidencia, hay una interacción, un apoyo incondicional y mutuo en ese proceso, que ahora se llama Agenda 2030, gran reseteo, o del modo que convenga, pero cuyo destino final es uno solo: la más absoluta servidumbre, la vuelta al estado pre-colonial, la estupidización de las sociedades. La dictadura.
Lo que ocurre ahora en Argentina es también ejemplo de ese modelo de sumisión y negación. De un día para otro el peronismo gobernante ha pasado de los insultos a declararse víctima del odio, a proponer leyes en contra de la libertad de opinión, a inventar misas herejes a la que asisten personajes que canónicamente no pueden ni entrar a una iglesia. Pero eso no es lo peor. Lo peor es ver como también se da otra constante del socialismo resiliente que usa la nueva clase política mundial de cualquier tendencia: el periodismo militante, que no son sólo los ensobrados, sino también los medios, que se compran y se venden (textualmente) como si fueran una mercadería por amigos, entenados o testaferros, y que son ya órganos de difusión de las diferentes líneas de negocio (perdón, de las diferentes líneas políticas) que ahora intentan demostrar que el repudiable y fallido atentado de un delirante puede convertir a la jefa peronista en buena y popular, cosa que no es cierta. Y que tampoco está teniendo éxito como se ve en las primeras encuestas y en la calle. Quien tuviere alguna duda acerca del comentario sobre los medios, puede repasar la confesión reciente de la viuda de Kirchner sobre el negociado de su esposo con el grupo Clarín, que fue el comienzo del monopolio mediático y de comunicaciones y telecomunicaciones más grande y nefasto de la historia argentina.
Como es sabido, el gobierno peronista viene tratando de usar a algunos colaboracionistas de la oposición, o de la UCR, para hacerlos compartir su fracaso, o apañarse en ellos: Lousteau, Rodríguez Larreta, Morales, Vidal, Manes, Moreau y familia antes, y otros ganapanes. Actúa como lo hicieron los Mapuches chilenos que hace dos siglos robaron y usurparon la identidad de los Tehuelches, violando y sodomizando a su gente. Mapuches políticos. En ese raro intento de resurrección paga, el accionar de Massa, el más generoso pautador peronista, y el más veleta de todos, intenta simplemente transferir al nuevo gobierno, que no será del mismo signo del actual, el costo de un ajuste-parche mucho más duro, desprolijo e injusto que el que el propio peronismo le imputaba al FMI. Siempre relato. Siempre posverdad. Siempre negocios con los empresarios amigos.
Por supuesto que en Uruguay no ocurren esas cosas. Ahora, quizás. Pero el sistema legal y consuetudinario heredado de las gestiones del Frente Amplio y la posibilidad de un regreso de esa alianza ahora atendida por nuevos dueños, hacen temer, con bastante razones y certezas, un camino similar al argentino. Sin Cristina, pero con iguales torpezas y metas discursivas. La siembra de ignorancia educativa y fáctica, vía la deseducación, la desinformación, la posverdad, la promesa barata de un bienestar forzado, a las apuradas, sin esfuerzo ni riesgo previo, sólo basada en la dialéctica y en la falsa defensa de las conquistas sociales - sea lo que fuere que eso signifique – están a la vuelta de la esquina. La promesa de equidad debe hacer sentir como dioses a los políticos, pero es otra mentira incumplible que no figura en los libros de la Creación. La teoría del salame, es decir cortar una feta por día de derechos, de libertad, de protección contra la confiscación impositiva, de desprecio y odio al capital y al trabajo genuino, de escamoteo de la Constitución, son, por eso, un peligro inminente de acostumbramiento al despojo que sólo llevará a más pobreza. Y muchos de quienes votarán y decidirán ya tienen la impronta de deseducación y promesas que inaugurara el neomarxismo y que ahora se ha universalizado y se llama, según convenga, Foro de Sao Paulo, OMS, ONU, FMI, comisión de DDHH o Doctrina Social.
El canto de sirena del diálogo, la convivencia democrática, la unidad para un acuerdo nacional que nadie sabe de qué se trata y en medio del fracaso rotundo de las ideas o no-ideas de la jefa y mártir del peronismo son otra mentira. Ha sido así siempre. Cada llamamiento a la unidad, cada trampa que se tendió a la oposición en cada ley de avasallamiento del derecho. Todo el gobierno es y ha sido una vulgar mentira, diría Lynch. Y es una mentira toda la construcción antiodio que se ha inventado en 48 horas, que cambia drásticamente lo que sostenía con palabras y con hechos el gobierno argentino hasta hace muy poco, cuando se acabó la platita para regalar y poner en los bolsillos de la gente. Tanta mentira como la de la vicepresidente, que juega el rol de pretender ser inocente de los desaguisados de este gobierno, que respondieron estricta y puntillosamente a sus órdenes y caprichos. Cristina ha tenido, eso sí, la virtud de unir al movimiento justicialista. Ya no hay peronismo malo y peronismo bueno, como quisieron hacer creer hasta hace un mes, apenas. Ahora está claro que hay uno sólo y se encolumna detrás de la primera viuda, resucitada en las palabras, las misas y los intereses creados, no en las cifras.
Cuando el movimiento reseteador y repartidor de felicidad universal clama por democracia, en rigor habla de voto de las masas a mano alzada, como en las asambleas sindicales. Sin control de poderes ni sistema de justicia. Como ocurre en Chile, y ahora en Argentina, blanden la democracia como obligación de diálogo y como mandato forzado el negociar, promediar y en definitiva neutralizar cuando pierden. Cuando ganan, en cambio, se olvidan de la democracia y hacen lo que les place en nombre del mandato del pueblo por sobre todo derecho y por sobre todo diálogo o justicia. (“A mí me juzgará la historia y el pueblo”, no olvidar esa confesión).
Claro, nada de eso ocurre en Uruguay. No hay grieta posible ni comprensible. Hasta que poco a poco, cualquier gobierno decida, con el apoyo de supuestas mayorías, en nombre del pueblo, que un 20% de la población tiene que mantener con su sacrificio, su esfuerzo, su trabajo y sus ahorros al otro 80%. O que hay que cambiar una Constitución escrita por los equivalentes a Videla o Galtieri, qué importa si es verdad o no, si es sólo relato. En nombre de lo que fuere. La grieta entonces no sólo es insalvable, sino que es inteligente.
Nada garantiza el éxito futuro. A nadie. Pero hay algo que puede garantizar el fracaso: copiar las conductas, los estilos, las acciones y las medidas que toma el gobierno peronista. Mucho más las de hace un mes a esta parte.