Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

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Julio María Sanguinetti: El bien y el mal

“No somos advenedizos ni buscamos intereses personales en esto de la política” Campaña electoral de 1994, cuando polemizaba con Tabaré Vázquez, quien insinuaba que él no pertenecía a la clase política.
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05 de noviembre de 2016 a las 05:00

Primer uruguayo en ser electo dos veces presidente por voto popular directo, Julio María Sanguinetti tuvo que lidiar con los dolores de parto de la renaciente democracia luego de 12 años de dictadura. Bajo su gobierno se aprobó una amnistía para los presos políticos y luego leyes de reparación para estos y para exiliados, pero el tema de los desaparecidos en dictadura (1973-1985) lo persiguió como una sombra hasta incluso después de haber abandonado su segunda presidencia. Cuando en el gobierno de Jorge Batlle primero (2000-2005) y de Tabaré Vázquez después (2005-2010) se hicieron avances en la búsqueda de los desaparecidos, se le endilgó a Sanguinetti no haber hecho los esfuerzos suficientes por este tema. Él argumentaba que los tiempos políticos eran distintos. También durante su primer gobierno se aprobó la amnistía para policías y militares que violaron los derechos humanos y que a su juicio entraba dentro de su promesa electoral de efectuar "el cambio en paz", que permitió que la democracia se consolidara.

Esto y sus actitudes anticomunistas durante las campañas electorales –posición meramente estratégica para ganar votos de determinados sectores– ubicaron a Sanguinetti como político de derecha, y para la izquierda como la "bestia negra" de la política nacional.

Sin embargo, fuera de fronteras su perfil era bien diferente. Tuve la oportunidad de cubrir más de una decena de visitas oficiales al exterior, en las que Sanguinetti, además de ser ponderado por sus dotes discursivas, su nivel cultural (experto en pintura e historia, entre otras disciplinas, aparte de haber ejercido el periodismo, algo a lo que se dedica hoy, escribiendo columnas), era señalado como un socialdemócrata. Así lo considera su amigo, el expresidente del gobierno español Felipe González, y así lo consideran otros líderes políticos, desde Fernando Henrique Cardoso hasta el fallecido Raúl Alfonsín.

Sus posiciones liberales se confirmarían con su apoyo a la legalización del aborto y los derechos de los homosexuales. Fue durante su gobierno cuando Uruguay retomó relaciones con Cuba; fue él quien invitó y logró que Fidel Castro visitara Uruguay. Entre sus acciones para introducir al país en el concierto internacional luego de la larga dictadura, fue el primero en buscar el mercado chino, aunque eso le implicó tener que romper con la China nacionalista y tratar con la comunista.

Tampoco dudó en votar junto con la izquierda contra algunos artículos de la ley con la que el presidente Luis Lacalle (1990-1995) quería privatizar empresas estatales, una línea que la izquierda tildaba de neoliberal.

A pesar de todas estas medallas, para miles y miles en Uruguay Sanguinetti representa a la derecha, y punto.

Fue tres veces diputado y dos veces ministro, una de ellas de Educación, implementando en 1972 una ley general de educación históricamente criticada por la izquierda. Quiso la historia que en su segundo mandato debiera encarar otra reforma educativa, posiblemente el único cambio en serio que se implementó en la enseñanza luego de la dictadura, con la instalación, entre otras cosas, de las escuelas y liceos de tiempo completo.

Además de la reforma educativa, así como la de la Constitución, fue en su gobierno cuando se emprendió una de las reformas más trascendentes del Uruguay moderno: la de la seguridad social.

Sanguinetti se caracterizaba por poseer dos cualidades esenciales para un dirigente con aspiraciones presidenciales: tenía las dotes del caudillo de comité y la suma de conocimientos doctorales que le daba su formación.

Con casi 60 años, en 1995 emprendió la campaña electoral más importante y desgastante de su carrera, recorriendo el país una y otra vez y ganándole a Vázquez, según él mismo lo ha dicho, en parte gracias a un debate televisivo en el que –adoptando una postura de cruzado anticomunista– logró los votos de derecha que necesitaba. "¡Cómo costó!", exclamó la noche en que supo que había vencido.

El desgaste del ejercicio de poder y la creciente inclinación de la ciudadanía hacia posiciones de izquierda que satanizaban su imagen le fue haciendo perder apoyo y simpatía popular. En cambio, quienes consideran a la política como un arte le reconocen ser uno de los jugadores con más dotes y poder que haya conocido el Uruguay moderno.

En una ocasión, conversando con el excanciller Didier Opertti acerca de cómo el partido lo rechazaba en su condición de precandidato presidencial por venir del área universitaria, le señalé que esa era una diferencia con Sanguinetti, quien en cambio reunía la condición de "doctor" con la de político de barricada. "Bueno", le comenté a Opertti, "Sanguinetti está más allá del bien y del mal", a lo que me respondió: "No, Sanguinetti es el bien y el mal".

Esta nota forma parte de la publicación especial de El Observador por sus 25 años.

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