Fin de ciclo: 15 años del FA en el poder > ESPECIAL

La caída del Frente Amplio: los motivos que explican la derrota

A factores coyunturales, como la inseguridad y la economía, se sumó el desgaste de una fuerza política encerrada en sí misma
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22 de febrero de 2020 a las 05:00

Todo comienzo guarda también la semilla de un final. Y todo final es a la vez resultado de un largo proceso. En octubre de 2004, cuando la victoria de Tabaré Vázquez desató un festejo ahogado durante décadas, nadie podía pensar que aquello duraría para siempre. Pero tampoco se podía saber cuándo o cómo acabaría.

En algún momento de la tercera administración frenteamplista eso cambió y empezó a cundir la sensación de que el final de la era progresista estaba a la vuelta de la esquina. Ya no solo el paso del tiempo –y el consiguiente desgaste del gobierno– conspiraba contra la renovación de la confianza de la ciudadanía. A eso se sumaba la desaceleración de la economía, la pérdida de puestos de trabajo, el irrefrenable aumento de la violencia y de la inseguridad, el creciente descontento en el interior, y una serie de casos de corrupción que la izquierda abordó erráticamente, todos ellos resumidos en la renuncia del vicepresidente Raúl Sendic. 

Cuando llegó la campaña electoral, el Frente Amplio desplegó su arsenal argumentativo para convencer a los votantes de que merecía una nueva oportunidad en el poder. La izquierda no carecía de logros para exhibir. Podía recordar el país previo al triunfo de 2004, poner arriba de la mesa los 15 años de mayor crecimiento económico de la historia del país, o hablar del aumento sostenido del poder de compra de los uruguayos, la caída de la pobreza de 40% a 8%, el combate a la desigualdad, la multiplicación de la asistencia en salud pública y los cuidados. 

Pero como no había ocurrido en las dos anteriores elecciones con el FA en el gobierno, ahora la izquierda tenía demasiados flancos abiertos con los que lidiar.

Seguridad, economía y el interior

Los números a veces ayudan a explicar las cosas. Los datos de la elección nacional –que muestran el retroceso del Frente Amplio concentrado en el interior del país y más acentuado en las zonas pobres de Montevideo que en los barrios costeros– son sintomáticos de algunos de los principales problemas que sacaron a la izquierda del gobierno.

El de la violencia y la inseguridad fue, para muchos dirigentes frenteamplistas, la principal razón de la caída electoral. Tabaré Vázquez asumió como presidente en 2015 con la promesa de bajar 30% las rapiñas, pero el delito creció casi 40% desde entonces. Los homicidios tampoco cedieron y el narcotráfico avanzó tanto en Montevideo como en el interior del país. 

El ministro del Interior, Eduardo Bonomi, continuó en el cargo a pesar del clamor popular que pedía su dimisión ante cada nuevo suceso sangriento que colmaba las primeras planas. En plena campaña electoral, importantes dirigentes de izquierda –incluido el propio candidato oficialista Daniel Martínez– dijeron que hubiese sido bueno un recambio. Las clases más bajas, que sufrieron la violencia como nadie, miraron con esperanza hacia opciones electorales que prometían un cambio drástico. 

Con la economía ocurrió algo similar. Después de una década de crecimiento vigoroso, que redujo la desigualdad y facilitó el acceso al consumo de sectores de la población antes marginados, la desaceleración de la economía en los últimos años golpeó con particular fuerza a la población de escasos recursos. La pérdida de empleos –que ascendió a unos 50 mil en el quinquenio– se concentró en los menos educados y tuvo un mayor impacto en el interior del país, que en 2014 había compensado la caída del Frente en la capital, pero que ahora sentía que el gobierno había dejado de prestarle atención.

Ese descontento –fogoneado a su vez por las cámaras empresariales– gestó un movimiento de “autoconvocados” que se alzó contra un gobierno que rápidamente los vio como el enemigo a vencer. El enfrentamiento quedó resumido en una escena de febrero de 2019, en el marco de un Consejo de Ministros en Pueblo Centenario. Cuando Vázquez salió, de un lado lo esperaba un grupo de frenteamplistas; y al otro costado, manifestantes del agro. A los primeros los saludó cara a cara con besos y abrazos; a los segundos les dedicó una "V" de la victoria y una sonrisa socarrona desde lejos. Ya los había instado a medirse “en las urnas”, donde acabaría perdiendo la pulseada. 

Un febrero más tarde, con la derrota ya consumada, las murgas dedicaron sus versos a tratar de explicar el resultado. Con la melodía de Fuiste, de Gilda, el conjunto Un Título Viejo lo resumió así: "No hay proyecto que soporte el peso de su edad si le habla solamente a sus fieles".

Corrupción y agotamiento

Los factores coyunturales como la inseguridad y la economía se encontraron a su vez con una fuerza política desgastada por el ejercicio del poder y la falta de iniciativa y recambio. El segundo gobierno de Vázquez, que recibió una pesada carga de la administración Mujica contra la que luchó todo el período, careció del empuje de su primer pasaje por la Presidencia y consolidó la imagen de un proyecto agotado que la oposición supo explotar, tanto como los escándalos de corrupción concentrados en la figura de Sendic.

Para su tercer gobierno, el Frente Amplio había puesto en primera fila a una promisoria figura que se hizo su lugar en la fórmula del oficialismo a caballo de una gran inversión –incluyendo publicidad– desde la presidencia de ANCAP. 

Mientras algunos sectores de la izquierda ya lo proyectaban como futuro líder del Frente Amplio y potencial presidenciable, Sendic no tardó en demostrar que no estaba a la altura. La fragilidad financiera de la petrolera, que obligó a inyectarle cientos de millones de dólares, puso la lupa sobre el vicepresidente y enseguida se expusieron sus trapos sucios. Una primera investigación periodística mostró que carecía del título universitario que decía tener; meses después otra informó que durante su pasaje por ANCAP había utilizado la tarjeta corporativa para comprar en tiendas de ropa, joyerías y supermercados. 

El Frente Amplio lució errático a la hora de condenar al vicepresidente. Primero acusó a la prensa de confabular en su contra, luego evaluó formas de sancionarlo y terminó empujándolo a renunciar. Cuando eso finalmente ocurrió, la izquierda le agradeció el gesto y se guardó la reprimenda. Tuvo que llegar la campaña para que el oficialismo lo inhabilitara a presentarse como candidato al Senado. Ya para entonces Sendic estaba procesado por el delito de peculado y abuso de funciones, y ascendía con fuerza un nuevo sector en el Frente Amplio: los desencantados. 

Una campaña errática

Para contrarrestar el contexto adverso hacía falta una campaña perfecta, pero no fue exactamente lo que ofrecieron el Frente Amplio y su candidato, Daniel Martínez. 

Por primera vez en 30 años, la izquierda llegaba a una elección sin ninguno de sus tres principales líderes –Tabaré Vázquez, José Mujica y Danilo Astori– como candidatos. En plena renovación de liderazgos, el fierro caliente le tocó a un ingeniero socialista sin participación orgánica y siempre resistido por una parte del oficialismo. Con imagen de buen gestor y hombre de diálogo, el exintendente de Montevideo eligió seguir sus propias recetas y se puso al hombro una errática campaña en la que nunca pudo consolidarse como el nuevo líder del Frente Amplio.

Eligió a una candidata a vicepresidenta desconocida por el gran público –y hasta por los frenteamplistas– y conformó una fórmula montevideana. En un momento en el que el interior tenía la llave de la elección, su competidor Luis Lacalle Pou le sacó ventaja al recorrer todo el país varias veces más. 

El oficialismo nunca encontró un mensaje acertado para la campaña y dividió al electorado en conservadores y progresistas, pero sorprendió a todos cuando, después del mazazo de la primera vuelta en la que no alcanzó el 40% de los votos, repuntó hasta quedar a escasos 30 mil votos de un cuarto gobierno.

Nada podía maquillar la derrota, que sumió a la izquierda en un período de discusión y evaluación sobre los motivos que la llevaron a perder el gobierno. Los días y semanas posteriores incluyeron pases de facturas, divisiones internas y miradas encontradas acerca de lo que vendrá. Para el Frente Amplio, también, todo final guarda la semilla de un nuevo comienzo.

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