Nadia Ivanova, junto a uno de los equipos dañados por la guerra.

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La desesperación de los agricultores ucranianos

En la actualidad los inmensos hangares de Nadia, agricultora en Ucrania, albergan unas 2.000 toneladas de granos de la temporada anterior, que no encuentran compradores
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17 de junio de 2022 a las 22:06

En tiempos de paz, Nadia Ivanova estaría en estos días dedicada a la cosecha, pero por ahora esta granjera del sur de Ucrania que exporta cereales al mundo entero solo ha recogido obuses.

“Plantamos con mucha tardanza porque antes tuvimos que efectuar el desminado”, dice a la AFP la agricultora de 42 años situada en el centro de sus inmensos campos fértiles.

Situados no lejos de la ciudad de Mikolaïv, los terrenos fueron atacados en marzo pasado cuando los rusos trataban de avanzar hacia el norte, causando como únicas víctimas dos pavos que reinaban en el gran patio.

Se ve aún un cráter, algunos instrumentos sin valor fueron hurtados, pero las tropas enemigas solo cruzaron y el frente retrocedió después unos 20 kms.

Pero el mal ya está hecho.

“Reemplazamos la mostaza, planta precoz, por girasoles o mijo, más tardíos”, subraya esta mujer encargada de 4.000 hectáreas, que emplea 76 personas.

Cuando el bloqueo de los cereales ucranianos hace temer crisis alimentarias en el mundo, los obstáculos se acumulan para Ivanova.

Instalada en 2003 con su hermano y sus parientes en un viejo “koljoz” que suministraba a la Unión Soviética tomates y pepinos, ahora ya no puede anticipar lo que pasará.

La cebada ya maduró, el lino ofrece a sus abejas sus bellas flores azules. Una perra parió. Las primeras cerezas azucaradas, orgullo de la zona, están ahí.

En tiempo de paz, su producción (más de 12.000 toneladas anuales) habría sido destinada al mercado interior y a la exportación hacia Europa, África y China.

A falta de algo mejor

En la actualidad sus inmensos hangares albergan unas 2.000 toneladas de granos de la temporada anterior, que no encuentran compradores.

Para abrir espacio y a falta de algo mejor, están almacenados en grandes bolsas sintéticas blancas o en costales.

Las vías férreas fueron parcialmente destruidas por el ejército ruso, todo barco que se acerque puede ser hundido y el puerto de Mikolaïv fue atacado con misiles y no hay aun vías alternativas.

Como resultado, el precio de la tonelada se hundió. De 330 euros antes de la guerra, ahora está a 100 euros máximo.

En la granja, la máquina limpiadora de granos fue impactada. Imposible ponerla en funcionamiento: en la medida que las hostilidades aumenten en la zona roja, los bancos y las aseguradoras no responderán.

De todas maneras, ningún reparador quiere venir ahora a trabajar bajo las bombas, que pueden aun caer en cualquier momento.

Y las máquinas agrícolas están impactadas por esquirlas.

Nadia Ivanova.

Las manos dentro de una cosechadora nunca utilizada y fuera de uso, Sergui Shernyshov, 47 años, piel bronceada, se lamenta.

“Se necesitará aun una semana para ver si puedo ponerla en marcha”, afirma. Radiante pese a las huellas de los impactos, les costó 300.000 euros.

Y la sequía hará estragos este año.

Todos los precios se incrementan: abonos, pesticidas... El precio del combustible se triplicó. El agua no se puede consumir.

Y además este año la sequía va a hacer estragos. Las espigas de trigo son raquíticas.

Pero Ivanova, que señala sonriendo una cigüeña o una garza, sigue su actividad pese a todo. No cosechar pondría en peligro a estas tierras de incendio, que puede surgir además a causa de los disparos.

Sentado en un tractor rojo, de los pocos que funcionan, Oleksandr Khomenko, 38 años, deshierba una parcela en la que deben plantarse las semillas en medio del fresco olor vegetal que emana tras el corte.

“Miedo o no, tengo una familia para alimentar”, señala bajo el ruido de los misiles que se escuchan a lo lejos.

La mayoría de los empleados responden al llamado y siguen recibiendo el sueldo. “Yo no sé por cuánto tiempo aguantaré”, dice la patrona. “Pero en mi casa al menos habrá de comer”.

Por Blaise Gauquelin (AFP)

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