El día de su nacimiento, los diarios del mundo tenían como una de sus noticias principales el asesinato del revolucionario nicaragüense, Augusto Sandino, a manos de la Guardia Nacional de su país.
Pero a la ciudad de Pan de Azúcar, en donde nació el personaje de esta historia, los diarios llegaban con retraso, como a todo el interior del país.
Sus padres lo esperaban con ansias, aunque con más tranquilidad, pues ya tenían otros niños en la familia. Y aquel 22 de febrero de 1934, nació Luis Maidana.
Nadie imaginó que aquel bebé, sería una de las figuras legendarias del fútbol uruguayo y que hoy, con 88 años, disfruta de su familia.
“Me tengo que cuidar de estos fríos. Estoy con la familia y soy feliz”, dijo Maidana a Referí.
A los tres años se fue con sus padres y sus hermanos a vivir a Piriápolis. “Andaba a caballo y en casa teníamos un petiso y algunas vacas. A veces iba a caballo a la escuela que quedaba a seis cuadras de mi casa”, recuerda.
En aquellos tiempos, los botijas jugaban al fútbol con cualquier tipo de pelota: rellenaban medias con papel de diario, y los más elegidos tenían alguna de goma. La de tiento era difícil de conseguir.
“Mi pasión por el fútbol comenzó temprano, bien de niño. Siempre fui hincha de Peñarol”.
Con 14 años empezó a jugar en Tabaré de Piriápolis, pero lo hacía de número 9.
“Ese era mi puesto natural, pero mi hermano mayor era el arquero. Yo iba a alcanzar pelotas y mi hermano me dijo que jugara de golero en el campeonato de Cuarta. Fuimos a jugar a Pan de Azúcar, no pudo ir el golero y mi hermano me pidió que fuera. Ganamos 2-0 y empecé ahí”, recuerda uno de los goleros más importantes en la historia de Peñarol.
En épocas en que no había marketing, ni se vendían camisetas de clubes de fútbol, Maidana recibió un regalo muy especial.
“Chiquita, mi madrina, quien era tejedora, me hizo una camiseta de lana fina de Peñarol y yo salía con eso a hacer los mandados. La gente me miraba asombrada, porque parecía un jugador de fútbol”, dice.
A los 17 años pasó a jugar como golero en la selección de Maldonado y fueron campeones de la Zona Sur: “Se lastimó el titular, y me tocó jugar a mí”.
Mientras alternaba con el fútbol, Maidana trabajó en una fábrica de mosaicos en Piriápolis.
Así lo cuenta: “Hacía de todo un poco: además de mosaicos, hacía ladrillos, el material en la cancha (de la fábrica) y después hacía con un torno las baldosas y los mosaicos”.
Su desempeño en Minas fue tan bueno que cuando estaba en el hotel, golpearon a la puerta de su habitación. Cuando la abrió, no podía creer quién estaba del otro lado. Nada menos que Schubert Gambetta, campeón del mundo con Uruguay en Maracaná 1950, que era técnico de Lavalleja.
“‘¿Quiere que lo lleve a Nacional?’, me dijo. Por un instante lo pensé, no le voy a mentir, pero fue un segundo. No más. Porque yo soy de Peñarol”, recuerda.
Pero en ese mismo torneo, el cónsul aurinegro lo convenció para que se trasladara a Montevideo para hacer una prueba.
Fue un año después de Maracaná, en pleno 1951, y aquel chiquilín de 17 años, ya estaba creciendo. Se subió a la Onda y llegó a la capital.
En aquel 1951, durante un tiempo el técnico de Peñarol era nada menos que Juan López –el entrenador que llevó al título a Uruguay en el Mundial de Brasil en 1950–, acompañado de Gerardo “Coco” Spósito. Llegó a Las Acacias y Juan le dio 45 minutos en el arco… a prueba.
¿Quiénes jugaban enfrente? Los delanteros de La Escuadrilla de la Muerte. “Me paré en el arco y de repente, venían cinco delanteros hacia mí: Ghiggia, Hohberg, Míguez, Schiaffino y Vidal. ¿Qué le parece? Casi nada”, dice sonriendo. Y añade: “Y en el medio jugaba Obdulio (Varela) y en el arco, (Roque) Máspoli”.
“No se olvide que yo estaba a prueba y me pusieron a esos nenes enfrente. Por suerte, me fue bien y me llevaron a firmar a la sede. Tenía que venir mi padre o un hermano mayor a firmar. Fue uno de mis hermanos, si no, no podía hacerlo. ¿Sabe cuánto pagó Peñarol por mi pase? En esa época, por cada futbolista que llegaba del interior, se pagaban $ 200. No era nada. Hoy los venden por US$ 10 millones. Venía en la Onda tres veces por semana: martes, jueves y fines de semana a jugar”, dice.
Jugaba en la Tercera especial y delante suyo tenía a tres arqueros en Primera: Máspoli, Flavio Pereyra Nattero y Antonio Dimitrio. El club vendió a Pereyra Nattero, y lo ascendieron como suplente de Dimitrio, que era suplente de Máspoli. Pero Dimitrio se lesionó la rodilla, y quedó de suplente del principal golero.
Un domingo, Maidana jugó tres partidos: “Debe ser récord (se ríe). Jugué de mañana en el Viera contra Wanderers en Tercera, luego en Segunda contra Danubio en el Centenario, y era suplente de Máspoli en Primera, pero este se desgarró, y me tocó entrar. Juan López era el técnico y ganamos 3-2”.
Poco tiempo después, Obdulio y Máspoli lo dirigieron en Peñarol, y el húngaro Emérico Hirsh, el que había dirigido al equipo aurinegro que asombró en 1949, porque se llevaba por delante a los rivales.
“Hirsch era un técnico muy bueno, muy aplicado. Estaba en todos los detalles”, explica.
En 1958 llegó Hugo Bagnulo a entrenar a Peñarol y allí comenzó el primer quinquenio ganado por la institución carbonera: cinco veces seguidas el club ganó el Campeonato Uruguayo.
Juan Hohberg ya era uno de los veteranos y comenzaban a verse los primeros partidos de un muy joven Tito Goncalves. “Bagnulo era muy exigente. Buena persona y ganador. Tito era un botija. No era caudillo, se fue haciendo”, explica.
También llegó Gastón Guelfi a la presidencia del club que mejoró sustancialmente. “Era un gran dirigente. A veces, si algún compañero necesitaba dinero, sacaba de su propio bolsillo”.
El 20 de marzo de 1960, se disputó la final del Uruguayo de 1959 contra Nacional.
Faltando 12 minutos, Luis Cubilla anotó el 1-0 para Peñarol y se armó un gran lío. El árbitro Pablo Vaga, echó a cuatro jugadores de cada equipo.
“Yo había salvado una llegada de Walter Gómez cuando íbamos 0-0. Después, cuando se armó lío, no me metí, llegó un nuevo gol, de Linazza de penal, salimos campeones y clasificamos a la primera Copa Libertadores”, cuenta.
Y esa primera Copa la ganó Peñarol con Maidana en el arco, quien se transformó en el primer arquero en ser campeón de América.
“Le ganamos las semifinales a San Lorenzo con Sanfilippo en su apogeo. Jugamos ‘el’ partido. Luego, ganamos la final a Olimpia, que fue durísimo”.
La primera Copa Intercontinental la perdieron con Real Madrid de visitantes contra un rival que tenía a Alfredo Di Stéfano, Puskas y Gento, entre otros, tras haber empatado en el Centenario.
Un año después, Peñarol sería nuevamente campeón de la Libertadores, en el recordado partido ante Olimpia en Puerto Sajonia, conocido como “la batalla de las naranjas”, pues los hinchas paraguayos llenaron de fruta el campo de juego.
“Teníamos grandes individualidades en aquellas copas, pero también sentido de equipo y mucho trabajo. En 1961 llegaron Pepe Sasía de Boca y Juan Joya de River. También Lezcano que jugaba en Olimpia y en la selección de Paraguay. Era un equipo con mayúsculas”.
Y habla de la final contra Olimpia. “Fue durísimo jugar allá. Tiraron naranjas y recuerdo que Pepe Sasía las agarraba desafiante y tomaba de su jugo (se ríe). Luego le pegaron una pedrada a Guelfi que terminó con una venda en la cabeza. Fue tremendo salir de ese estadio. Nos bañamos en el hotel”.
Días después llegó la final ante otro equipazo de entonces: Palmeiras.
“Logramos otra vez la Copa y ese fue el año que más disfruté por los dos títulos internacionales, además de ganar también el Uruguayo”, admite.
Porque, además, Peñarol fue el primer club del continente en ganar la Copa Intercontinental en aquel 1961 ante Benfica
“Tenían un cuadrazo con Augusto, Santana, Aguas, Coluna y Cavem, arriba, y luego acá en el tercer partido entró Eusebio, que recién arrancaba y era un fenómeno. En Portugal perdimos apenas y acá le hicimos cinco goles al campeón europeo. En el 5-0 fueron fundamentales Alberto (Spencer), Juan (Joya), y el fútbol de Pepe Sasía”.
Para el tercer partido, que también se jugó en el Centenario, “ellos pusieron a Eusebio, que no estaba en la lista original y Peñarol lo aceptó por ser local, y era una fiera en la cancha. Igual les ganamos. Ganar la tercera final fue el mejor momento de mi carrera. Ser campeón del mundo es impagable”.
Un año después, tuvo a un campeón mundial con Uruguay en 1930 como técnico: Juan Peregrín Anselmo, quien también sacó campeón uruguayo a los mirasoles.
En la Copa Libertadores de 1965 vivió un partido memorable en Vila Belmiro.
“A los 6 minutos, perdíamos 3-0. Se pusieron 5-2 arriba, y les hicimos dos más: 5-4 y casi les empatamos. Ese día, le atajé un penal a Pelé”, recuerda.
Y cuenta cómo era Pelé: “Era un tipo normal. Nadie le había atajado un penal y me tocó a mí. Siempre estábamos frente a frente, porque también lo enfrenté cuando jugué en Palmeiras. Era un fenómeno, un crack, muy sencillo. Muy querido por todo el mundo. Le pegaba con las dos, pasaba, eludía y saltaba muy bien. Era una pantera”.
En 1965 pasó a Palmeiras. “Me trataron notablemente. Fuimos campeones paulistas en 1966 y el grupo era muy bueno. Pero me lesioné los meniscos y volví a Montevideo”.
Así llegó “accidentalmente a Cerro, a través de un amigo, Roberto Correa, uno de los primeros contratistas que había acá, me llevó. Fue en 1968”.
Con la selección uruguaya, tomó parte del Mundial de Chile 1962, aunque no jugó ya que era suplente de Roberto Sosa.
“Fue lindo vivir un Mundial por dentro. Juan López, Hugo Bagnulo y Roberto Scarone formaron el trío de técnicos. Casualmente, yo había sido dirigido por todos”.
En un amistoso con la celeste, enfrentó a Unión Soviética en el Centenario y enfrente estaba nada menos que el golero Lev Yashin.
“Nos saludamos antes del partido. Era un arquero tremendo. Salidor del arco, buen físico, el mejor que vi”, cuenta.
Su amigo Coco Bentancur, muy conocido por organizar bailes, lo llevó a Colón en 1974. “Entrenábamos en Pajas Blancas y yo ya me había retirado, pero les daba una mano”.
Sigue teniendo toda la humildad del mundo y mantiene su buen humor para recordar lo que fue su vida futbolística. Seis veces campeón uruguayo, –el quinquenio y en 1964–, ganó las dos primeras Libertadores, y la Copa Intercontinental 1961. Es la gloria viva más grande de Peñarol.
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