Agustín Silva fue asesinado a pocos metros de su casa

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La historia del policía al que lo vigilaban, lo asesinaron y no le robaron nada

Ante el aumento de los asesinatos a policías, los sindicatos de los uniformados insisten con una ley que les dé más garantías para responder a los disparos
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14 de mayo de 2018 a las 05:00
Un grupo de cincuenta policías y familiares caminaba despacio y en silencio, siguiendo los pasos de una mujer de cabello oscuro que lucía despeinado. Ella vestía de un modo informal que contrastaba con los trajes oscuros y los uniformes de los agentes. Era el mediodía del jueves 3 de mayo, poco más de 12 horas después del tercer asesinato a un funcionario policial en 2018, y el cortejo ingresaba a la sala para despedir al difunto. Beatriz llevaba una blusa roja abierta y caminaba encorvada, con el vencimiento a cuestas. Su tía, Abdulia Perera, la sostenía del brazo.

El cortejo se detuvo ante el sonido monocorde, estremecedor y constante que comenzó a serpentear lentamente el velatorio. Al fondo, por entre las gorras y algunas hombreras, podía confirmarse su origen: Beatriz, ya despegada del grupo, estaba prendida a la frente de su esposo, un cabo de 42 años que a las 23 horas del miércoles fue emboscado por dos hombres que le dispararon en el pecho y la cabeza.

Ella estaba con él porque venían de comprar hamburguesas, un antojo que su esposo concedió porque ese día, que no le tocaba trabajar, había cobrado el sueldo. Faltaban pocos metros para que llegaran a su casa –en el barrio de Los Manzanos, en Progreso– cuando una moto cortó el paso de la suya y ella salió corriendo por orden de su marido, la única reacción posible a la que acudió Agustín Silva antes de que le dispararan. Los dos atacantes se subieron de nuevo en su moto, y se fueron despacio, mientras Beatriz gritaba desesperada que la ayudaran.

Aunque las investigaciones sobre quiénes eran esos hombres y cuál fue el motivo del homicidio todavía están en curso, el Ministerio del Interior tipificó el hecho como una "tentativa de rapiña" cuando lo informó. Pero nadie en el velorio creía que así fuera. No le robaron la moto, ni la plata, ni su arma. Patricia Rodríguez, presidenta del sindicato policial de Montevideo (Sifpom) sintetizó afuera, bajo el sol, lo que algunos murmuraban en la sala Villamayor: "Agustín no era querido por la delincuencia. Estaba amenazado por ser muy frontal y derecho".


Cuenta su familia que, en los últimos meses, este funcionario del Programa de Alta Dedicación Operativa –un cuerpo que se dedica al patrullaje em aquellas zonas donde la Jefatura de Policía registra la principal actividad de la delincuencia–, debía elegir distintos caminos cuando salía de su casa, para despistar a quienes lo seguían para todos lados.

La fiscal del caso, Silvia Blanc, dijo que conocía esas versiones, pero como ningún familiar o allegado a Silva se lo declaró personalmente, no puede dirigir las investigaciones solamente en esa dirección. Sin emabrgo, la fiscal confirmó que ninguna de las pertenencias que llevaba Silva fueron robadas, así como tampoco las que llevaba Beatriz. "Estamos trabajando arduamente, pero por ahora no tenemos ninguna pista", aseguró. Sobre las amenazas, dijo que es una hipótesis que no se puede descartar.

Desamparo

Beatriz por fin soltó el cuerpo de su marido y se sentó a pocos metros. Su llanto cesó y el silenciovolvió a tomar la sala. Perera, siempre a su lado, se incorporó y dijo: "Todos ustedes que son policías únanse para dar batalla. Realmente están desamparados, pero si logran unirse hacen la fuerza. Una familia totalmente destrozada..."

Quienes la escuchaban no hacían otra cosa que mirara al suelo. El grupo entero se apretó más todavía, rodenado el cuerpo de Agustín Silva y su familia.

"Era un hombre que batalló, que luchó –siguió hablando Perera–. Están totalmente desamparados y afuera están haciendo lo que quieren".

El asesinato a este policía es el tercero del año, tan desgarrador como el de Juan Carlos Oviedo (25) en abril, que intentó detener un asesinato en Quebracho (Paysandú) y murió en el intento, o el de Fernando Farinha (41), que custodiaba en Salto la casa de una mujer que había denunciado a su expareja por violencia doméstica, y falleció un día de marzo a manos de ese hombre, que luego también mató a la mujer.

A estos tres episodios –uno por mes– deben sumarse los otros tres que hubo el año pasado: el último de 2017 fue en diciembre, cuando murió Luis Moreira (44) durante un asalto a un supermercado en el Cordón.

El Sifpom reclama –en realidad, todos los sindicatos policiales– la aprobación del proyecto de ley–presentado en 2016– que procura extender la figura de la legítima defensa a las actuaciones de los policías, de modo de que tengan más garantías para responder los disparos. Entre otros puntos, también propone aumentar las penas para los casos de homicidios a los agentes.

"Pero tenemos que decidirnos", dijo Patricia Rodríguez: "Todos piden mano dura, pero cuando se aplica, filman al policía, lo critican... ¿Qué Policía queremos? Debemos tener claro cómo se quiere que actuemos", añadió.


Por otra parte, nadie duda –ni el sindicato ni en el gobierno– que los asesinatos a los uniformados han aumentado igual que lo hicieron todos los homicidios en los últimos años, pero ante el requerimiento de El Observador, el Ministerio del Interior no brindó esa información.

En casi todos los casos, intervino la Unidad de Víctima del Ministerio para asesorar a los familiares, darles a conocer sus derechos y conectarlos con los prestadores de salud que pueden atenderlos. Pero el caso de Silva demandó de este departamento una particular atención, ya que la mujer que quedó sola dependía íntegramente del sueldo de su esposo, y debe mantener dos hijas chicas.

Además, al haber sido testigo de un asesinato, se la considera en riesgo, dijeron fuentes de la Unidad, y por tal motivo sigue de cerca su situación y mantiene una comunicación constante con la Fiscalía.

El sindicato policial, que este jueves promovió una manifestación en Las Piedras en contra de la inseguridad y las muertes de policías, también se comprometió –como lo ha hecho otras veces– a capacitarla y ayudarla a conseguir trabajo. Pero eso no será pronto: su mirada se extravía a diario y hay que golpearle las mejillas para que conecte con la realidad, contó su tía.

Las autoridades no la dejan descansar, porque la interrogan todos los días. "Y tiene miedo de todo: siente el ruido de una moto y se desespera", dice su familiar.

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