Opinión > HISTORIA RECIENTE

La historia en pedacitos de Mujica, Kusturica y Rivera Elgue

Pasaron 35 años del retorno a la democracia y cuesta mucho encontrar un relato más o menos completo y sincero de lo que llamamos “historia reciente”
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24 de febrero de 2020 a las 05:00

Las declaraciones de Rivera Elgue me hicieron volver a 1988. Entonces, con Álvaro Diez de Medina, le hicimos una larga entrevista al general Iván Paulós.

Ya iban más de tres años de recuperada la democracia. Paulós estaba retirado y presidía el Centro Militar.

La entrevista se publicó en la revista Punto y Aparte y los dichos del general retirado fueron titulares de primera plana durante varios días.

“Cuando hablamos de decenas de desaparecidos o de muertos, es una insignificancia para lo que se logró”, dijo Paulós defendiendo la actuación de las fuerzas armadas durante la dictadura. “Acá vivimos una guerra. ¿Cómo quieren que sea una guerra? Y una guerra tan especial como ésta, donde no hay frentes, donde no hay uniformes. ¿Cómo pretenden que se extirpe un cáncer, como era la acción subversiva, sin que quede por lo menos una cicatriz, señores? No sean tan exigentes. Sean más razonables”.

En la entrevista, Paulós admitía que las fuerzas armadas habían tenido “cientos de errores”. Pero hasta ahí llegaba. Eran errores puntuales, casos concretos con responsables individuales que no manchaban a las fuerzas armadas.

Pocos años después, en 1991, el periodista César Di Candia publicó en el semanario Búsqueda una entrevista al general retirado Hugo Medina que hizo historia y que se recuerda hasta hoy, entre otras cosas porque en ella el militar admitió haber ordenado “apremiar” prisioneros.

Medina planteó el mismo argumento que Paulós: fueron pocos muertos para lo conseguido. Fueron casos individuales que no comprometen a todas las fuerzas armadas.

“Lo dije en un reportaje televisivo que me efectuó su colega Neber Araújo: acá hubo 5.000 presos. Aplicando criterios que no eran los nuestros, pudo haber habido 4.000 muertos y no los hubo. Los muertos fueron muy pocos”, dijo Medina. “Se los capturaba, se los sometía a interrogatorios, se les sacaba información y se los enviaba a la cárcel”.

Recordé las entrevistas a Paulós y Medina porque, más de 30 años después, las recientes declaraciones del coronel retirado Rivera Elgue, futuro subsecretario en democracia, retomaron aquellas viejas argumentaciones.

“Si la institución hubiese actuado mal, tendría que haber muchos más desaparecidos. Muchos estuvieron presos, pero hoy están vivos y están en libertad y fueron reparados. Pero no hay miles de desaparecidos en Uruguay”, le dijo a Elgue a La Diaria y afirmó que en la dictadura hubo “solamente 32 desaparecidos”.

Paulós y Medina. Pocos muertos. Responsabilidades individuales.

Medina le dijo a Di Candia en 1991: “Creo que ninguna de esas personas murió por voluntad del matador. Murieron por exceso, porque a quienes interrogaban se les fue la mano”.

Elgue le dijo a La Diaria en 2020: “La institución en su conjunto no actuó mal. Hubo hombres que se equivocaron y actuaron mal”.

Las declaraciones del futuro subsecretario sorprendieron porque hace mucho que no se oye algo así de boca de un político. El relato de los generales golpistas hace años que perdió toda credibilidad. Ya exhibía gruesas fisuras cuando hablaron Paulós y Medina. En su entrevista, Paulós no pudo encuadrar el caso Roslik en su línea argumental y admitió que había sido un “hecho lamentable”. Medina no pudo responderle a Di Candia por los tupamaros fusilados tras el asesinato del coronel Trabal y admitió que había sido “un lamentable gesto”.

Ha corrido mucha agua desde entonces, hoy sabemos mucho más sobre la dictadura y aquel relato se ha derrumbado por completo. Cito solo algunos pocos hitos, entre muchos otros:

En 1996 el capitán Tróccoli reconoció haber tratado “inhumanamente” a quienes consideraba sus enemigos durante el régimen. En 2002 apareció Simón Riquelo separado de su madre, en Buenos Aires, por oficiales uruguayos. En 2005 la Fuerza Aérea admitió que trajo desde Argentina un contingente de prisioneros que están desaparecidos (ya no son “solamente 32” los desaparecidos). En 2011 se encontraron los restos del maestro Julio Castro (¡un maestro!) y resultó que había sido ejecutado con un tiro en la cabeza. Hoy se sabe que la madre de Macarena Gelman fue traída a Uruguay y acá se esperó que tuviera a su hija y se la asesinó. Los testimonios acumulados en estos años sobre la tortura en unidades militares son tantos que ya nadie puede negar que fue una práctica generalizada, con la honrosa excepción de algunos oficiales que se negaron y muchas veces fueron relegados por ello. También está claro que el uso utilitario de la tortura (que no la justifica, por supuesto), dio paso luego, conforme se naturalizó su uso, a un sádico ensañamiento con prisioneros inermes, mujeres incluidas, que ya no tenía como objetivo obtener información sino solo degradar y atormentar a gente indefensa.  

“La institución en su conjunto no actuó mal”, dijo Elgue. Esa afirmación hoy ya no se sostiene. Por poner solo un ejemplo: ¿acaso en el uso de generalizado de la tortura se actuó bien?

En cambio, el futuro subsecretario acierta en una parte menos difundida de su entrevista con La Diaria.

Antes de que llegara la dictadura, dijo Elgue, “no estaba bien que hubiera un movimiento subversivo que robara armas, que atacara, que secuestrara, que matara. No estaba bien eso. Tampoco estaba bien que en la Universidad de la República se fabricaran bombas. Yo he estado en algunas misiones de paz, y cuando vos ves que la vida no se respeta, después el límite… no hay límite”.

¿Alguien puede discutir que en eso Elgue tiene razón?

Sin embargo, esta segunda parte de la verdad es negada por los “coroneles retirados” del otro lado y silenciada por buena parte de la izquierda uruguaya.

Los ejemplos sobran y son muy abundantes y recurrentes. El último lo aportó la dupla Mujica-Kusturica hablando de la toma de Pando como si hubiera sido un pijama party.

¿Y los cinco muertos?

Bien, gracias.

En la película, Mujica, mirándose el ombligo, dice que, como se hizo más sabio en prisión, todo lo ocurrido fue para bien. ¿Y para los muchachos que el MLN reclutó también fue para bien? ¿Y para las víctimas del MLN y sus familias? ¿Y para el Uruguay?

Hace unos días, en Desayunos Informales, entrevistamos al coronel retirado Roque Moreira, candidato a intendente en Artigas, integrante de Cabildo Abierto. La entrevista tuvo repercusión porque se negó a llamar “dictadura” a la dictadura, otro relicto del viejo relato militar. Pero también afirmó otra cosa: conoce en Artigas a un hijo de uno de los cuatro soldados ametrallados por el MLN dentro de un jeep en 1972. Y nunca nadie se interesó por él ni por su familia, nadie lo conoce. No emplear la palabra dictadura, es insostenible. Los del hijo de uno de los cuatro soldados, seguro que es cierto.

Ese es el drama del Uruguay: han pasado 35 largos años desde la recuperación de la democracia y es muy difícil encontrar un relato sincero y completo de la llamada historia reciente. Nos haría mucha falta para comprender qué nos pasó y no caer nunca más en las mismas trampas y errores.

Lo que abunda, en cambio, son relatos parciales, llenos de medias verdades y muchas sombras y silencios. Los políticos recuerdan el golpe de junio, pero tratan de olvidar el de febrero cuando miraron para el costado. La prensa nunca hizo una autocrítica de su papel en aquellos años. Las Fuerzas Armadas actuaron bien y no tienen nada que reprocharse porque lo único malo fueron las macanas de unos pocos. El MLN defendía la democracia, no mató a nadie, la foto de los cuatros soldados del jeep la trucaron, lo de Pando fue cool y después tomaron cerveza.

Son historias falsas que sirven para reforzar la lealtad de la propia tribu y que se retroalimentan. Cada actor de aquel drama precisa de la insinceridad de los otros porque ella es su mejor argumento. Rinde mucho. Junta votos.

Pero no es verdad.

No ayuda “al estado del alma”.            

Nos expone a repetir otra vez los mismos horrores.

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