Thomas Quick, el Hannibal Lecter sueco

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La increíble historia del Hannibal Lecter sueco, el asesino en serie que jamás mató a nadie

Thomas Quick fue detenido por asaltar un banco disfrazado de Papa Noel. Durante los siguientes diez años confesó 39 asesinatos. La Justicia lo condenó, pero era todo falso
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29 de mayo de 2022 a las 05:00

“¿Qué puedo hacer si yo no cometí esos asesinatos? ¿Estoy atrapado?”, preguntó el hombre calvo que impresionaba a todos con su mirada fría y penetrante cuando daba los detalles más escabrosos de sus crímenes. Sin embargo, al hacer esa pregunta no miraba así; al contrario, parecía desesperado.

“Es tu oportunidad, decime la verdad”, le respondió el periodista Hannes Råstam.

La conversación tuvo lugar a mediados de 2004 en la Clínica Säter de Estocolmo, una de las instituciones psiquiatras más prestigiosas de Suecia, y a partir de ella no sólo se derrumbó ladrillo por ladrillo la historia del mayor asesino en serie del país, sino que la policía y la Justicia suecas se sumergieron en el peor de los ridículos.

El hombre calvo se llamaba Thomas Quick, aunque su partida de nacimiento decía que era Sture Ragnar Bergwall, y durante más de diez años había confesado 39 asesinatos que, decía, había cometido entre 1964 y 1991. Había matado hombres, mujeres y niños. A muchos los había descuartizado y disparado sus restos por lugares remotos, donde nadie los podría encontrar; a otros se los había comido ensayando diferentes platos, todos fuertemente sazonados.

Basándose casi exclusivamente en sus confesiones, la justicia sueca lo había condenado por ocho asesinatos, los otros todavía estaban por probarse.

La prensa lo había bautizado “El Hannibal Lecter sueco”, por el parecido de sus crímenes con los del personaje de Anthony Hopkins en “El silencio de los inocentes”. Lo que hasta ese momento no sabían los policías que lo habían investigado y los jueces que lo condenaron era que los asesinatos que Quick había confesado eran tan ficticios como los de Lecter en la película.

Porque “El Hannibal Lecter sueco” no era más que un personaje construido por Thomas Quick. El problema fue que todo el mundo le creyó. Todo el mundo menos dos periodistas desconfiados: Hannes Råstam y su colaboradora Jenny Küttim.

Thomas Quick durante el juicio

El asesino que nadie buscaba

Hasta que Quick confesó sus supuestos crímenes, nadie buscaba a un asesino en serie por la sencilla razón que no había cadáveres.

Sture Ragnar Bergwall, nacido en 1950, cargaba con la historia de ser el hijo díscolo de una familia ultrarreligiosa que desde su adolescencia lo había rechazado por dos pecados que no le podía perdonar: la homosexualidad – que trataba de reprimir - y la adicción al alcohol y las drogas.

El tipo había tenido una vida oscura y casi marginal hasta que en 1991, a los 41 años, irrumpió disfrazado de Papa Noel en un banco e intentó asaltarlo. Fue hasta una de las ventanillas, sacó un cuchillo de cocina y amenazó al cajero para que le entregara el dinero. Lo redujeron en segundos.

El hombre no se mostraba muy equilibrado, de modo que cuando su abogado pidió que lo trasladaran a un hospital psiquiátrico para tratarlo de sus adicciones se lo concedieron.

Lo enviaron a la Clínica Säter, donde comenzó a tratarlo un equipo de salud mental dirigido por la psicoterapeuta, Margit Norell, una prestigiosa profesional especializada en el estudio de la mente criminal.

El intento de asalto del nuevo paciente llamaba la atención por lo bizarro, pero no era motivo suficiente para que Norell le prestara mucha atención. La situación cambió radicalmente cuando Bergwall llevaba cerca de un mes internado y en una sesión de análisis le pidió a la psicoterapeuta que lo llamara Thomas Quick y le confesó que era un asesino en serie.

Thomas Quick junto con el periodista que investigó su caso

Le dijo que había cometido su primer asesinato a los 14 años, cuando había violado y matado a otro chico llamado Thomas Blomgrem. Que en su memoria quería que lo llamaran Thomas y que prefería cambiar su apellido paterno por el de su madre, Quick.

Durante los meses y los años siguientes confesó otros 38 asesinatos, perpetrados en Suecia y en Noruega. De todos dio detalles de truculenta precisión. Contó cómo había violado y asesinado a cada una de sus víctimas, también que en algunos casos, no en todos, las había descuartizado y se las había comido. Hasta relató cómo preparaba sus platos, bien sazonados.

Creer o reventar

El caso llegó a los medios de comunicación, donde ocupó páginas enteras de diarios y revistas y largas horas de radio y televisión. La policía y la justicia sintieron el impacto: había que resolver rápidamente los casos. No parecía difícil: Quick daba todos los detalles que le pedían, el único problema era que no se encontraban los cuerpos.

En 1998 – como parte de su seguidilla de relatos truculentos – “El Hannibal Lecter sueco” confesó que en 1988 había matado a Therese Johannessen, una nena de nueve años a la que se consideraba desaparecida, y dio la ubicación precisa del cadáver. Dijo que la secuestró, la mató rompiéndole el cráneo a golpes y que tiró los restos a un lago. La policía drenó el lugar – no era un lago sino un pantano – pero no encontró nada. Sin embargo, cerca del lugar, un agente encontró un trozo de hueso, presumiblemente craneano, que a simple vista los forenses identificaron como un fragmento de cráneo de un niño menor de 14 años. Eso fue suficiente prueba.

Solo en base a sus confesiones, entre 1993 y 2003, Sture Ragnar Bergwall, alias “Thomas Quick”, alias “El Hannibal Lecter sueco” fue condenado por ocho de los 39 asesinatos, pero la justicia sueca se mostraba optimista en resolver el resto de los casos. En todo ese tiempo, la única prueba material de esas muertas era el “fragmento de un hueso de cráneo” hallado cerca del pantano.

Ni los especialistas en salud mental que lo trataron, ni la policía ni los funcionarios judiciales pusieran jamás en tela de juicio la veracidad de los hechos que Bergwall relataba.

Dos periodistas desconfiados

Quizás al único que no le cerraba bien todo el asunto era el periodista sueco Hannes Råstam y decidió investigar en serio, esto es, confrontar los dichos del “mayor asesino en serie de Escandinavia” con las pruebas materiales que existían de ellos.

Como primer paso consiguió el acceso a todos los documentos de las investigaciones de la policía y de la justicia. Con su ayudante, la joven Jenny Küttim, los examinaron a fondo y no tardaron en llegar a una conclusión inquietante: a excepción de ese pequeño fragmento de hueso, jamás se había encontrado un cadáver. Ninguno de las confesiones de Bergwall-Quick podía comprobarse de manera incuestionable; en realidad, de ninguna manera. En otras palabras, sospecharon que todo el caso se basaba en sarasa.

Thomas Quick en la infancia

“Revisamos todo, todo, incluido su historial médico completo que, según la investigación policial, dejaba absolutamente clara su culpabilidad. Pero, obviamente, no era así”, contó Jenny Küttim a la BBC.

Pidieron y obtuvieron permiso para entrevistar a Bergwall en el hospital psiquiátrico y le pidieron que volviera a contar – ahora a ellos – sus crímenes. El supuesto asesino en serie volvió a dar todos los detalles, pero Råstam y Küttim hicieron lo que nadie había hecho: repreguntar cuestionando sus relatos.

Acorralado por las preguntas, Bergwall-Quick se contradijo una, dos, tres, diez veces hasta que una mañana de mediados de 2004 se quebró.

-¿Qué puedo hacer si yo no cometí esos asesinatos? ¿Estoy atrapado? – les preguntó.

-Es tu oportunidad, decime la verdad – le respondió Råstam.

Y Sture Ragnar Bergwall o Thomas Quick la contó.

La verdadera confesión

“En la clínica hay muchos criminales violentos y yo les tenía miedo. Tenía que contar algo fuerte para destacar, para que me prestaran atención y me temieran. No me imaginé las consecuencias, simplemente seguí adelante y fue sumando un asesinato detrás del otro”, confesó en su primera confesión verdadera.

También contó cómo elegía los crímenes para que le creyeran. Investigaba en la biblioteca casos de desapariciones no resueltas, recogía toda la información cierta que había sobre ellos y a su alrededor construía en la historia. Esa mezcla de datos “ciertos” – simplemente porque habían salido en los diarios – con sus ficciones le daban credibilidad a los relatos, aunque no pudieran probarse.

Quick no temía ser castigado por esos crímenes, aunque lo creyeran culpable no lo iban a sacar del psiquiátrico para llevarlo a una cárcel, lo protegía su condición de “enfermo mental”.

Cuando Hannes Råstam publicó los resultados de la investigación se desató el escándalo: La justica y la policía suecas quedaron en ridículo.

El trabajo de los dos periodistas, que desmontó todas y cada una de las falsas confesiones de Bergwall-Quick, obligó a la justicia sueca a revisar su caso. Las ocho condenas fueron anuladas y se detuvieron los procesos por los otros supuestos 31 crímenes del mayor asesino en serie de la historia del país.

Thomas Quick – con su cambio de nombre legalizado – fue liberado poco después. Hoy vive en un lugar desconocido de Suecia.

 

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