Perseguido por millonarias demandas y sin auspiciantes, el exciclista se vio obligado a vender su mansión y a comprarse otra más modesta de “solo” US$ 4,3 millones; además lo sigue la justicia
Lance Armstrong se siente contra las cuerdas. Ya no en defensa de su gloria deportiva que nunca fue tal. Lo que está ahora en juego es el millonario patrimonio que amasó como fruto de sus tramposos éxitos en el mundo del ciclismo.
Después de confesarle en febrero de este año a la conductora televisiva Oprah Winfrey que utilizó sustancias dopantes para mejorar su rendimiento deportivo, Armstrong cayó definitivamente en desgracia.
El efecto que causó su confesión fue mucho más devastador que el que sufrió el año pasado.
Primero cuando la Agencia Nacional Antidopaje de Estados Unidos lo sancionó de por vida en agosto. Y después, cuando la Unión Ciclista Internacional hizo efectivo ese castigo desposeyéndolo en octubre de todos sus famosos siete Tours de Francia y de su medalla olímpica.
Poco tiempo después de su confesión la empresa deportiva SCA Promotions le demandó judicialmente la devolución de US$ 12 millones.
Armstrong reconoció que tras su confesión, dejó de embolsar US$ 75 millones en concepto de patrocinios.
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