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La política exterior y el riesgo de la neutralidad

La crisis en Venezuela y la forma en que el régimen de Maduro reprime a quienes se manifiestan contra su gobierno, ya está hoy sobre la mesa de la Corte Penal Internacional (CPI). Tarde o temprano, la cúpula que hoy integra este régimen tendrá que dar la cara ante ese tribunal con sede en La Haya.
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11 de marzo de 2019 a las 05:02

Fomentamos siempre, desde el principio, el diálogo y la solución pacífica de la crisis que experimenta Venezuela. No nos duelen prendas: no somos neutrales. No somos neutrales” señaló con firmeza el presidente Tabaré Vázquez el pasado 1° de marzo en su rendición de cuentas en el Antel Arena. Esto no es lo mismo que la cancillería uruguaya dice sobre la posición de Uruguay. Concretamente en el comunicado fechado el 30 de enero de 2019, en el que Uruguay y México invitan a conferencia internacional sobre la situación en Venezuela, nuestro país se presenta con una “posición neutral frente a Venezuela”. Más allá de la clara contradicción en el seno del ejecutivo sobre un tema tan sensible para nuestra política exterior, centrémonos en cómo una gran parte del mundo percibe hoy a la actitud de Uruguay frente a Venezuela: neutral ante las violaciones a los derechos humanos del régimen de Nicolás Maduro.    

¿Acaso alguien se opondría a dialogar para solucionar un conflicto? ¿Quién se opondría a promover la paz en lugar de la violencia? En nuestros tiempos, estas opciones parecen incuestionables cuando se las presenta sin más preámbulos. Sin embargo, el sentido de estas preguntas cambia cuando se le incorporan variables que describan más detenidamente a la disputa en cuestión. Ilustremos esto con un ejemplo básico: por un lado, un hombre adulto agrede a otro de su misma edad; por otro, un hombre adulto agrede a un niño. En los dos casos podemos hablar de un conflicto, pero fácilmente podemos percibir que el tipo de conflictividad en ambos casos es muy diferente. El nivel de un conflicto lo podemos entender mejor cuando tenemos más elementos para comprender el grado que lo puede describir. De aquí que una inmensa parte de la historia la escribieron los testigos.  

La crisis en Venezuela y la forma en que el régimen de Maduro reprime a quienes se manifiestan contra su gobierno, ya está hoy sobre la mesa de la Corte Penal Internacional (CPI). Tarde o temprano, la cúpula que hoy integra este régimen tendrá que dar la cara ante ese tribunal con sede en La Haya. Como jamás había pasado en la historia de esa Corte, Estados parte del Estatuto de Roma pidieron abrir un procedimiento contra otro estado miembro. Esto fue lo que hicieron en septiembre de 2018 Canadá, Argentina, Chile, Colombia, Paraguay, Perú y Canadá. Es imposible mirar para otro lado cuando hay tanta claridad y contundencia sobre la existencia de una crisis humanitaria en crecimiento. Cifras actualizadas a febrero de 2019 por Acnur, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, confirman que el flujo de venezolanos continúa creciendo, y alcanza ahora la cifra de 3,4 millones. Hoy, no hay mejor testigo para preguntarle por qué Venezuela llego a esta crisis que a los propios venezolanos que llegan a nuestros países buscando una vida algo más digna. Las crisis migratorias generan que aquellos que realmente quieran entender el origen de un problema, puedan construir sus argumentos hablando con los verdaderos testigos. 

Venezuela va de mal en peor y se acerca cada vez más a un abismo político. Basta con ver las milicias ya organizadas como brazo armado del régimen de Nicolás Maduro: hombres encapuchados, vestidos de civiles recorriendo las calles y amenazando a quien se oponga al régimen. Son los mismos que solo el pasado 23 de febrero, día en que se pretendía ingresar ayuda humanitaria al país, mataron a sangre fría a 4 personas e hirieron a otras 20.  

El debate no es solo sobre el colapso final, sino sobre su origen 

Hoy, todo el discurso pasa a centrarse en el riesgo de una intervención militar –que por cierto siempre ha tenido finales lamentables– pero pocos se animan a asumir las razones que en gran medida llevan a países al borde de estos precipicios. La consideración de una intervención militar es, en gran medida, la consecuencia del desgaste generado por un régimen al que sus aliados le siguieron dando oxígeno para seguir reprimiendo al pueblo. En un mundo en el que las víctimas que hoy padecen al régimen claman por libertad en los hospitales desabastecidos, en las calles o incluso como exiliados en nuestros propios países, no se puede pretender que todos los países del mundo reaccionen con la misma pasividad que el gobierno uruguayo. Es de esperar que ante la asfixia que genera un régimen como el que hoy padecen los venezolanos, se evalúen todas las alternativas posibles para que llegue a su fin. Esto no significa afirmar que todas las alternativas serían acertadas. Pero lo que pocos parecen dudar es en denunciar clara y tajantemente a un régimen aferrado al poder. Es por eso que muchos países continúan insistiendo y presionando internacionalmente para que Maduro termine con la represión y llame a elecciones en las que se permita ingresar a observadores internacionales independientes. 

No debemos olvidar que la neutralidad política en contextos de clara violación a los derechos humanos esconde una comodidad políticamente cruel: si nada pasa, y todo sigue igual, seguirán pidiendo diálogo (mientras miles seguirán muriendo en manos de la violencia del régimen y el fracaso de sus políticas); si algo pasa y la violencia extranjera se intensifica, declararán victoria con una nota que en resumen dirá “yo les dije, era mejor dialogar”. Ambos escenarios contienen violencia. 

En cambio, cuando los neutrales se atreven a denunciar a un régimen, no solo le estarán haciendo perder un aliado “pragmático” y sumando mayor presión para que desista continuar reprimiendo al pueblo. También estarán salvando su propia historia. Si algún día nada prospera, los Estados que no fueron neutrales ante flagrantes violaciones a los derechos humanos, podrán, al menos, dejar en claro ante las generaciones que vendrán que siempre han estado del lado correcto de la historia: el que se opuso a la represión. 

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