Una cosa son los campeonatos locales e internacionales. Otra, las eliminatorias mundialistas. Ambas prácticas se llaman fútbol, pero no son lo mismo. La gran diferencia entre las dos realidades la marca el tiempo, marca registrada de la vida. Minutos y segundos son distintos, y esa diferencia hace que la emoción oscile entre lo sublime y el desastre anímico más bestial, según lo dicten los resultados. Quienes hayan visto los 30 minutos de tiempo suplementario del partido entre Argelia y Camerún disputado en el Stade Mustapha Tchaker, en Blida, ante 35 mil espectadores, sabrán a qué me refiero, aunque eso no implica que puedan saber a ciencia cierta cómo fue que pasaron las cosas en segundos intensos que dieron la impresión de haber durado horas por todo lo ocurrido en ese periodo de efímero entretenimiento que, no obstante, permanecerá imborrable en la memoria de quienes lo vimos. El ejemplo funge de referente respecto a lo que representan las eliminatorias y el misterioso tiempo de lo absoluto que las define como categoría aparte. Argelia hizo el gol del empate, que lo clasificaba a Catar, en el minuto 119. Supusimos que el resultado era inamovible porque el cronometro lo favorecía, y por la escasa imaginación futbolística de Camerún, rival menor, que fue favorecido dos veces en el mismo partido por la fortuna.
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