Opinión > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

La re-boda de Luis y Sofía

Un futbolista famoso y su esposa celebraron en un lujoso hotel la vigencia de su amor
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04 de enero de 2020 a las 05:04

El Uruguay es un país genial. No me van a decir que no. En tiempos post elecciones presidenciales, no hablamos de recuento de votos, sino de renovación de estos. No de listas partidarias, sino de lista de invitados. No de urnas repletas de votos, sino de dos seres llenos de amor.

Luis y Sofía. Dice el poema de Gabriel Celaya La poesía es un arma cargada de futuro: “Para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica”. La palabra “sí” suele tener efectos sumamente positivos, sobre todo en situaciones amorosas en las que una pregunta clave tiene papel estelar.

Un matutino montevideano tituló días atrás una de sus notas: “Todos los detalles de la fiesta en la que Luis Suárez y Sofía Balbi volvieron a darse el sí”. Los políticos se dan abrazos, y los enamorados el “sí”, siendo incluso capaces de repetirlo a raíz de un aniversario no luctuoso. 

A lo largo de la vida, y aunque no siempre den el mejor ejemplo, los enamorados se dan muchas cosas (más regalos que golpes, quiero suponer) y unos cuantos sí que glorifican, uno de ellos con mayor preponderancia que los demás. Luis y Sofía viajaron desde Barcelona miles de kilómetros, atravesaron un océano quijotesco que es ancho, para llegar a un remoto confín sureño donde hicieron lo que vemos en el VAR en estos días: replay. Repetición de síes. Fue el replay de una boda varios años después de ocurrida. Y puesto que vivimos en tiempos extremadamente generosos en cuanto a opciones de todo tipo, inclusive a la hora de recasarse (la RAE deberá considerar la aceptación oficial del término), la pareja hizo realidad el sueño de ser novios otra vez, después de ser ya cónyuges como desde hace diez años lo son. La renovación de votos de no castidad contó con 160 invitados (más gente de la que va a un partido de la divisional B). Fue un carnaval varias semanas antes del Miércoles de Ceniza. Hubo música, guardaespaldas, cazadores de selfies, chocotortas de Botana (en México botana es aperitivo), carritos no de choripanes sino de golf, y si bien por corrección política seguramente no se contaron chistes verdes, ofició la ceremonia un cura con apellido ecológico: Verde.

Nunca me ha gustado criticar lo que hace la gente con su dinero, en qué lo gasta o dilapida. Si lo derrocha, es porque lo tiene, aunque haya millones que carecen de todo y vivan en situación de pobreza extrema, de nada completa. Por lo tanto, no voy a decir, tal cual convendría, que me pareció una banalidad con mucho de obsceno exhibicionismo que el conocido futbolista practicara el despilfarro en nombre del amor (a una mujer, no a una camiseta) en una playa uruguaya, aunque lo mismo hubiera sido en Bolivia o Vietnam. El propietario del hotel, y quienes fueron contratados para trabajar en la logística del evento (culinaria, de seguridad, y de divertimiento), todos los cuales han de haber hecho unos cuantos billetes verdes a raíz de la singular muestra amatoria, van a ser los primeros en aborrecer mis comentarios. 

Por otra parte, vivimos en tiempos en los que la gente, más que nunca antes en la historia, se ha hecho adicta al entretenimiento, y lo busca en todas partes, ya no solo en formas tradicionales como la literatura, el cine o la televisión. Las idioteces que pueda decir un influencer en su cuenta de Instagram, o las imágenes de escabrosa explicitud provenientes de los noticieros, entretienen tanto como conocer lo más posible sobre la intimidad de los llamados famosos, digo “llamados”, pues hoy en día todo es tan volátil, que de un saque la fama puede dejar de llamar a los famosos. 

Lo ocurrido días atrás a corta distancia de Punta del Este fue parte de un circo universal proliferante, en cuyo escenario sobresale condescendiente la condición humana. El tema de las bodas (y ahora también las re-bodas) de celebridades genera un incomprensible interés que en infinidad de aspectos tiene mucho de oligofrenia colectiva. ¿Qué de tan diferente puede tener la boda de alguien famoso? Nada, absolutamente nada. Nada. Es –y que el amor me perdone– todo exactamente igual, sin nada peculiar que amerite y justifique tanto ruido por tan pocas nueces. La única diferencia entre la boda o re-boda de un don nadie y la de otro donde nadie puede entrar, es la alfombra roja, por encima de la cual ricos y famosos caminan como si fuera la de Aladino. Otra, es que en la boda de un desconocido hay papas chips y papás, y en la de un famoso paparazis. Hasta ahí las diferencias. ¿Por qué entonces tanta alharaca cuando un famoso decide casarse o celebrar la no llegada del divorcio tras una década ininterrumpida de convivencia? Habrá pues que aceptar que la crisis de las formas tradicionales de entretenimiento es mayor de lo que creíamos.

Al tipear en Google Search la frase, “Todos los detalles de la fiesta de casamiento de…” aparecen unos 22.000.000 de resultados. El inventario, tal cual la imponente cifra lo destaca, es amplísimo y genera inútiles distracciones, ideales para perder el tiempo. Dado el imperio de las circunstancias, y para conocer más sobre algo que no me interesa, pasé horas en el buscador informándome sobre las bodas de gente que además de ser famosa cree en las bondades del casamiento. Fue así que pude enterarme del casamiento de Sergio Ramos (futbolista del Real Madrid), de Edison Flores (futbolista peruano al parecer muy popular, pues se casó en un estadio), y Pampita Ardohain (quien no patea pelotas profesionalmente), etc., los que pasaron a engrosar la lista de célebres casados que celebraron sus bodas a todo trapo (lista en vías de desarrollo, porque es cada vez mayor el número de gente famosa). En todas esas bodas fueron develados “secretos” relacionados a la intimidad de algunos de los asistentes. 

Esa es precisamente la carnada que tanto atrae a las masas ávidas de chismografía: la supuesta existencia de intimidades que escapan a la norma. No en vano otras notas hablan de las “fotos íntimas” de la renovación de votos. ¿Qué tan ‘íntimas’ fueron dichas fotos? ¿Fueron tomadas en la habitación, detrás de una palmera, dónde? Otra de las farsas es la engañosa forma en que se usan los vocablos “intimidades” y “secretos” para aludir a lo acontecido en un casamiento. El gratuito atrapabobos está a la orden del día: “las fotos íntimas” o “los secretos de la boda” son expresiones ubicuas, utilizadas en sobredosis por los medios informativos y los heraldos de las redes sociales. La fiestita de Suárez y Balbi no escapó a la moda universal que auspicia el triunfo reiterado del embuste y las balas de salva, pues si una boda fuera de veras íntima o secreta, nadie se enteraría, y menos los periodistas.

Años atrás, un conocido personaje uruguayo que aún anda en la vuelta, me dijo a manera de lamento que a Uruguay le faltaba farándula. Tal parece que esta ha llegado. Será por eso que parte de nuestra población practica hoy sin pudor, pero con orgullo, el tercermundismo cultural. Humo blanco: tenemos por fin celebridades, y un periodismo que informa con gran despliegue sobre “los detalles” de fiestas en las que triunfa la total nadería. No hace tanto tuvimos las fiestas de José Mujica en el quincho de uno de sus vecinos, a las cuales asistía la embajadora estadounidense, una pachanguera dama de origen dominicano que por un tiempo fue lo más famoso venido de EEUU, después de la Coca Cola y los cigarrillos Marlboro de contrabando. Ayer nomás, tuvimos la de Luis y Sofía, a la que asistieron exfutbolistas y hubo música en vivo a cargo de solistas y grupos que no tocan en la fiesta de cualquiera. Dos de ellos, la colombiana Karol G y el puertorriqueño Anuel AA, tienen 25 millones y 20 millones de seguidores en Instagram, respectivamente. Ambos subieron fotos del acontecimiento, las que en cierta medida ayudaron a promocionar las bondades naturales –no solo futbolísticas– del Uruguay. Hay bises de bodas que deberían ser considerados de interés turístico. 

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