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“Yo no sé cómo votar”, afirma un señor que deambula por los pasillos de la Facultad de Psicología y busca ayuda.
“Precisás la credencial”, le comenta un delegado del SÍ que, junto a su compañera, se encuentra afuera de uno de los circuitos.
“No sé ni qué votar tampoco”, vuelve a manifestar el joven. Se llama Paulo, es delivery y con todas las horas que trabaja cuenta que no tiene tiempo para meterse en política.
El delegado le explica que es un referéndum, que están “tratando de sacar ciertos artículos de una ley” porque, según le dice, perjudican las libertades de los ciudadanos. “Te cuento y vos sacás tus conclusiones”, le dice. “No voy a poner una papeleta de algo que no sé que estoy votando. Quiero ser neutro”, sentencia Paulo, pero igual lo escucha.
En el medio de la explicación sobre alquileres y adopciones sale una empleada de la mesa a aclarar que los sobres no se pueden cerrar con saliva, por protocolo. La fila de los que esperan para votar se va alargando cada vez más. Una mujer decide sentarse un rato por cansancio.
La delegada por el SÍ acompaña a Paulo a encontrar su circuito. Paulo vive en una pensión y llegó a votar solo para que no lo multen. "El muchacho me dio una idea ahora que hablé con él, yo vivo en una pensión y no puedo conseguir un alquiler por la garantía”, comenta al salir del cuarto.
***
El clima del domingo 27 de marzo acompañó la votación del referéndum sobre 135 de artículos de la Ley de Urgente Consideración (LUC). Soleado, caluroso y sin lluvias que entorpezcan las filas para votar.
Pero el clima de referéndum varía según los rincones de la ciudad. En los circuitos la mayoría de la gente va apurada por votar e irse. Algunos más contentos que otros por tener que ir a votar. Algunos más informados que otros.
Si bien el voto es secreto no faltan los que llegan con remeras de color rosado o celeste, alguna mujer más discreta con un pañuelo de color o quien no parece importarle y viste un tapabocas de tela con el SÍ o con el NO.
Las caras más largas se ven en la feria de Tristán Narvaja, que sufre los ecos del día de votación. Al mediodía se puede caminar con tranquilidad. “Vamos, señores, agarren bolsita”, grita Martín desde su puesto de frutas. “No hay nadie. Estamos rezando que vayan a votar y vengan a hacer más compras. A esta hora ya deberíamos haber vendido la mitad del mango, por ejemplo”, afirma con preocupación.
Martín tiene un puesto de frutas desde hace 10 años y dice que es el primer día de votación que ve tan poca gente en la feria. “Y eso que en esta feria se vende hasta en el Día de la Madre”, explica.
Tanto él como sus compañeros no fueron a votar y no saben si van a poder llegar. “Tendrían que poner una urna acá para los feriantes. Estamos desde las cinco de la mañana hasta las seis de la tarde y quieren que vayamos a votar”, se queja uno de ellos.
La visión de Iván, librero desde 2006, es distinta. “Veo un poco más de gente teniendo en cuenta que es fin de mes”, comenta. A las cuatro de la tarde levantará su puesto para poder llegar a votar a La Teja: “Siempre voté”, dice contento. Y recuerda que la pasada elección llegó casi en hora y le tocó el último sobre que quedaba.
A unos pasos del puesto de Iván, dos mujeres buscan la entrada de la Facultad de Psicología. “Por el otro lado”, las ayuda un librero.
En el shooping de Tres Cruces se repite la escena. Poco flujo de personas, pocas compras. Belén, que trabaja en la isla de McDonald's lo ilustra contando que nunca se formó fila para pedir helado. Belén recién cumplió 18 años. Tampoco sabe qué se vota este domingo.
En la terminal la fila para viajar a Argentina es extensa, pero ninguno de los presentes es un uruguayo que vino a votar. De acuerdo a un funcionario de Buquebus, la frecuencia de barcos fue normal, nada en comparación a otros días en que hubo votación, como las elecciones pasadas.
En la Escuela República Argentina ubicada en pleno centro hay varios circuitos. En la entrada se atropellan un hombre mayor con andador, su pareja y otras mujeres que buscan cuáles son sus circuitos.
Una señora despliega su credencial. “No tengo idea dónde votar”, afirma. Un delegado del SÍ intenta ayudarla.
Mientras se acumula gente en el hall, Mirna intenta hacerse espacio. Camina lento pero con fuerza, empujando su andador. Tiene 86 años y vive en Brazo Oriental. Hoy la acompaña un vecino porque después de la muerte de su hermana vive sola. Mientras se traslada comenta: “Voto informada”. ”Porque el 90% no sabe qué vota”, agrega.
Para llegar a su circuito Mirna tiene que atravesar todo el patio de la escuela. Con algunos descansos en el recorrido, pero sin perder las ganas, logra entrar al cuarto de votación: “Yo encantada de venir a votar”, dice contenta.
Luego de sufragar con la ayuda de su vecino, con las llaves de su casa colgadas en el cuello y los pies un poco hinchados, se sienta, suspira y dice: “Cumplí”.
En otro circuito la fila es escueta. Federico vino con su hermana que no pudo votar porque se atrasó para anotarse en el padrón. El joven de 21 años cuenta que le gusta venir a votar y que para tomar la decisión leyó todos los artículos de la ley que se quieren derogar.
Susana, que aún está en la fila para sufragar, lo siente más como una obligación. “Pero si es para mejorar el país, hay que venir”, afirma. Considera que está complicado para votar porque son muchos artículos y que los debates la abrumaron un poco, pero se informó. “Googleo todo”, afirma mientras avanza en la fila para dar su voto.
Los protocolos por la pandemia se mantienen: todos llevan tapabocas, hay dispensadores con alcohol en gel para limpiarse las manos.
Mercedes lleva un pañuelo rosado en el cuello y pasa casi corriendo luego de votar. Afirma que sigue la línea política y que vive este día como una fiesta de la democracia. “Me informé todo lo que pude”, cuenta.
Los circuitos de la escuela Nº28 República de Panamá se vieron alterados por la presencia del presidente del Frente Amplio, Fernando Pereira, a quien le tocó votar ahí.
“Tengo una rabia”, se queja una señora que espera que su hijo encuentre el circuito. “Muy poca consideración tienen con la gente mayor”, protesta.
Faltan 15 minutos para la una de la tarde, las filas se hacen cada vez más largas y el amontonamiento de gente crece. Los pasillos angostos no colaboran y la gente espera con calor, cansancio y poca paciencia.
“Espero que sea mi último voto”, acota un señor antes de entrar a votar.
Afuera un joven que lleva puesta la camiseta de Uruguay flamea una bandera del No. Varios periodistas se amontonan en la entrada. El calor se empieza a sentir cuando un hombre anticipa: “Ahí viene”. Y todos los presentes giran la cabeza para ver llegar a Fernando Pereira, que camina con lentitud.
Luego de votar y tras un fuerte intercambio de votantes que se quejaban por la espera y por que lo dejaron pasar antes, algunos simpatizantes del SÍ aprovechan a saludarlo.
Susana, que le pidió para sacarse una selfie, cuenta la gran emoción de coincidir en el lugar de votación con Pereira y espera que hoy de noche gane el SÍ.
Mientras las filas continúan creciendo, los votantes manifiestan más quejas por el calor y el poco espacio. “Un relajo”, sentencia un hombre que sale de la escuela.
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