Izquierda: Isidore Ducasse, el Conde de Lautréamont; derecha: el nicho de su padre en el Cementerio Central

Espectáculos y Cultura > Los rastros de Maldoror

La última huella montevideana del Conde de Lautréamont corre peligro y piden a la IM su preservación

El nicho del padre del poeta, ubicado en el Cementerio Central, está en riesgo y puede desaparecer
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16 de marzo de 2023 a las 05:04

Es apenas una línea a poco del comienzo de la obra que edifica el universo pesadillesco y surrealista que lo consagró, pero con eso es suficiente: cuando Maldoror habla, se define como el montevideano. Y esa intervención, que corre por Los cantos y se ancla a ese verso puntual, es también la que define y reafirma a Isidore Ducasse, mejor conocido como el Conde de Lautréamont, como un hombre nacido en este país. Sin embargo, las huellas materiales del poeta, uno de los tres franco-uruguayos —los otros dos son Jules Supervielle y Jules Laforgue— que trascendieron las fronteras espaciales para enarbolar su literatura de este lado y del otro del charco grande, no se pueden rastrear en Uruguay porque directamente no existen. Lo único que hay es la marca de sus antepasados. Y es una marca que ahora corre peligro de desaparecer.

Hace algunas semanas, un grupo de docentes, escritores e intelectuales uruguayos y franceses publicaron una carta pública dirigida a la intendenta de Montevideo, Carolina Cosse, para solicitar la preservación material y la protección del nicho ocupado en el Cementerio Central por los restos de François Ducasse, padre de Lautréamont. Entre los firmantes de la iniciativa, que fue encabezada por la docente de Literatura Francesa Alma Bolón, están Ida Vitale, Ruperto Long, Wilfredo Penco y Kevin Saliou, director de Cahiers Lautréamont, Université de Bretagne occidentale, entre otros.

Según se explica en la misiva, el nicho de François Ducasse es el último remanente del paso físico del Conde por Montevideo, y su preservación va en consonancia con la responsabilidad moral y cultural de cuidar el legado de uno de los “malditos” fundamentales de la literatura universal. 

“Isidore Ducasse nació en la Ciudad Vieja, en 1846, durante el sitio de Montevideo, y trece años vivió en esta ciudad antes de viajar a Francia y morir en París en 1870.  Dejó para las generaciones venideras una obra que en el mundo sigue atrayendo lectores e inspirando las diversas artes. No obstante, a pesar de que en Los cantos de Maldoror, de entrada, el poeta se presenta como «el Montevideano» («le Montévidéen»), la ciudad de Montevideo no conserva rastro material alguno de Isidore Ducasse. Se suma, para mayor infortunio, que, al haber muerto antes de cualquier fama, los restos del poeta fueron a una fosa común parisina pronto destruida. Los únicos restos materiales que quedan vinculados con Isidore Ducasse, son los pertenecientes a su padre, emigrante francés que llegó a Montevideo, ciudad en donde trabajó, se casó, se enriqueció, tuvo un hijo al que sobrevivió, y murió a la edad de ochenta años”, establece la carta, a la que se puede acceder en este link.

El único vínculo

Actualmente, la última huella de la rama de los Ducasse de Lautréamont corre peligro por dos causas concretas: las deudas y el descuido.

“Hace ya años que los colegas franceses, en particular el profesor Kevin Saliou, nos alertan sobre la situación legal de ese nicho, pago en 1852 por François, pero que acumula una deuda considerable, porque los últimos descendientes, primos lejanos de Isidore, murieron en Córdoba por los años 1940”, explica a El Observador Bolón. 

“Cuando François murió en 1889, su hijo llevaba diecinueve años muerto, y los herederos fueron los sobrinos de Córdoba, quienes colocaron la lápida en donde luce Souvenir de ses neveux. Por un afán municipal rentabilizador, pende sobre ese nicho la amenaza de ser ofrecido a un postor contemporáneo. Esta situación amenazante se precipitó cuando en diciembre visité el cementerio y vi que los arreglos en curso producían desparramo y rotura de las lápidas que sellan los nichos vecinos al de François, que están siendo ‘consolidados’, según dice la IMM”.

A pesar de la gravitación de Lautréamont en las letras universales, Bolón entiende que la situación del nicho de su padre va en consonancia con el descuido y la poca reivindicación nacional de una figura literaria predominante que fue, sin dudas, uruguaya. 

“El descuido y el desinterés se verifican en múltiples planos; golpea también a nuestros escritores y, en particular, a Ducasse quien, por más que vivió en Montevideo más de la mitad de su vida y por más que se declara ‘Montevideano’ en el Canto Primero, parece ajeno y lejano, salvo en un círculo de artistas y de lectores que siguen dando nuevas vidas a su obra. En un París sitiado por los prusianos, su precoz muerte hizo que fuera a dar a una fosa común. Seis meses después, esa fosa común fue removida y trasladada, muy probablemente —esta es la hipótesis de investigadores franceses— para ocultar o disimular la enorme cantidad de integrantes de la Comuna de París masacrados en mayo de 1871. Por un vuelco paradójico al que la historia acostumbra, corresponde al padre dar testimonio, con sus restos y las palabras que los acompañan, de la existencia material del hijo. El nicho paterno alberga encriptada la memoria montevideana de Isidore”, agrega la docente de Udelar.

Y es en esa línea de preservación de la memoria, y de los relatos que los cementerios hacen de una época, de las personas y de las propias ciudades en las que están insertos, es que los firmantes esperan alguna reacción por parte de la comuna. Según Bolón todavía no han tenido respuesta y nadie se ha contactado con ellos.

El nombre de Ducasse, por otro lado, volvió a los primeros lugares de la conversación cultural nacional en 2020, cuando a 150 años de su muerte la editorial Estuario publicó la primera edición vernácula de Los cantos de Maldoror, un acontecimiento que incluyó además varios eventos relacionados a su figura a lo largo del año. Sin embargo, ahora el olvido acecha de nuevo al poeta y, aunque su obra perdurará más allá de trazos físicos y constatables, el tiempo amenaza los últimos remanentes de su paso por el plano material de la existencia y no son pocos los que han decidido impedirlo. 

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