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La vida de Chacho Ramos: de Casupá a la conquista del territorio nacional

El líder de Los amos del swing recorrió Uruguay unas cincuenta veces y llevó, a cada pueblo, cumbia con raíces colombianas
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27 de enero de 2019 a las 05:01

Cuando tenía 15 años el Chacho ya jugaba en la primera división de Estrella América, uno de los equipos de fútbol de su Casupá (Florida) natal, pero a los 22 integraba el equipo de reservas. Su nivel futbolístico fue decreciendo mientras crecía su actividad musical. En los primeros años la música era algo secundario en su vida, pero al empezar a realizar viajes largos era difícil llegar al pueblo y calzarse los botines.

Desde niño se juntaba a tocar con “orquestitas” que se armaban y se desarmaban. Su primera banda formal fue Sonido Mackenzie, con la que tocó en los primeros bailes de campaña, cerca de su pueblo del departamento de Florida. En aquella época, sobre los años '90, los bailes eran en invierno y a beneficio de escuelas rurales. Eran jornadas maratónicas, se tocaba desde las 10 de la noche hasta el amanecer. Todavía no habían aparecido los grabadores con cassette.     

En aquel grupo no quería cantar. En su casa prefería tocar la guitarra antes que cantar y eso era producto de una característica que hasta ahora mantiene: su timidez. Chacho Ramos (48) se sube al escenario porque “no le queda otra” y preferiría no tener que ser el presentador de sus espectáculos. Además, se considera más músico que cantante. “Canto por una circunstancia”, dice. 

Es por eso que sus actuaciones son siempre 100% en vivo. “No se nos cruzaría por la cabeza armar una orquesta para hacer un playback. Nosotros somos músicos, no concebimos subir al escenario y no tocar en vivo”, cuenta.  

Ramos deja en claro el respeto que siente por quienes sí hacen playback porque, según dice, algún motivo tienen. Entiende que cada uno interpreta la música de manera diferente y que no hay “verdades absolutas”. En las actuaciones de su banda actual Los amos del swing, las canciones se tocan una detrás de otra y los músicos casi no hablan entre medio. 

Ramos no le ha dedicado a la música todo el tiempo que se merece porque prefiere tener espacio para otras actividades como ir a pescar, jugar al fútbol o estar con su familia. Cuando no tiene toques –los días de semana– se dedica a hacer ejercicio, juntarse con amigos o ver a su hija.

En las actuaciones, Ramos, además de cantar, toca la guitarra, pero no se considera un gran guitarrista como algunos creen. Su forma de tocar es “poco ortodoxa” porque no utiliza el cuarto dedo. Luego de un accidente que tuvo, al brazo le tuvieron que agregar una serie de placas y tornillos y nunca se pudo acomodar bien a las posturas.

El músico reconoce que debería haber practicado para que se le “quitasen las mañas” y así transformarse en un mejor guitarrista, pero no lo hizo. “Es como cuando aprendés a patear la pelota una forma y durante 20 años lo hiciste así. Después es muy difícil cambiar esa forma que está muy arraigada”, compara.  

Sonido Caracol, la etapa mayor

Cuando Ramos formaba parte de Sonido Mackenzie conoció a Guillermo Píriz, que luego se convertiría en una de las personas con las que más tiempo compartió. Píriz necesitaba un músico para Cenizas, una orquesta de Sarandí del Yi y eligió al Chacho, que comenzó a viajar los fines de semana desde Casupá a esa ciudad del departamento de Durazno.

En 1992 a Ramos le llegó una propuesta para unirse al grupo Mogambo de Artigas y él la compartió con sus compañeros. Luego de pensar un tiempo, decidieron aceptar el ofrecimiento y estuvieron dos años y medio viviendo en el norte del país. El primer tema que grabaron con la nueva banda fue Sol Negro, una canción que los hizo ser conocidos rápidamente.

Pero a ese departamento habían ido con la idea de formar un grupo propio y, en 1995, surgió en Sarandí del Yi Sonido Caracol con Ramos, Píriz y Alberto Pignata como fundadores.

Píriz define a Ramos como una persona “totalmente honesta, responsable e incapaz de llegar 10 minutos tarde a un baile”. “Es un tipo que sabe a dónde va”, dice. Además recuerda que durante los años que fueron socios no hubo una diferencia en lo económico. “Jamás quiso mirar los números de la banda porque había una confianza terrible entre nosotros”, cuenta.

Ramos tiene un perfil bajo y “le cuesta reírse, lo que no quiere decir que no tenga sentido del humor”.

Según Píriz, Ramos es una persona tranquila que no tiene ninguna adicción. “En Caracol nunca vi un poco de cocaína ni marihuana”, agrega. Para Ramos eso se debe al entorno que tuvo: una familia unida, con padres dedicados a sus hijos y buenos compañeros.

“¡Cuantas veces me invitaron un cigarro! Y no, no me gusta, no es que me obligue”, dijo. El Chacho sí disfruta de tomar un vino en un asado o tomar whisky cuando se encuentra con algún amigo.

Durante sus extensas giras –lleva recorrido Uruguay unas 50 veces–, cuenta, suelen hablar largamente sobre política, música y fútbol. Hay días en los que va tranquilo y a veces es el chistoso de la combi.

A Ramos, que no se considera una persona informada, le gusta leer y escuchar radio. Está al tanto de la política nacional e internacional, como también de los deportes y de la historia, sobre todo sobre las raíces musicales y el origen de los pueblos. “Es un tipo con una cultura muy amplia. Podés hablar con él de diferentes temas y nunca te va a dar una respuesta que no diga nada”, dijo Píriz.

También es muy futbolero, aunque va poco al estadio porque tiene toques los fines de semana. Es hincha de Estrella América y le cuesta responder sobre su preferencias entre Nacional y Peñarol, aunque finalmente lo hace: “Soy un poco más hincha de Nacional”. 

En 2007, luego de trece años en Sonido Caracol, el Chacho decidió tomar su propio camino para que la banda pasara por completo por su cabeza. 

La cumbia colombiana

“La cumbia te llama; la cumbia colombiana, nuestra comunicación”, cantan Los amos del swing en una de sus canciones. Ramos explicó que lo que ellos hacen es música folklórica porque la cumbia es parte del folklore de Colombia. Para él, la música tropical de nuestro país tiene una gran raíz colombian, puertorriqueña y cubana.

“Yo soy un fanático de la música autóctona de cada país y cómo la interpretan sus representantes”, cuenta el Chacho. Por eso es que en sus vacaciones disfruta de viajar a aquellos países con los que se identifica con la música. Fue, por ejemplo, cinco veces a Colombia.

El Chacho es feliz con la playa, el sol, el deporte y la música y por eso prefiere recorrer las ciudades de América. Si bien ha viajado a Europa, las ciudades de ese continente le despiertan admiración, pero no le causan felicidad. Las cosas que le llenan el alma son escuchar un son o una guajira tocado por sus propios exponentes, o escuchar un carnavalito en Bolivia.

El mes que se toma para las vacaciones es julio y toca solo un fin de semana en enero. Antes trabajaban más durante los meses de invierno, pese a la crueldad  de sus temperaturas. De todas formas, no recuerda haber suspendido un show: con fiebre o triste, cuando se prende la luz hay que tocar porque el público está esperando. “Algo parecido le pasa a los jugadores de fútbol. Nos sentamos frente al televisor a exigirle y de repente el tipo tiene un hijo que está internada”, compara.

Mucha de las canciones las compone él mismo y surgen de distintas maneras. A veces, en el momento menos pensado, en un viaje o acostado, se le ocurre una melodía y la graba en el celular para que no se le olvide.

Otra de las formas de componer es más forzada. En sus discos busca un equilibrio entre los temas “pachangueros” y románticos. Entonces, cuando nota que le falta una canción, agarra la guitarra y se pone a hacer acordes y escribir hasta terminarla.

Ramos es exigente consigo mismo y nunca queda conforme con el resultado. “Cuando me autocalifico nunca me pongo un 10”, dice. Aunque un espectáculo haya salido perfecto, él encuentra detalles a corregir. “Pienso que en la vida uno tiene más para dar y más para rendir”, cuenta. Para suplir sus falencias, entonces, es perseverante e insiste con trabajar.  

Un gaucho del asfalto

Ramos vivió en Casupá hasta los 22 años junto a su madre, que era profesora de acordeón, a su padre, que trabajaba en el campo, y a sus dos hermanos menores. Antes de mudarse a Montevideo estuvo en Sarandí del Yi, Artigas y Salto. A pesar de vivir en la capital aún mantiene su acento, no quiere perder las raíces.

El Chacho cree que tiene la suerte de poder compartir la vida rural y la urbana de la ciudad, porque los fines de semana viaja al interior a tocar y puede disfrutar del silencio del campo o de la vida de los pueblos pequeños. Y entre semana se queda en su apartamento del Buceo de Montevideo. Es por esto que se define como un gaucho del asfalto.

La actividad de los fines de semana le ha hecho perderse de muchas cosas como casamientos de sus compañeros o cumpleaños de quince de hijas de amigos. También le hubiera gustado ir a alguna Copa América o un Mundial pero, por su agenda, nunca pudo.Por eso sabe que, cada día que pasa, está más cerca de dejar la cantar y dedicarse a la producción. “Vivimos al revés de como vive la gente y tener los fines de semana es lindo. Hay que hacer un balance de todo eso”, reflexiona. A sus 48 años, cree que puede tocar unos años más porque hace mucho deporte y eso lo ayuda. Pero en “diez años no creo que siga”, dice.

El Chacho no sabe el número exactos de discos que lleva grabados; cree que son 16 o 17 y está produciendo otro, pero de a poco. Obtuvo, a su vez, dos discos de oro, uno de platino y ganó, en 2012, un premio Graffiti a mejor álbum de música tropical. 

A pesar de ser reconocido en todas las ciudades y pueblos a los que va, a Ramos no le gusta la palabra éxito. Su mérito es “el arraigo en el corazón de la gente” y mantenerse en el tiempo. “No sé si esto sería éxito, pero una cosa disfrutable es que las diferentes generaciones gusten de nuestra música: tanto un tipo de 80 como a un niño de cinco años”, cuenta.

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