Miguel Arregui

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Las debilidades del gigante

Buena parte de la ingeniería financiera y comercial del mundo se ha ido montando en función de China. Si ese país entra en crisis, provocará un sismo global
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03 de abril de 2019 a las 05:04

Muchos analistas han advertido que la competencia global entre Estados Unidos y China moldeará el siglo XXI, y estiman que la batalla será más comercial y tecnológica que militar.

Estados Unidos y China están metidos en una guerra comercial desde el año pasado. Se han impuesto sucesivamente aranceles recíprocos, lo que significa sumas enormes, y amenazan con más. El enfrentamiento entre las dos principales potencias provoca inquietud en los mercados globales.

El 15 de marzo Pekín tendió una mano a Washington cuando aprobó una ley que ofrece trato equitativo a las inversiones extranjeras. La Asamblea Popular (parlamento) aprobó la norma por 2.929 votos a favor, ocho en contra y ocho abstenciones, lo que indica, obviamente, un mandato del Partido. De todas formas, los empresarios extranjeros protestan que Pekín se reserva grandes áreas de discrecionalidad.

En otra fuerte señal amistosa, el lunes 25 el gobierno chino firmó en París un acuerdo para comprar 300 aviones Airbus, de producción europea, por más de 35.000 millones de dólares. 

La batalla por las comunicaciones

La guerra comercial que Donald Trump lleva contra China, a la que exige apertura de mercados y reciprocidad, se trasladó también a las comunicaciones.

El gobierno estadounidense presiona a sus aliados occidentales para que descarten a la fabricante de teléfonos Huawei del desarrollo de las redes 5G porque temen que ello representa una amenaza de seguridad ante el estrecho vínculo de la empresa con el gobierno chino.

Históricamente los chinos han puesto severos límites a la lectura de la prensa occidental, así como a las redes sociales y empresas tecnológicas y de comunicaciones estadounidenses, como Google, Netflix, Apple, Facebook, Yahoo y otras. Todas sufren prohibiciones o censuras, y debieron retirarse o claudicar con versiones empobrecidas de sus productos.

“En Washington, los grandes proyectos de inversión chinos ahora se analizan de forma rutinaria en busca de sus implicaciones estratégicas”, escribió Gideon Rachman a principios de marzo en el Financial Times. “El hecho de que las empresas chinas están invirtiendo fuertemente en puertos de todo el mundo se ve a través del prisma de una rivalidad naval emergente con Estados Unidos. Además, la expansión internacional de Huawei, la compañía china de telecomunicaciones, se ha convertido en parte de una lucha más amplia sobre la supremacía tecnológica y el espionaje”.

El prestigioso periodista británico agregó: “Varios aliados clave de Estados Unidos, incluyendo a Japón y Australia, ya han adoptado la línea estadounidense con respecto a Huawei. Pero otros, como Gran Bretaña, todavía están pensando acerca de su decisión. Si los británicos permiten el ingreso de Huawei, correrán un riesgo de seguridad que podría dañar sus importantes acuerdos de intercambio de inteligencia con Estados Unidos, pero si bloquean a Huawei, pondrán en riesgo las esperanzas británicas de un auge comercial y de inversión de China después del Brexit”.

Tradicionalmente, Gran Bretaña ha sido el principal destino de la inversión china entre los países de la Unión Europea, muy por encima de Alemania, Francia, Italia o España.

Desembarco masivo en Europa

Empresas chinas, públicas o privadas, han adquirido o capitalizado en Europa desde compañías de electricidad hasta clubes de fútbol.

Grandes nombres tradicionales de la industria europea, como la sueca Volvo, la italiana Pirelli o la francesa Club Med pasaron bajo control chino. Los puertos del Pireo en Grecia, o de Valencia y Bilbao en España son controlados por Cosco, el gigante chino de los transportes.

El 24 de marzo el presidente chino Xi Jinping visitó Mónaco, que en 2018 firmó un acuerdo con el grupo Huawei para hacer del principado el primer país con cobertura plena 5G para sus comunicaciones móviles.

Muchos líderes europeos advierten que China no es una democracia liberal, y que su estrategia conduce a un control global. El lunes 25 el comisario europeo alemán, Gunther Oettinger, dijo ver “con inquietud que en Italia y otros países europeos, las infraestructuras de importancia estratégica, como las redes de electricidad, las líneas de ferrocarriles o los puertos, ya no estén controlados por europeos sino por chinos”.

China tiene límites

En 1978, cuando comenzó a abrirse al modo de producción capitalista, China representaba apenas el 1,75% del PIB mundial. Ahora equivale al 15%.

Pero el crecimiento a altas tasas tiene un límite y no se sostiene por siempre. A medida que maduran, las economías bajan el ritmo pues ya no avanzan sobre un territorio virgen, en el que todo viene bien. Sostener el crecimiento se vuelve complejo, en tanto las personas demandan más derechos, mejores salarios y más tiempo libre.

Un ejemplo es Japón, que tras la Segunda Guerra creció en forma vertical y se modernizó, según el modelo capitalista, hasta los años ’90. Entonces, ya convertido en la segunda o tercera economía mundial, ingresó en un largo estancamiento de dos décadas. La sociedad envejeció y la mano de obra disminuyó, por lo que Japón trató de ponerse a la vanguardia de la robotización y la inteligencia artificial.

China todavía tiene un amplio trecho por recorrer. El producto per capita es la quinta parte respecto a Europa y Estados Unidos, e incluso está por debajo de Uruguay. Largos muros tapan las miserias de las grandes ciudades brillantes, como Shangai. Centenares de millones de personas viven en la pobreza y el hacinamiento: en los suburbios y en el campo, en tanto otros llegan a extremos de riqueza sorprendentes.

Familiares de los máximos dirigentes chinos, incluyendo el presidente Xi Jinping y el ex primer ministro Wen Jiabao, disimularon parte de sus fortunas en paraísos fiscales, según investigaciones recientes. Cerca de 22.000 clientes originarios de China comunista o de la zona administrativa china de Hong Kong tienen vínculos con compañías off shore en los paraísos fiscales. Entre ellos se cuentan miles de dirigentes políticos, que la propaganda muestra como servidores desinteresados del pueblo.

China también padece el peso de grandes empresas estatales, muchas veces administradas por los militares, que no son eficientes. Los costos se cargan sobre todo el cuerpo social. Llegará un momento en que la economía se estancará, e incluso retrocederá, por las ineficiencias acumuladas y ciertas soluciones autoritarias.

Burbujas y otros riesgos

Las inversiones chinas en Europa, siendo gigantescas, han disminuido en los últimos años: en parte por mayores restricciones europeas, pero también por el retraimiento de las grandes empresas chinas sobreendeudadas.

Algunos negocios chinos por el mundo han sido un fiasco. No siempre es recomendable prestarle mucho dinero a países ya muy endeudados, o muy corruptos. Así, por ejemplo, China —primer importador mundial de petróleo— y Venezuela, con sus grandes reservas, parecían hechos uno para otro, señaló un cable de AFP fechado en Pekín el 14 de febrero. Pero la crisis venezolana amenaza ahora los 50.000 millones de dólares que China invirtió en el país sudamericano. De alguna forma, el crédito fácil de china facilitó las malas decisiones de política económica del chavismo.

En los últimos años ha habido muchos síntomas de que China sufre una enorme burbuja inmobiliaria y financiera. Si esa crisis se profundiza, tendrá consecuencias devastadoras: dentro y fuera de fronteras. 

El país ya enfrenta una crisis de natalidad, comentó una reciente nota de The New York Times. Aunque la política del hijo único desapareció en 2015, sus secuelas siguen sintiéndose en una nación que ha dejado de crecer. 

La población de China aumentó un 0,38% el año pasado, una tasa comparable a la de los países de Europa occidental. Fue el ritmo más lento de crecimiento que se ha visto desde 1961, cuando el país estaba luchando con las consecuencias de una hambruna que mató a cerca de 40 millones de personas.

Aunque la población está creciendo, Pekín estima que alcanzará su punto máximo en 2029 de aproximadamente 1.440 millones antes de disminuir. India, mientras tanto, superará los 1.500 millones ya en 2022, por lo que se transformará en el país más poblado del planeta.

La realidad demográfica de China amenaza con enlentecer más el crecimiento del gigante asiático y complicar la manutención de una numerosa población que envejece rápidamente. 

Otro riesgo muy difícil de calcular son las eventuales turbulencias políticas en el largo plazo. El Partido Comunista conserva todo el poder, junto a los militares, a los que concede privilegios y tienen amplias cuotas de poder. El aplastamiento de la revuelta estudiantil de Tiananmen, en 1989, mostró que los comunistas no tenían planes de evolucionar hacia un sistema democrático, a la manera de los “tigres asiáticos”. 

De todos modos, en 2012 el entonces premier Wen Jiabao advirtió que China podría vivir otra tragedia como la “Revolución Cultural” si no se reformaban el Estado y el Partido, debido al descontento popular. Aclaró que la reforma no significa “democratización” pero sí la concesión de cada vez más derechos a las personas.

Buena parte de la ingeniería financiera y comercial del mundo se ha ido montando en función de China. Si ese país entra en crisis, provocará un sismo mundial. China también necesita de los mercados mundiales para seguir creciendo. Ya no es aquel gigante furioso de los años ’60, capaz de desafiar a la vez a la Unión Soviética y a Estados Unidos, sino todo lo pacifista que exigen el comercio a gran escala y la interdependencia económica.

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