Nacional > ANÁLISIS / MARTÍN NATALEVICH
Las tres alternativas de Nin: enojarse, renunciar o recubrirse de teflón
Uno se puede imaginar al ministro de Relaciones Exteriores, Rodolfo Nin Novoa, pasando por la cancillería antes de tomarse el vuelo hacia Costa Rica, subiendo al sexto piso y bajo los ojos de José Gervasio Artigas que le cuida la espalda atrás de su despacho anunciarle a la directora de Integración y jefa de la negociación con la Unión Europea, Valeria Csukasi, que no se estrese demasiado porque la verdad que ya lo mismo da.
No fue el caso este lunes. Pero nadie podría dudar de la verosimilitud de esa pequeña ficción después de que un grupo de dirigentes de su propio partido político le trancaran la concreción de una decisión que está pendiente desde el 4 de octubre de 2016 cuando los países le pusieron la rúbrica al acuerdo. Ese día el presidente Tabaré Vázquez se puso para la foto entre los cancilleres de Uruguay y Chile para dejar claro cuánto le importaba el éxito de este acuerdo.
Para quienes no lo recuerdan: la contraparte chilena era un gobierno que los sectores del Frente Amplio que ven la política exterior en clave ideológica podrían llamar como "amigo". Aunque, al parecer, ese criterio importó poco esta vez.
La ampliación del Tratado de Libre Comercio con Chile iba a ser la punta de lanza de este gobierno en materia de inserción internacional; una oportunidad para mover el músculo negociador después de años de estancamiento y para tonificarlo de cara a lo que venía. Así lo definió el presidente y su canciller. Y así lo transmitió el ministro a los funcionarios diplomáticos cuya jerarquía correspondía.
El Mercosur sigue en tratativas con la Unión Europea y tiene negociaciones abiertas con EFTA –otra organización de países europeos- y Canadá. Además están por iniciarse el diálogo con Corea del Sur y Singapur. Brasil por su parte quiere lanzar neogociaciones con países africanos, por ejemplo Marruecos.
Más allá de los sinsabores que por ahora dejó la negociación con el bloque europeo es difícil imaginar a Csukasi encarando a su contraparte en la próxima ronda. "¿Cómo es eso que el partido de gobierno cree que puede bloquear la votación en el Parlamento de un proyecto que es potestad del Poder Ejecutivo?", le preguntarán sus colegas europeos. "¿Cómo es eso que algunos sectores de poco peso electoral en términos comparativos hacen para digitar la política exterior del gobierno?", la consultarán.
Y la representante uruguaya la tendrá difícil de explicar. Quizás no la tomen muy en serio. Pero ella estará libre de culpa. Hay algo que se llama reputación y que no necesariamente se logra con eslóganes publicitarios para construir una imagen del país. Hace falta una pizca de coherencia y otra de responsabilidad, dos atributos que algunos olvidaron el sábado o antes.
Aún dejando de lado la forma en la que el país se muestra al mundo, también hay que ponderar que todos esos esfuerzos negociadores le salen dinero al país. ¿Entonces para qué hacer el esfuerzo?
¿Si hipotéticamente se cerrara el acuerdo con la Unión Europea también pasaría a un análisis de la fuerza política?
El acuerdo que el gobierno negoció con Chile seguramente pueda ser considerado como ultra liviano respecto a las disciplinas que podrá contener un futuro tratado con un grupo de países que tiene normas muy profundas en propiedad intelectual y otras áreas de sensibilidad para Uruguay.
¿El plenario también le bajaría el pulgar a dos décadas de negociación?
¿Entonces ahora qué?
Para el canciller hay tres alternativas: enojarse, renunciar o ser de teflón. Porque la verdad que ya lo mismo da.
