Por Maya Averbuch y Kirk Semple
Los treinta migrantes se escondieron bajo un árbol en una noche fría mientras un helicóptero del gobierno estadounidense sobrevolaba, la luz de búsqueda pasaba por las ramas del árbol y la tierra alrededor de él. Desde el lugar donde se pusieron en cuclillas, los hombres, mujeres y niños podían ver el territorio estadounidense a solo unos metros, del otro lado de la alta valla fronteriza que separa a México de Estados Unidos.
Viajaron para saltar la valla. Sin embargo, muchas cosas los dejaron perplejos. ¿Y si los atrapaban? Si los atrapaban, ¿podrían solicitar asilo? ¿Los hijos serían separados de sus padres? ¿Sería posible correr hacia San Diego? ¿Quién estaba en el vehículo de la Patrulla Fronteriza en el otro lado de la valla? ¿Los guardias fronterizos tienen permiso para dispararles?
Un largo y arduo recorrido desde sus hogares en Centroamérica, desde donde viajaron como parte de una gran caravana, seguido por más de dos semanas languideciendo en un refugio para migrantes en Tijuana abarrotado y cada vez con un olor más fétido había llegado a este punto: un trayecto nocturno a la valla fronteriza y tal vez un intento desesperado de cruzar.
“Vamos por un mejor futuro para nuestro hijo, en un lugar que es seguro”, dijo Samuel García, de 30 años, un hondureño que estaba en cuclillas junto a su esposa y su hijo de 5 años. “Aquí”, dijo en referencia a México, “nunca tuve la intención de construir mi casa”.
García señaló con la cabeza hacia la valla y las cada vez más intensas fortificaciones de una nación cuyo presidente no quiere que él ingrese. “Tiene que haber un punto débil”, dijo.
Muchos de los migrantes que llegaron a la frontera norte de México en caravanas en las últimas semanas habían partido de su país de origen con una idea diferente de cuál sería el resultado.
El presidente estadounidense, Donald Trump, los calificó de ser una horda invasora de oportunistas que busca manipular el sistema migratorio estadounidense. Sin embargo, muchos se aferraron a la creencia de que cuando llegaran a la frontera, el corazón del mandatario se conmovería y las puertas mágicamente se abrirían.
En los últimos días, han visto cómo sus sueños casi se hacen añicos contra el frío, la impasible realidad de la frontera y la política estadounidense.
El viaje para más de 6.000 migrantes llegó a su fin aquí en Tijuana a mediados de noviembre. Durante semanas, la mayoría vio pasar horas y días en un complejo deportivo municipal que fue convertido en refugio. Los alimentos eran escasos; la privacidad no existía; las enfermedades respiratorias se propagaron.
Si algunos migrantes todavía pensaban que Trump podría conmoverse con su difícil situación, se desilusionaron hace una semana, cuando cientos se separaron de una marcha pacífica y corrieron hacia la frontera estadounidense, de la que fueron repelidos por guardias fronterizos de Estados Unidos que lanzaron gas lacrimógeno; muchos migrantes fueron arrestados por las autoridades mexicanas.
Varios días después, una gran tormenta llegó a la ciudad que convirtió al complejo deportivo en un pantano y aumentó así las tragedias que enfrentan los migrantes.
A raíz de los eventos de la semana pasada y de la retórica dura de Trump, los migrantes, cada vez más frustrados y desesperados, han comenzado a reevaluar sus opciones. Cientos se han dado por vencidos y aceptaron ser repatriados voluntariamente a sus países de origen. Muchos otros han decidido que la mejor decisión es aceptar la oferta del gobierno mexicano de brindarles visas humanitarias de un año que les permitirán quedarse y trabajar en México, incluso cuando, para algunos, es solo el tiempo de espera en el que pueden intentar ingresar a Estados Unidos.
Más de 2.000 han buscado citas con funcionarios migratorios estadounidenses para solicitar asilo, aunque Trump ha dificultado más el proceso, y los tiempos de espera para una entrevista ahora son de más de dos meses.
No obstante, otros migrantes han llegado a una conclusión diferente: su mejor opción ahora, ellos creen, es intentar cruzar la frontera de manera ilegal. Algunos han buscado ingresar por rutas clandestinas, al contratar a polleros que les muestren los puntos ciegos a lo largo de la frontera y que los guíen a través de ellos, aunque pocos tienen los recursos para pagar por ello.
En noches recientes, otros migrantes de las caravanas han emprendido viajes sin guías a la porción más al oeste de la frontera, en donde la alta valla fronteriza metálica pasa a través de cerros soleados y a lo largo de comunidades residenciales en el oeste de Tijuana para emerger en la playa y sumergirse en el océano Pacífico.
Algunos se han lanzado a las aguas frías y peligrosas del océano y han intentado nadar alrededor de la valla a Estados Unidos, solo para ser sacados por las autoridades.
Esta parte de la frontera es una de las más resguardadas y analizadas. Sin embargo, para algunos, eso es parte del cálculo: al impacientarse mientras esperan por su turno para solicitar asilo, tienen la esperanza de acelerar las cosas al ser atrapados y solicitar asilo en el momento, una provisión de la ley a la que Trump está intentando ponerle fin. Estas son las personas bien informadas.
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