Los candidatos y el miedo a soñar

Todos los sectores ultiman sus estrategias, preparan las banderas y los pasacalles. Poco a poco las elecciones copan las conversaciones de los uruguayos que siguen con mayor atención los movimientos de los candidatos y de los partidos. 

Como pocas veces en las últimas décadas asistimos a una contienda electoral variada y con final incierto. Es indudable que el cuarto período del Frente Amplio en el poder está en jaque. También que nadie puede afirmar que habrá sí o sí un cambio de partido en el gobierno.

Por más que algunos estudios de opinión pública sostienen que el descreimiento en la política es grande, la variedad de ofertas y el aluvión de candidaturas que experimentó la Corte Electoral indica que la puja democrática por el poder está muy viva. Uruguay vive una primavera democrática muy sana para el país. Es algo para celebrar y sobre todo cuidar.

Las campañas de agravios, insultos, descalificaciones y mentiras deberían ser condenadas de plano por todos. Los uruguayos pertenecemos a una comunidad republicana en un territorio al sur del continente que por tamaño e historia debe dirimir sus tensiones políticas en ámbitos civilizados. 

Uruguay necesita a todos sus partidos políticos de inspiración republicana peleando por sus ideales en el terreno de la institucionalidad democrática, bien lejos de los autoritarios y los especuladores, sean de izquierda o de derecha. Es el bien más importante que ostentamos como país. 

En ese marco es deseable que los precandidatos no sean miedosos a la hora de hablar, presentar sus programas y responder a la prensa.

Hay pocas novedades, no hay sueños compartidos, casi nadie de ningún partido se la juega para hablar de su propio sueño para el Uruguay. 
Hasta ahora parece que todos siguen un libreto mediocre donde dicen lo mínimo para no generar controversias con nadie: ofrecen un menú barato y sin sal. 

El miedo a perder hace que por un lado no se llame a las cosas por su nombre y por otro que no se compartan sus sueños. ¿O alguien cree que no habrá que hacer un ajuste económico, gane quien gane? ¿O que habrá que trancar al sindicato de la educación para promover los cambios que el país reclama? ¿O que hay que cambiar la política exterior para dejar de hacerle el juego a Maduro y abrir nuevos mercados?

¿O enfrentar con altura y visión de país la reforma de la seguridad social? ¿O reformular el Mides para que los sectores más vulnerables dejen de vivir del asistencialismo y logren salir de la pobreza? ¿O restablecer la seguridad ciudadana?

Son muchos los temas a los que se esquiva el bulto. Parece que el peso insoportable del Estado y cómo manejarlo se chupa toda la energía vital de los candidatos. Pero más allá de arreglar los problemas urgentes es preciso soñar con nuevos horizontes, con un futuro viable para las nuevas generaciones, con un país pujante que crezca al 4% y no por circunstancias externas favorables, con creación de empleos genuinos, con innovación es algo que los precandidatos no puedan obviar. Porque un país sin sueños es uno sin esperanza.