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Los Enviados, la nueva serie de Campanella que busca milagros, engaños y secretos en clave latinoamericana

La serie sigue a dos sacerdotes enviados a un pueblo de México para investigar milagros, pero encuentran secretos que ponen en duda su propia fe
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25 de marzo de 2022 a las 17:04

Milagro: suceso extraordinario y maravilloso que no puede explicarse por las leyes regulares de la naturaleza y que se atribuye a la intervención de Dios o de un ser sobrenatural. 

Establecida la definición, ¿cómo se comprueba un milagro?

Pedro Salinas (Luis Gerardo Méndez, Narcos: México) y Simón Antequera (Miguel Ángel Silvestre, Sky rojo) son enviados al pequeño pueblo mexicano de San Acacio por la Congregación para las Causas de los Santos, encargada de "regular el ejercicio del culto divino y de estudiar las causas de los santos" desde 1855, para investigar hechos con apariencia milagrosa que ponen en alerta a la Santa Sede antes de la llegada del Papa a Latinoamérica.

Los Enviados sigue, entonces, a ese par de sacerdotes que se dedican a dudar. Su cometido no es probar el milagro, sino ratificar que la ciencia no sería capaz de explicarlo. Porque donde la ciencia no llega, quizás alcance la intervención divina. “Necesitamos probar que la ciencia es incapaz de comprobarlo; si no es de la ciencia, es nuestro”, afirman.

Pero ante su llegada, Rafael Quintana (Adrián Vázquez), el párroco al que el pueblo le adjudica la capacidad de resucitar a los muertos, desaparece. A partir de ese día se suceden una serie de eventos que los acercan cada vez más a aquella creencia popular de que “San Acacio es donde el diablo apoyó la cola”, hasta que sus vidas y su fe corren riesgo cuando descubren un misterio enterrado durante décadas entre los fieles y sus superiores.

Pero el interés de la serie no se limita al suspenso psicológico ni al misterio milagroso, sino que se arraiga en un aspecto más bien terrenal. La dinámica de la dupla eclesiástica es atrapante. La búsqueda se vuelve paralela, entre su misión oficial y las dudas internas que empiezan a hacer temblar los cimientos de su vocación, al punto de que cuando realmente empiezan a tener posibilidades de que haya algo más que engaños les cuesta creerlo.

Antequera es un abogado locuaz y Salinas un médico impoluto. El primero creció bajo los códigos de las calles de un barrio de Madrid, mientras el otro es un mexicano que nació en el seno de una familia hacendada, aunque creció entre el vínculo mágico con la mujer que se encargaba de cuidarlo y la tradición cristiana de su madre. Uno se mueve libremente entre los márgenes de las normas, mientras el otro no concibe alejarse de las fronteras morales. Este cruce entre la razón y la intuición, la ciencia y la experiencia, la duda y la certeza, se mantiene durante los ocho episodios de la primera temporada de la serie, confrontando maneras de ver la vida y aproximarse a la fe.

A esta dupla se le suma la inteligencia y sagacidad de la hermana Emilia (Assira Abbate), una mujer arriesgada, inteligente y ambiciosa que se esconde de la mafia romana en el corazón del Vaticano, y la médica local Adriana Cortés (Irene Arzuela), que conoce bien al sacerdote desaparecido y deberá decidir a quién le confía sus propios secretos.

Me gusta mucho agarrar la comedia, un romance, suspenso y meterlo todo junto para ver qué pasa. Y acá se agrega el condimento místico. De la fe y de esa zona de la mente que puede tener una explicación paranormal o una explicación psiquiátrica. Es en esa zona gris donde los tipos se mueven, y nos interesó mucho y la empezamos a desarrollar. Ahí fueron surgiendo más cosas, como el tema de las dudas de la fe de los mismos personajes, o el humor en la serie”, dijo el productor general y codirector de la serie, Juan José Campanella, a El Observador en una rueda de prensa realizada en el Foro Paramount+, que se desarrolló en la ciudad de Buenos Aires hace algunos días.

Los Enviados efectivamente es una coctelera. Un vaso traslúcido con ingredientes que los guionistas lograron agitar de forma que el suspenso te lleve al borde del asiento sin descuidar una dosis de humor e ironía marcadas en un código latinoamericano. Agrega tensión, violencia, locura y dolor en el marco de una investigación que confluye con lo policial y se aleja en sus propios términos.

Campanella tiene un tema que lo obsesiona: que los latinoamericanos nos conozcamos. Que logremos reconocer nuestros rasgos culturales, nuestras formas de hablar, nuestras creencias y nuestra identidad. “Si hay una cosa que odio es el español neutro y cómo nos doblan todos los programas a ese tono. Lo odio. Tenemos que empezar a acostumbrarnos a oírnos. Si en la vida real nos entendemos, ¿por qué en la televisión no? No puede ser”, comenta.

Ante la pregunta de si los productos culturales están construyendo una identidad latinoamericana, el productor y director duda. “No sé si es una identidad. Pero creo que somos universales, y de la misma manera que vemos una serie yankee y nos sentimos identificados, ¿por qué no nos vamos a sentir identificados entre nosotros?”, responde. 

San Acacio es en realidad Mineral del Chico, el pueblo a dos horas de Ciudad de México donde se rodó. En esta búsqueda de la identidad de los pueblos las locaciones se convierten en un personaje subliminal en la ficción. “Abrevamos mucho de la cultura y del folklore de esos lugares. También tratamos de que transcurran en pueblos, no en grandes ciudades, porque justamente se está más cerca del folklore. Es fundamental”. La pluralidad que ofrece la cultura mexicana, el sincretismo, la mixtura con las creencias de los pueblos originarios y los rastros dolorosos de la conquista española están latentes en cada episodio de la historia. “Pinche español de mierda”, le dicen a Antiquera mirándolo a los ojos.

El productor y director, ganador de un Oscar por El secreto de sus ojos, también se refirió a los cambios de consumo que introdujeron las plataformas de streaming tanto en los contenidos televisivos como en el cine. "Todo lo que le sumó a la televisión se lo restó al cine, lamentablemente. Para la televisión soy un converso absoluto a las plataformas, hace años que no veo algo con cortes publicitarios o que me digan 'tenés que estar a las 10 de la noche del jueves en tu casa para verlo'. Me gusta también la riqueza creativa que se genera al no estar en un lugar en el que tenés que competir con lo que está pasando en el otro canal", señaló.

"Realmente las películas que veo que se hacen para plataformas no son como películas, si bien están nominadas al Oscar y todo, siguen teniendo una cosa más de plano medio, otro montaje, sigue siendo distinto una película hecha para el cine. Cuando filmás para una pantalla grande aguanta tomas más largas, planos más lejanos, y en el montaje no estás pensando '¿esto lo verán en el televisor y en el Ipad?' Si alguien quiere verlo por teléfono que se joda", dice el director, y ruega por el momento en que se vuelvan a llenar las salas de cine. 

En esta intención de cumplir con las expectativas del género creando al mismo tiempo personajes con los que se pueda empatizar es que también se llega a una serie de protagonistas que intentan ascender en la jerarquía de una de las instituciones más grandes del mundo. La política también es parte de la ficción cuando se pone en la pantalla las dinámicas que se juegan entre personas para las que la religión es también un trabajo. La desconfianza, la tradición y la reforma. El encare puede ser polémico, pero es un terreno que no le es ajeno al director argentino.

La segunda temporada de Los enviados se estrenará este año en la plataforma Paramount+ y la misión sagrada llevará a los personajes a otro continente cuando desembarquen en España.

Los secretos, la fe y la política se mezclan en un cóctel que explota con revelaciones más humanas que divinas, tensiones interpersonales y fenómenos que pueden ser inexplicables. La clave de cualquier misterio es mantener la incertidumbre hasta el final, manteniendo encendida la idea de que "hay veces que no alcanza ni la ciencia, ni la fe".

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