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Los errantes: pequeños relatos de viaje de una premio Nobel
Viajar es útil, hace trabajar la imaginación. El resto no es más que decepción y fatiga”, escribió Louis Ferdinand Céline en el epígrafe de su célebre novela Viaje al fin de la noche. La frase del escritor galo resume en buena medida el contenido de Los errantes, el libro que circula hoy en Uruguay de la reciente ganadora del premio Nobel de Literatura, Olga Tokarczuk.
De entrada hay que decir que no se trata de una novela, ni de un conjunto de relatos al estilo tradicional, ni tampoco de un diario de viaje, y allí radica su originalidad, que junto a una prosa cuidada, conforman las dos virtudes más sobresalientes de esta escritora polaca, psicóloga, feminista y ecologista, que en este libro se ocupa más de reflexionar sobre la trascendencia filosófica y mística del simple acto de viajar de un lugar a otro, que de describir paisajes idílicos, catedrales o barcitos encantadores en pequeños pueblos italianos.
La libertad narrativa absoluta le permite a Tokarczuk saltar de un registro a otro sin culpa alguna: a un texto realista de una página sobre los aeropuertos le sigue una historia de diez carillas absolutamente de ficción, luego puede venir un cuento tradicional, después un paseo por Polonia y así hasta el final. Y, si bien hay un hilo conductor casi invisible que se puede seguir, lo recomendable es asumir el desconcierto, el cambio constante de ritmo y tema, y rendirse a él.
Como todo conjunto de textos disímiles, el libro tiene sus más y sus menos. Por momentos, Tokarczuk es terriblemente seductora por su capacidad para relacionar ideas contrapuestas en un mismo texto; por momentos, parece querer ser ingeniosa, con textos breves que termina con definiciones tajantes que le restan puntos.
Por suerte son más los primeros que los segundos, con lo cual el libro termina siendo agradable de leer, a pesar de una estructura que, como ya se dijo, no la ayuda (los relatos más largos, por ejemplo, están divididos en capítulos intercalados a lo largo de todo el volumen, lo que fuerza al lector a recordar y retomar una trama contada e interrumpida cincuenta páginas antes).
También hay que decir que la autora parece tener dos caras bien nítidas: puede ser alegre y luminosa cuando trata asuntos sin trascendencia filosófica, como cuando reflexiona sobre los albergues, los guías turísticos, los hoteles o los productos creados para el turista; pero también, en los temas más pesados que trata como la relación entre la psiquis y el cuerpo, o la naturaleza enfrentada al conocimiento, se muestra oscura y profunda, con conceptos muy originales que obligan a pensar.
Hay también varios planteos ecologistas sobre todo en defensa de los animales, ya que opina que en ellos se encuentra Dios, que se sacrifica ante los ojos de la humanidad día tras día. Y hay una defensa de las minorías que ejemplifica con una cita magnífica de San Agustín: “Que el hombre, nazca donde nazca, mientras sea hombre verdadero, un ser pensante con pensante alma, aunque se diferencie de nosotros en figura, color, voz y porte, no hay que dudar que desciende del primer Padre humano, Adán, de manera que es capaz de ser salvado”.
Los mejores momentos del libro son cuando visita varios museos donde se exhibe la anatomía del ser humano, el monstruoso pero al mismo tiempo maravilloso diseño de la carne, que es muchas más cosas que simples órganos y fluidos. Museos que se transforman bajo el impulso de su pluma en frescos inquietantes de lo macabro y lo sublime. Los errantes, además de un periplo por el mundo, es un viaje por la psiquis de una autora que puede gustar o no, pero que no deja indiferente a nadie.
