Fabiana Culshaw
El domingo 8 de marzo me desperté entusiasmada. Ese día se realizaría el cóctel de bienvenida a un seminario de propiedad intelectual que comenzaba al día siguiente en un hotel de Pocitos, e iría a cubrirlo. Cierto escalofrío me corrió por la espalda al saber que vendrían más de 200 participantes, la mayoría abogados, de 22 países, donde se habían detectado unos cuantos infectados de coronavirus.
Durante los cortes los asistentes al congreso no hablaban de otra cosa: ¿cómo van los casos de coronavirus en tu país?, ¿te chequearon la salud en migración?, ¿había gente con tapabocas en el aeropuerto?, ¿hoy tosiste? El leve nerviosismo por la pandemia no impidió que los participantes hablaran sobre las prevenciones de salud que se debían a adoptar, irónicamente, entre saludos y abrazos.
Pero llegó el viernes 13 –sí, el fatídico viernes 13– en el que se anunciaron los primeros cuatro casos en Uruguay, y supimos que tres personas presentes en el evento habían sido diagnosticadas con coronavirus.
¿Qué pasó luego de la noticia? Cuarentena para todos. Los abogados en sus respectivos países se confinaron, pidieron ser diagnosticados, hubo emails de ida y vuelta. Con la lista en mi mano de los infectados en el evento, me di cuenta de que había entrevistado a uno de ellos. Y ahí nació mi ansiedad.
“Sí, me duele al respirar, pero no es que no pueda hacerlo”, fue mi respuesta.
Al otro día, el dolor en el pulmón que se había acentuado. Llamé nuevamente al Evangélico, esta vez pidiendo por un médico a domicilio. Casi de noche, sonó el intercomunicador. Cuando bajé, la médica me espetó: “¡No abra la puerta! ¿Es posible que usted tenga coronavirus?”.
“Es posible, no lo sé”, respondí en voz baja, para que los vecinos no se alarmaran.
La doctora comenzó a cubrirse en plena calle: se puso una bata azul de tela descartable, guantes, tapaboca y unos enormes lentes acrílicos, tomándose su tiempo y cuidado. Cuando estaba totalmente tapada me dijo: “Ahora sí puede abrir”.
Una vez adentro de mi casa, no se sentó, no tocó nada, me revisó y auscultó.
“Usted ahora no tiene fiebre y el dolor que siente al respirar puede ser muscular. No tiene síntomas del virus, pero es obligatorio informar al Ministerio de Salud Pública (MSP)”, me aclaró. Al llamar al MSP desde su celular, explicó la situación: “La paciente se ve bien, aunque tuvo dolor de garganta y entrevistó a una persona con el virus”, y volviéndose hacia mí, me preguntó: “¿Me puede decir el nombre de esa persona?”. Noté que del otro lado de la línea revisaron una lista y entonces concluyeron que me tenían que hacer el test.
“Mañana vendrá un técnico para tomarle una muestra. Siga como hasta ahora en cuarentena”, me ordenó.
Debo reconocer que mis ojos se aguaron. A la posibilidad de tener coronavirus se sumaba que mi gata había saltado cuando abrí la ventana para ventilar: “Doctora, ¿me puede recetar algún tranquilizante?”. “No es necesario, no se preocupe, sabremos pronto su diagnóstico”.
“Mi gatita no ha regresado desde la mañana. Entiendo la necesidad de mi cuarentena, pero debería salir a buscarla, debe estar perdida”, confesé. Me miró como sondeando mi temple, me recetó paracetamol para el dolor de espalda, y también me dio una receta verde de aceprax, que me ayudaría a tolerar la ausencia de mi mascota.
Al día siguiente, llegó la técnica de sanidad para tomarme la muestra. Se colocó los implementos de protección puertas adentro. Abrí la boca para la muestra de saliva. “No, señora. La muestra es por la nariz. Le pondré dos hisopos, será un poco incómodo”, me advirtió.
Todo fue muy rápido. Luego se quitó sus implementos de protección y los colocó en una bolsa de plástico, se los llevó.
A la media hora, me llamó la doctora para saber si me habían hecho el test. Para mi sorpresa, me preguntó “¿Y su gata apareció?”. “Síííí, anoche regresó sola por los techos”, le dije con alegría.
Desde esta semana las mutualistas y prestadores de salud están autorizados a realizar los test sin previa autorización del Ministerio de Salud Pública pero cuando me tomaron la muestra todavía la muestra debía ser enviada al laboratorio del MSP.
En mi caso, pasaron once días desde que llamé por primera vez a la emergencia hasta que obtuve el resultado. En el ínterin, llamé varias veces al Evangélico y me explicaron que la demora obedecía a la sobrecarga de trabajo.
Finalmente, el viernes 27 una médica me llamó. “Su resultado dio negativo”.
¡Qué alivio! Al consultarle qué pasaría de ahora en más, no dudó: “Hay que seguir cuidándose. Lo más probable es que casi todos estemos recibiendo alguna carga viral baja, pero la mayoría sin manifestaciones de la enfermedad. Eso nos generará anticuerpos".
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