La esquina de Luis A.de Herrera y Galarza, al costado del shopping, fue escenario del homicidio el domingo pasado

Nacional > Tribus urbanas y la violencia

Miedo a los forasteros

La bonanza económica ha permitido que los sectores bajos de la sociedad frecuenten los mismos lugares que las clases altas, y eso está produciendo más que roces
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02 de septiembre de 2011 a las 21:06

Un gorro fue la razón por la que Álvaro Froste, de 16 años, recibió un balazo en el pecho el domingo 28 de agosto. Siete días antes, a su asesino, un muchacho de 19 años, le fue sustraído un gorro en medio de una trifulca en las inmediaciones de Montevideo Shopping. El asesino declaró que compró un arma “por seguridad” y ese domingo la utilizó contra la barra enemiga, sin saber si Álvaro Froste era o no quien le había quitado el gorro. Los vecinos la calificaron como muerte anunciada y dicen que el miedo y la violencia campean en el barrio desde que los jóvenes “planchas” se reúnen en la zona.

La convivencia con sujetos que generan inseguridad es vivida como algo cotidiano entre los grupos pertenecientes a las clases populares. Sin embargo, es una situación relativamente nueva para las clases altas y medias que antes tenían para sí determinados espacios públicos.

La mejora de los salarios y las transferencias estatales a los hogares más pobres han logrado que los jóvenes, hoy identificados como planchas, tengan la posibilidad de salir del barrio e ir al Mambo del Parque Rodó, a bailar a la Ciudad Vieja o a pasear a Montevideo Shopping. Pero la distancia social hace que los otros identifiquen marginalidad con peligrosidad. Más si se trata de un hombre, joven y pobre. Más aun si lleva puesta la capucha. Y más aún en estos tiempos cuando una de las peores pesadillas del sentir colectivo es ser víctima de un delito. Para el sociólogo Luis Morás, experto en seguridad ciudadana, el miedo es hoy uno de los principales articuladores de la sociabilidad. “La sensación que se crea es que lo peor está por pasarnos también a nosotros”, afirmó.

La reacción de los vecinos de Pocitos Nuevo es la más reciente muestra de la fragmentación social que encarna la sociedad montevideana: deterioro de la confianza interpersonal y rechazo a sectores sociales percibidos como amenazantes. Lo último casi se reduce a los planchas, cuya presencia está asociada a la delincuencia, a la vagancia y a la drogadicción. “El clima social está envenenado”, aseveró Morás. Prohibirle a la familia no ir más al shopping los domingos de tarde es una estrategia como colocar rejas. La consecuencia es el aislamiento de las personas y el abandono de los espacios públicos o, por lo menos, la paulatina imposición de “fronteras simbólicas” entre “nosotros y los otros”. Agregó Morás: “La disputa por territorios y la estigmatización de algunos barrios agudizan las tensiones y amplifican los conflictos sociales, comprometiendo la profundización de la lógica participativa y democrática”.

La imagen del miedo
Hace 10 años los llamados planchas no formaban parte del paisaje montevideano aunque la raíz de su origen se remonta un poco más atrás. El estancamiento de la economía uruguaya reflejado en una baja tasa de actividad y una pérdida constante del poder adquisitivo de la población empezó antes de que finalizara la década de 1990. La crisis de 2002 agravó el problema. Los niveles de pobreza e indigencia se dispararon, sobre todo en los niños y adolescentes. La clase media se fragmentó. Se sumó una creciente desigualdad del ingreso que persistió a pesar de la recuperación económica.

Según Sebastián Aguiar, investigador del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS), “los planchas son esos jóvenes que ni ellos ni sus familias han podido levantarse del golpe”. Completa el cuadro la deserción estudiantil, la imposibilidad de acceder a un trabajo calificado, los cambios en la estructura familiar y la pasta base.
En ese contexto de exclusión social y marginalidad, la cultura plancha apareció como una identidad alternativa, orgullosa de sí misma y cultivada contra quienes los discriminan por tratarse de jóvenes pobres. Es la más visible de todas las tribus urbanas que coexisten en Montevideo y la más numerosa. Esto se debe a que la mayoría de sus miembros asume la estética plancha como forma de sociabilización, aunque no comparta la ética.

Para el sociólogo Rafael Bayce, experto en sociología de la cultura, el modelo “plancha radical” atrae por su rupturismo. “Nada rechaza tanto ni sustituye tan bien el mundo que se quiere dejar atrás y nada ya construido puede atraerlos con tanta facilidad para hacer la sustitución”, opinó. La captación de adolescentes con orígenes socioeconómicos medios y hasta altos responde a que adoptan los “héroes, ídolos, modelos y otros significantes” de los estratos bajos ante la falta de construcción de los propios. Los planchas “declaran la guerra simbólica y esa guerra, fundamentalmente, no es física sino de agresividad simbólica; pero puede incluir violencia material y agresividad emocional, aunque no tanto como se cree”, explicó.


Los sociólogos consultados coincidieron en que existe una progresiva descalificación de los espacios públicos cuando, justamente, son verdaderamente democráticos. Morás calificó la tendencia como “medievalización” de la ciudad: “Los territorios seguros son aquellos cerrados, amurallados y vigilados que garantizan la homogeneidad estética y cultural de quienes los transitan. Los espacios públicos abiertos son percibidos como una oscura selva poblada por figuras extrañas y peligrosas dispuestas a atacarnos”. La diferencia entre hoy y ayer es que antes esos extraños no tenían acceso. Los jueguitos del Parque Rodó les eran muy caros. Pocitos les quedaba a mil leguas y solo iban a la
Noche de las luces.

El shopping siempre ha sido el paseo de compras y de entretenimiento favorito de los grupos sociales medios y altos. Muchos padres lo consideran un “lugar burbuja” para que sus hijos pasen la tarde en un ámbito seguro. Pero en los últimos años, esas zonas comenzaron a captar públicos de otros estratos sociales. Para estos, es un “paseo barato”, o como dijo Aguiar, un sitio “estimulante, de luces y colores”. “Si el nuevo shopping (el de Jacinto Vera) va a ser uno berreta, no van a ir. Todo el mundo quiere ir a lo bueno”, opinó. La convivencia entre unos y otros se convierte en una disputa por territorios, aumentando la fractura social. “Los odios se retroalimentan en un círculo vicioso. Pero somos nosotros, los cómodos, los que tenemos que cortarlo. Tenemos que perdonar a quienes nos ofenden. Nosotros los ofendemos más. Muchísimo más”, manifestó Aguiar.

Danilo Veiga, catedrático en Sociología Urbana, consideró que deben existir políticas públicas que apunten a la creación de espacios públicos en los que se fomente la interrelación social, a la vez que se refuerza la educación pública. “Detrás del fenómeno plancha hay carencias afectivas, educativas, falta de hábitos de trabajo. Si se mezclan con frustración y violencia es un cóctel explosivo”, ilustró. Para Aguiar, es tan necesario para asegurar la calidad de vida de los ciudadanos diseñar políticas para combatir y bajar las tasas de delitos, como para amortiguar el miedo y sus consecuencias.

Hecho excepcional
Para Bayce y Aguiar, la muerte de Froste fue un hecho dramático pero excepcional, ya que es la primera muerte que se produce en más de 20 años de convivencia entre tribus urbanas alrededor del centro comercial. “No fabriquemos una problemática de la violencia juvenil en supermercados porque no existe. Lo que hubo fue una desgracia y puede pasar en cualquier punto de la sociedad y a cualquier edad”, señaló Bayce.

Veiga identificó a la subcultura plancha como una expresión que participa del consumo colectivo y que reviste una forma de pandilla.

El jefe de Policía de Montevideo, Walder Ferreira, aseguró que aumentará el patrullaje en la zona. En el shopping contratarán servicios 222. Hoy cuenta con 100 guardias de seguridad y la vigilancia aumenta 30% los fines de semana.

Para Bayce, estas medidas son desacertadas porque serán medidas de choque contra la autonomización adolescente. “Nada más equivocado y contraproducente que convertir en norma de convivencia lo que es una improbable excepción”, expresó. Y añadió:

“Quienes intervengan seguramente ni entenderán ni querrán entender la lógica de las tribus urbanas y de la adolescencia. No entenderán ni querrán entender el valor simbólico de una gorra para las subculturas juveniles. Esos asuntos seguirán siendo manejados por ignorantes, autoritarios y obsoletos que lucran con la inseguridad. Estamos fritos, ojalá me equivoque”.

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