Poner un pie en la cancha para ver un recital que se tiene la certeza de que no se va a repetir es una sensación ambigua, rara. Una emoción difícil de explicar, una electricidad en el cuerpo, y a la vez, una especie de desazón que se disimula porque la alegría es más. Ya empieza, no falta nada, son dos horas de goce. Dicen algunos que hay que buscarle el lado positivo a las cosas. Bueno.
El cartel amarillo, enorme, que anuncia la llegada de La Polla Récords al Antel Arena se ve desde lejos. La primera bienvenida. La segunda, alguna cresta, alguna cadena, menos que 20 años atrás en el Teatro de Verano, quizás muchas menos pero ahí están, resisten. Hay más canas que crestas esta vez.
Cuando se cruza el segundo puesto de entrada la fiesta ya es un hecho. ¡No somos nada!, corea en medio de abrazos y manos alzadas un grupo de personas. La tercera y la mejor bienvenida.
Una noche inolvidable, @La_PollaRecords pisó fuerte el escenario de #AntelArena y nos regaló un show de Punk Rock que nos hizo saltar y cantar a todos. pic.twitter.com/duINfMjBKX
— Antel Arena (@antelarena) February 10, 2020
"Sa a a a a a al veeeeee". La voz de Evaristo suena en la oscuridad con el arranque de uno de sus himnos y explota todo. El pogo que ya habían dejado pronto La Sangre de Verónika y los argentinos 2 minutos no demoró ni un segundo en rearmarse. La edad de la enorme mayoría del público –entre 30 y 50- no pesa. O pesa poco. Unos evitan la cercanía extrema al escenario, ya la tuvieron otras veces. Otros la buscan, no lo conciben de otra forma. Algunos de los que ocupan los palcos o la única tribuna habilitada además de la cancha miran desde arriba con envidia y deseo a la masa que se mueve unida en ese ritual de bienvenida y despedida a la banda de su adolescencia, a la que les dijo que todo, o casi todo, estaba mal. Muy mal.
Evaristo sigue siendo Evaristo. Los casi 60 años se le notan solo en el abdomen, un poco más hinchado que antes, cuando era un alambre que gritaba desde el escenario con la cabeza llena de aros. Enfundado en una remera del Palestino de Chile le pone el cuerpo y el alma a las más de 40 canciones que canta, dice que se asfixia pero no se nota, dice que está viejo una y otra vez, pero a nadie le importa.
Llega Así es la vida, La chica Ye Ye, Delincuencia, Los 7 enanitos, Come mierda, Txus. La gente goza, baila, empuja, deja todo. Suena Iván, Toda la puta vida igual, suena Johnny.
Te das vuelta y ves a amigos que se miran, se abrazan, saltan juntos. Ahí hay décadas de recitales, de conseguir los cassettes, regrabar, pasarlos, de maravillarse con las primeras letras de rebeldía, de interpretarlas y aplicarlas a la vida que aprieta, que ahoga. Porque cuando tenés menos de 20, o por ahí, generalmente la vida te hace esas cosas. Y ahí está La Polla para decirte que sí, que tenés razón. Que a veces todo es horrible.
Y suena Ellos dicen mierda y No somos nada. Y cuando parece que no puede ser mejor, La llorona. Voy al campo, abandonaré la ciudad. El grito es uno solo, se termina, nadie se quiere ir. Nadie quiere dejar ir a Evaristo y su banda que acaban de hacer feliz a miles. Odio a los partidos y se terminó.
Se terminó para siempre, porque si cumplen la promesa, hasta aquí llegó La Polla. Una lástima. Pero siempre estarán las canciones, que al fin y al cabo, son el motor de tantos cada día.
Volver un rato a los 17 no está mal. Nada mal. Y el punk, por suerte, todavía vive.
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