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Paula Aintablian: una mujer que impulsa la integración desde la barra de su boliche

La dueña del bar Kalima se dedica desde los 14 años a temas vinculados a los derechos humanos y varios de sus empleados tienen alguna discapacidad
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08 de marzo de 2019 a las 05:00

Es noche de jam session. El jazz retumba en las paredes y los vidrios del boliche. Los músicos improvisan, invitan a otros a tocar y el repertorio cambia de un minuto a otro con nuevas personas que se suman cuando un instrumento se libera. A Paula Aintablian le resulta imposible pensar en Kalima, el bar que ocupa la esquina de Durazno y Jackson, sin esa música. Aintablian piensa en el jazz como improvisación, apertura y la oportunidad de tener un espacio en el que la inclusión va modificando la música. Algo casi idéntico a lo que quiso hacer con Kalima hace nueve años.

En la barra del boliche hay dos ramos de flores con tarjetas de felicitaciones por su décimo aniversario. Aintablian lo fundó en marzo de 2009 con dos socios y con la idea de que fuera un espacio para comer y beber entre música en vivo. Pero al Kalima originario no le fue bien y al año siguiente se fundió. Por ese entonces, Aintablian estaba por dejar un colegio en el que trabajaba con personas con discapacidad desde hacía años y vio en el cierre de esa etapa, otra que se abría y que podía tener a Kalima como protagonista. “Fue pensar un espacio público como intercambio ciudadano. Que puede venir cualquier persona y trabajar desde el tema de la inclusión de personas con discapacidad.  Era pensar la inclusión como propuesta ciudadana”, cuenta sentada en una de las mesas de su boliche.

Con la palabra “inclusión” en mente, Aintablian comenzó a contratar a personas en situación de discapacidad que, casi una década después, se siguen encargando de atender a los comensales de la hora de la merienda, preparan todos los elementos para la noche, ayudan en la cocina y, en definitiva, hacen que parte del engranaje de Kalima se mueva.

De los 12 integrantes del boliche, cuatro tienen discapacidad intelectual pero eso no significa que cumplan reglas diferentes a sus demás compañeros. Por el contrario, todos los empleados de Kalima saben que se tiene que llegar a trabajar puntual o que en la cocina no se pueden usar zapatos abiertos y cobran exactamente el mismo sueldo de acuerdo a las horas que trabajan. “Nada de lo que hacemos es exclusivo para personas con discapacidad. Y acá no se juega, acá se trabaja. De eso se trata y es una de las cosas que más me han enriquecido: los mozos que no tienen una discapacidad han hecho un gran proceso porque tienen que compartir su vida con pares. Y surgen temas como el tiempo libre, las salidas y todo se da entre pares, con o sin discapacidad”, dice Aintablian.

“Al principio teníamos gente que decía: ‘¿Puedo ir a ver?’. ¿A ver qué? Lo importante es que la gente venga porque la propuesta artística es buena, porque la comida es rica y no por el tema de la discapacidad, porque eso no se sostiene en el tiempo", cuenta su encargada con la música de una batería de fondo que está tocando uno de los mozos de la noche, al que le presta el salón inferior del local para ensayar.

Aintablian viene de una familia en la que el arte era importante y por eso es parte de la esencia de lo que hace. Por eso también sobre las paredes del boliche están colgadas obras diferentes artistas uruguayos que van rotando con el paso de las semanas.

"Kalima fue pensar un espacio público como esto del intercambio ciudadano, de que puede venir cualquier persona y trabajar desde el tema de la inclusión de personas con discapacidad. La inclusión como propuesta ciudadana. Es un lugar donde se participe y se esté" 

La grilla artística también incluye shows musicales fijos, entre los que tocan por ejemplo Los Cotonetes, una banda de rock formada por residentes del Cottolengo Don Orione. “A mí no me interesa que llenen el boliche algunos artistas que en realidad no estoy de acuerdo con lo que plantean. Hubo bandas que vinieron y no les permití pegar algunos afiches porque tal exposición de la mujer acá no va”, dice.

Entre Canelones y Durazno

Los días de Aintablian suelen empezar en centros del Inisa de Canelones o en juzgados a los que están siendo trasladados adolescentes que acaban de cometer un delito. Hace muchos años que coordina un equipo que se dedica a trabajar en penas sustitutivas para adolescentes infractores en el departamento canario.

Cree que el proyecto que encabeza en Kalima sumado al trabajo con los adolescentes se vincula directamente a que desde los 14 años se dedicó a los derechos humanos de la infancia. Cuando era adolescente despuntaba el vicio por esa temática participando en campamentos con menores que vivían en el actual INAU u organizando actividades en su barrio. Con 50 años, lo resume en sus dobles jornadas laborales.

"Si uno quiere hacer recortes, puede hacer miles. En Kalima trabajó una de las migrantes de los refugiados sirios cuando vino el primer grupo. Trabajamos el tema género con personas trans...si uno hace los recortes hay de todo. Hay todos los recortes que uno quiere hacer, pero una de las cosas que hacemos acá es brindar oportunidades"

El paso de los años la llevó a estudiar antropología –una carrera que no llegó a terminar-, a irse becada a Alemania de donde volvió convencida de que el trabajo social era lo suyo, y gracias al que siguió recorriendo parte del mundo. Trabajó en Libia, Perú y Bolivia, entre otros, con culturas originarias y llegó a la conclusión de que los fenómenos sociales tienen que tener una mirada antropológica, algo que cree que sucede en Kalima.

Quizá por eso cuando en 2014 se enteró de que llegarían familias de refugiados sirios se acercó a algunos integrantes del gobierno para ofrecerles un puesto en su boliche para una de las mujeres que viniera. “Qué mejor para alguien que viene del extranjero poder cocinar lo propio”, pensó al hacerle la oferta. Fue así que Aintablian contrató a Carima, una de las mujeres que vinieron escapando de la guerra, y trabajó un tiempo en el boliche.

En la cocina del local también trabajaron dos mujeres que conoció en uno de los centros de Canelones. Como no sabían nada de cocina el trato fue que les daba trabajo si se comprometían a aprender a cocinar. Aunque el chef de Kalima fue su principal maestro, una hizo un curso particular y la otra fue a la UTU a aprender. Ambas lograron cocinar tal y como a los comensales del boliche les gusta.

Este miércoles de tarde el tema de conversación entre los empleados que empiezan a llegar es el mismo que el de hace dos días: por segunda vez en 48 horas y quinta desde diciembre algunos vidrios amanecieron rotos por no más que tres botellas de whisky que se robaron.

Los vidrios rotos se suman a las dificultades para que el boliche abra cada tarde y noche, entre impuestos, habilitaciones e inspecciones. Pero Aintablian sigue manteniéndolo en pie porque cree que es un lugar para brindar oportunidades. No en vano, decidió mantenerle el nombre cuando supo su verdadero significado. En un principio, creía que Kalima era un viento cálido que viaja del sur de África a España. Sin embargo, era algo un tanto más complicado: es una neblina de arena, pero que tiene viento que la empuja.

Esta historia forma parte de una serie de reportajes publicados en el Día de la Mujer.

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