El protocolo habitual señala que cuando un papa muere, el Vaticano prepara su funeral y, al mismo tiempo, pone en marcha el mecanismo para su sucesión. En esta ocasión, todo será diferente. La desaparición del papa emérito Benedicto XVI, que dimitió hace casi diez años, representará una primicia para las autoridades vaticanas.
La muerte de un sumo pontífice desencadena la rápida convocatoria al tradicional cónclave en el que los cardenales eligen al sucesor. Un escenario necesariamente excluido en el caso de Benedicto XVI, ya que Francisco lo sucedió en 2013. Entonces, ¿a qué protocolo recurrir?
Las autoridades vaticanas trabajan en el tema desde el brusco empeoramiento en los últimos días del estado de salud de Joseph Ratzinger, primer papa en dimitir en seis siglos. Sin embargo, lo hacen en secreto, sin revelar sus intenciones.
Según la constitución apostólica promulgada en 1996 por Juan Pablo II, un papa debe ser enterrado entre cuatro y seis días después de su muerte. El calendario lo deciden en general los cardenales venidos de todo el mundo para la ocasión. También observan los "novemdiales", es decir los nueve días de luto en homenaje al difunto papa.
Tradicionalmente son los cardenales, entre los cuales es elegido el futuro papa, quienes quedan al frente del Vaticano debido al vacío de poder creado por la muerte del pontífice, pero este no será el caso, ya que el papa Francisco ocupa la jefatura de la Iglesia Católica.
En 2005, el cuerpo de Juan Pablo II, último papa fallecido, fue expuesto, antes de su solemne funeral en la plaza de San Pedro, en presencia de numerosos jefes de Estado. Un millón de personas asistieron al funeral, ceremonia que fue presidida por el cardenal Joseph Ratzinger, entonces jefe de la congregación para la Doctrina de la Fe, quien luego fue elegido por sus pares para ocupar el trono de San Pedro.
Como antiguo papa, Benedicto XVI también debería tener funerales en la plaza de San Pedro, salvo instrucciones particulares de él. Aunque su popularidad nunca alcanzó la de Juan Pablo II, el papa alemán, jefe de la iglesia católica entre 2005 y 2013, es un antiguo jefe de Estado y, como tal, su entierro debería atraer a una multitud de altos dignatarios y fieles.
Otro interrogante es dónde será enterrado. Su biógrafo oficial, el periodista alemán Peter Seewald, reveló en 2020 que Ratzinger deseaba ser enterrado en la tumba de Juan Pablo II, en la cripta de San Pedro, tumba que está vacía desde el traslado del ataúd de Juan Pablo II a una capilla lateral con motivo de su beatificación en 2011.
Según monseñor Claudio Magnoli, experto en liturgia, "se respetará el rito previsto para las exequias de los papas, dado que Ratzinger fue papa". "La diferencia esencial es que podrían ser presididas por un papa en función, es decir por Bergoglio, mientras que, hasta ahora, en general ese rol correspondía al decano de los cardenales ", explicó a la agencia de noticias AFP. Cualquiera que sea la opción elegida, la última palabra la tendrá Francisco.
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