Hace tres años que a Luis le diagnosticaron enfermedad de Alzheimer. Su hija Amelia va cada tarde a pasear con él. A veces se traba un poco hablando de sus hermanos.
— Sí… Él es ingeniero y hace… Mmmm… [mueve las manos a un lado y a otro]
— ¿Qué tipo de fábrica?
— Él hace… bueno él, no sé, que trabajaba allí y hacen… cemento.
— O sea que ¿trabajaba en una fábrica de cemento, papá?
Codificar y descodificar mensajes. Esa es la capacidad básica en la que se fundamenta cualquier intento de comunicación humana.
La conversación es la forma más común de intercambio de mensajes y para ser efectiva exige a los interlocutores seguir un complejo proceso colaborativo, adaptado a las exigencias de cada situación.
La realidad es que no nos hacemos conscientes de dicha complejidad hasta que nos enfrentamos al envejecimiento o a ciertas enfermedades degenerativas.
En ambos casos, el deterioro neurofisiológico dificulta el procesamiento de operaciones mentales, incluida una simple conversación.
Por qué con alzhéimer nos expresamos peor
La demencia tipo alzhéimer desencadena un proceso neurodegenerativo del sistema nervioso central caracterizado por una muerte neuronal progresiva en ciertas zonas del cerebro.
Eso da lugar a una sintomatología diversa que incluye trastornos en la memoria reciente o en la memoria de trabajo, depresión, cambios bruscos del humor y alteraciones importantes en la función lingüística y, como consecuencia, en la comunicación.
Entre esas trabas comunicativas destacan limitaciones para comprender el contexto, dificultades en acceder al léxico y en la programación motora del habla.
Además, las funciones de masticación y deglución pueden verse afectadas (disfagia), al igual que la capacidad de leer y escribir.
Lo peor es que el déficit lingüístico de los enfermos de alzhéimer se relaciona con el deterioro de su funcionamiento ejecutivo general.
Como consecuencia, tanto la expresión como la comprensión del lenguaje se ven comprometidas por las alteraciones en los procesos relacionados con la memoria, la concentración, la capacidad de razonamiento y con la Teoría de la Mente.
El enfermo acaba siendo incapaz de producir textos orales y escritos con adecuada coherencia y cohesión. Es más, ni siquiera puede comprenderlos.
El deterioro de las capacidades cognitivas hace que aparezcan dificultades en las diferentes funciones ejecutivas como el acceso al léxico, la inhibición, la impulsividad o el control emocional.
También implican una reducción en la capacidad de ajustar o regular la conducta.
Así las cosas, planificar y construir los intercambios comunicativos se vuelve una odisea, especialmente en el contexto de la conversación cara a cara.
Redefinir el papel de los logopedas
Quienes entablan conversaciones con enfermos de alzhéimer lo notan.
Sus interlocutores sanos deben lidiar con los problemas que muestran para entender el contexto y ajustarse a los cambios de turno o las variaciones de tema.
Además, tanto la cantidad como la duración de las pausas por parte de los pacientes aumenta, como veíamos en la conversación de arranque de este artículo.
Se debe, principalmente, a que existen problemas de acceso al léxico. En ocasiones, los pacientes lo compensan recurriendo a gestos.
Lamentablemente, el diagnóstico de alzhéimer crece exponencialmente con el aumento de la población adulta mayor.
La situación ha obligado a los logopedas a redefinir sus objetivos de trabajo para ajustarse a una realidad ineludible: la población a nivel mundial irá perdiendo funciones cognitivas, lingüísticas, emocionales y motoras.
La reducción significativa de la funcionalidad, autonomía y calidad de vida del adulto mayor está provocando un incremento en el uso de los servicios sociosanitarios.
Así las cosas, incluir al logopeda en la atención integral de la población afectada es más pertinente que nunca.
Además, dentro de ese modelo de intervención clínica interdisciplinar, conviene incluir tanto programas de atención farmacológica como no farmacológica.
En el caso concreto del logopeda, su objetivo debe ser diseñar estrategias de evaluación y de atención directa dirigidos a intervenir la sintomatología lingüístico-comunicativa de la persona con alzhéimer.
Al final, se trata de respetar sus derechos y reconocer que, cuando se atiende a una persona con demencia, el objetivo no es "reparar" o eliminar los efectos del deterioro cognitivo.
Se trata también de alcanzar el mayor bienestar posible para la persona con demencia, sus familiares y cuidadores.
Conseguirlo exige estimular y mantener una adecuada comunicación interpersonal.
*Beatriz Valles-González es directora del Grado en Logopedia en la Universidad Internacional de Valencia, España. Alejandro Cano es logopeda, psicólogo y profesor adjunto en la Universidad Internacional de Valencia, España.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation y se publica en BBC Mundo bajo licencia Creative Commons. Puedes leer la versión original aquí.
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