“Si no llueve, va a haber un lapso en el cual el agua no será bebible”. El presidente de la República, Luis Lacalle Pou, reconoció este jueves que las reservas de agua dulce de Paso Severino están agotándose y que la nueva obra de trasvase del río San José no estará pronta hasta dentro de 30 días, por lo cual es factible que deje de asegurarse en Montevideo y el área metropolitana la calidad del agua de OSE para el consumo humano.
Un mes y medio antes, el secretario de Presidencia, Álvaro Delgado, había dicho que el gobierno le aseguraría "el suministro de agua a la gente en la calidad” del momento.
¿Cuál es el límite entre un agua que pueda consumirse con garantía y aquella que no? La respuesta no es sencilla. La normativa vigente antes de la crisis hídrica fijaba unos valores de sodio y cloruros que ya fueron superados con creces y, por tanto, el agua dejó de ser potable por definición. Sin embargo, la linealidad no es tal.
Sucede que en los países en que se desaconseja el consumo de agua para los humanos suelen haber concentraciones elevadas de microorganismos que el proceso de higienización no logra revertir. Ese, en el caso de Montevideo y el área metropolitana, puede matizarse. Porque si bien un riesgo son los productos químicos que surgen ante la necesidad de clorificar más el agua (“el proceso de limpiarla”), lo que ocurre en el sur de Uruguay es que ante la escasez de lluvias que rellenen las fuentes de agua dulce, OSE pasó a mezclar el agua con otra que ingresa al Santa Lucia desde el Rio de la Plata, que es más salada.
Ante la incertidumbre de cómo ese exceso de sodio incide en la población, el Ministerio de Salud Pública creó una comisión honoraria asesora: una especie de mini GACH en el que un conjunto de médicos responde con informes técnicos ante las dudas que se les presenten a las autoridades sanitarias.
Fue así que le pasado miércoles 21 de junio, las autoridades sanitarias recibieron un informe de dos carillas que llevaba la firma de cinco médicos —todos ellos referentes en sus disciplinas y que ocupan cargos de jerarquía en la Facultad de Medicina de la Universidad de la República— en la que resumen por qué no conviene seguir subiendo los niveles de concentración de sodio y cloro al tiempo que se garantiza el consumo humano de esa agua.
La explicación, para no alargar el cuento, es la misma que ya fue dicha por el decano de la Facultad y uno de los firmantes del informe, Arturo Briva: la Organización Mundial de la Salud recomienda que un humano joven y sano no sobrepase la ingesta de cinco gramos de cloruro de sodio (sal) por día. En la población de riesgo ese límite es todavía inferior. Pero si se eleva la concentración de sodio a 700 miligramos por litro de agua que sale de la canilla, como pedía OSE al MSP, el solo consumo de dos litros diarios de agua ya insumiría casi por completo el límite de sal recomendado. No hay margen.
Briva, novel decano de Medicina, es intensivista y su voz fue clave durante la pandemia del covid-19. Integró el GACH, fue uno de los firmantes de los reportes sobre cuidados intensivos y de aquellos esquemas de colores del semáforo sobre los riesgos de saturación del tercer nivel de atención sanitaria.
Ahora su participación es de coordinación como máxima autoridad de Medicina. Por su experticia en el GACH, fue uno de los que pidió que los informes técnicos se hagan públicos, dado que eso garantiza la independencia de los académicos.
En el “viejo” GACH también estaba el catedrático de Nefrología, Óscar Noboa. Coincide que integraba el equipo de intensivismo. Su rol en el “nuevo” grupo que asesora tiene una razón lógica: los riñones eliminan los desperdicios de la sangre y el exceso de agua. El exceso de determinada sustancia podría afectar la función renal. Tanto es así que uno de las primeras consultas que tiene toda persona diagnosticada con hipertensión (a la que se le pide la baja de consumo de sal) es con un nefrólogo o al menos con alguien que le estudie el estado de los riñones.
No solo eso: los centros de diálisis requieren de buena calidad de agua para realizar de manera artificial el proceso de limpieza de sangre que el organismo no logra hacer de manera natural. Y si bien “por ahora” los equipos vienen funcionando bien gracias a la ionización inversa, la calidad del agua es clave para el funcionamiento de este tipo de prestación.
Noboa había sido clave en los estudios de niveles de anticuerpos contra covid-19 en la población trasplantada de riñón (inmunosuprimida). Además, integra la directiva de la Academia Nacional de Medicina, cuyo presidente (José Arcos) es otro de los médicos a los que el MSP pidió asesoramiento.
Si el sistema renal es uno de los más relacionados con la hipertensión, el otro es el cardiovascular. En definitiva, consiste en una elevación de la presión arterial. Por eso el catedrático de Cardiología, Ariel Durán, también integra la comisión asesora ante la crisis de agua.
Fue uno de los fundadores de la Sociedad Latinoamericana de Cardiología, y es el vicepresidente de la Comisión Honoraria de Salud Cardiovascular. El presidente de esa comisión, Víctor Dayan, es otro de los integrantes del “nuevo GACH”.
La lista de los cinco médicos firmantes del informe que tomó Salud Pública y cuya recomendación de no aumentar la salinidad puede explicar (aunque no es causal) el por qué no se autorizó a OSE a un cambio en la calidad, se completa con el catedrático de la Clìnica Médica C, Manuel Baz, y el profesor titular de la Clínica Médica 1, Jorge Facal.
Estos serían las voces de la medicina más “clínica”, más el estudio base de los médicos frente a la cama de un paciente, y son parte de las áreas históricas de la Facultad de Medicina. De hecho, la clínica que dirige el infectólogo Facal es antecesora de la facultad per se.
A este equipo de médicos de disciplinas base se les sumaron internamente (no convocados por el MSP), la toxicóloga Alba Negrin (sobre todo por el subproducto químico trihalometanos y su potencial cancerígeno), y la pediatra Karina Machado.
Con este panorama, un escenario probable, y confirmado este jueves por Lacalle, es que el MSP tenga que advertir de aquí a poco que el agua de OSE dejó de ser apta para beber.