Jorge Larrañaga

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Se murió El Guapo: se fue un hombre bueno

Se murió El Guapo, el que siempre resucitaba. Obituario de Jorge Larrañaga, por Leonardo Pereyra
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22 de mayo de 2021 a las 21:06

A Jorge Larrañaga le decían El Guapo porque, ya desde chico, enfrentaba con virulencia las cargadas de los trabajadores del stud de su padre en Paysandú. Y fue El Guapo durante toda esa vida de 64 años que se truncó este sábado de pandemia por un fulminante ataque al corazón que no le permitirá levantarse como se levantó múltiples veces, como si fuera un incansable Lázaro de la política.

Empezó su periplo político más o menos conocido como un intendente sanducero que en 1990 empezó a forjar una carrera política que, rápidamente, se extendió desde el litoral a todo el país. Cuando en el 2000 dejó la intendencia, ya era el principal referente del wilsonismo y en 2004 venció a Luis Lacalle Herrera en las internas nacionalistas para convertirse en el candidato presidencial de todo el Partido Nacional.

Jorge Larrañaga haciendo un asado

Perdió contra una izquierda imparable que se bebía los vientos. Y perdió varias veces más, y en esas tantas veces se refugió en su chacra El Arriero sobre el río Negro. “Dejá, me voy para los puentes un rato y después hablamos”, decía cuando las circunstancias políticas le resultaban tan jorobadas que hasta su corpachón necesitaba un descanso.

“No seas malo. No te canses de ser bueno”, era otra frase que le salía cuando se lo pinchaba para que saliera al cruce de algún adversario. 

Ejerció una dura oposición al primer gobierno de Tabaré Vázquez pero no dudó en ir a buscar al tupamaro José Mujica para intercambiar charlas en sus respectivas chacras buscando algunas coincidencias pese a todo lo que los separaba.

“Habrá hecho lo que habrá hecho pero estuvo no sé cuantos años metido en un pozo. No es para cualquiera. ¿Qué me van a dar como adentro de un gorro? Que me den, tengo el cuero duro”, me dijo cuando las críticas a esas juntas empezaban a caerle encima.

Tal vez por esas juntas que muchos blancos consideraban malas, Larrañaga perdió las elecciones internas nacionalistas de 2009 contra Lacalle Herrera. Luego en 2014 contra Lacalle Pou. Y en ambos casos bajó la cabeza, aceptó la candidatura a la vicepresidencia, perdió contra la fórmula frenteamplista y volvió a levantarse.

Logró una poderosa bancada parlamentaria, golpeó desde el Senado y fue golpeado. Sus rivales empezaron a tildarlo de perdedor y siguió metiendo el dedo en esa llaga cuando en 2019 Luis Lacalle Pou le ganó la interna blanca y su campaña plebiscitaria Vivir sin Miedo a favor de medidas contra la inseguridad quedó por el camino.  “Hermano, yo soy un guerrillero, un golpe más un golpe menos…”, justificaba y, otra vez, estaba arriba.

El día que asumió Lacalle, junto a su hijo

Durante unas semanas en las que estuve en el seguro de enfermedad por una dolencia más o menos importante, se enteró y me mandó un mensaje ofreciendo ayuda. “Precisás una mano. Sin trabajo y sin plata es una porquería”, escribió insistiendo sin entender la negativa.

Y luego agarró el Ministerio del Interior que le ofreció Lacalle Pou. “Yo acá me juego el cuero, tiro el chancho por la bajada ¿entendés?”, trataba de explicarse como cada vez que tiraba unos de esos dichos populares, o que él creía populares.

Jorge Larrañaga, como ministro, en una charla informal con los periodistas

Los números de esa “tumba de los cracks” empezaban a serle propicios y le empezaban a pesar en su físico. “Esto es 24 horas los siete días de la semana. No hay tregua, no sabés lo que es”, decía mientras se preparaba para una intervención en su castigada columna vertebral de la que salió airoso. “Un tajo y vuelvo. Hace un año que tendría que haberme operado”, se despidió por Whatsapp.

Durante varios meses de su gestión de ministro sufrió un dolor de espalda muy fuerte

“Buena nota, profe, abrazo”, es el último mensaje que tengo de él fechado el 21 de abril luego de que escribiera un artículo sobre los padecimientos de los ancianos en los días de la pandemia.

Cuando se enojaba mucho por una nota que no le resultaba propicia, llamaba al periodista sin que se le pasara por la cabeza tocar el timbre más arriba.

“Pero, pero… No es así pero calavera no chilla, dale que va”, se despedía. Este sábado dijo adiós imprevistamente y para siempre.

Estas letras están escritas desde el dolor por la muerte de un hombre al que siempre consideré un hombre bueno. Se murió El Guapo, el que siempre resucitaba. Si habrá que vivir.

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