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10 de mayo 2022 - 5:02hs

Quienes aún creían que un eventual triunfo en las elecciones de 2024 del PIT-CNT-FA no implicaría un cambio importante para el país, deben haber sufrido una sorpresa con la coordinada acción del sindicalismo trotskista – líder ideológico del frenteamplismo - que reiteró en detalle la semana pasada su plan de ataque impositivo contra las empresas y los ahorros, para financiar con su supuesta recaudación básicamente el aumento salarial de los empleados del estado y otros actos de generosidad burocrática y estatista.

Desde hace tiempo que la izquierda fomenta y complace el resentimiento contenido en este tipo de gravámenes que, en los papeles, redistribuirán la riqueza, que para el neomarxismo y los convencidos de su prédica es la culpable de toda pobreza. Ahora agrega el concepto de que el tipo de impuestos que está proponiendo, a las ganancias inesperadas, o altas, y a los ahorros en el exterior, (que ya pagaron impuestos o que pertenecen a residentes que los generaron cuando no tenían vinculación alguna con el país) no influirán en las decisiones de inversión de las personas y empresas. Un invento dialéctico que olvida que sus planteos han sido sistemáticamente demolidos por la evidencia empírica, empezando por Argentina, cuyo fatídico kirchnerismo implementó idéntico tipo de impuestos y medidas, con las consecuencias de la virtual desaparición de la inversión y el empleo, si no de la nación misma. 

Como ya se ha dicho en este espacio, localmente se prefiere creer que esa pérdida de inversión y confianza interna y externa en el vecino se debe a la patología de la señora de Kirchner, no a las medidas por ella inducidas. La inversión no huye de la Argentina por la patología de su vice, sino por las medidas que ella inspiró e inspira. Sin su ataque impositivo, laboral y de gastos descarados al sistema, la situación sería opuesta a la de ahora. La patología de la mandataria de la otra orilla de la que huyen los emigrantes y los inversores es ideológica y económica, no médica. El aumento de impuestos a las empresas que propugna la oposición oriental es también otra forma de aplicar retenciones al agro, complemento ideal del que Argentina ha sido pionera para autodestruirse. Ahora en Uruguay, que supone ser distinto, se propone exactamente lo mismo como solución. 

La idea es mucho más amplia. Cuando se debate el tema con algunos númenes de la izquierda extrema, (apodo que se aplica a toda la izquierda, que tarde o temprano se vuelve extrema, como una forma de doblar la apuesta a su fracaso) se advierte que con este tipo de impuestos se está tratando de hacer creer al resto de los factores económicos que ellos no sufrirán otra carga impositiva, sino que sólo afectará a los ricos. Doble falacia. Primero porque este argumento se ha aplicado infinidad de veces con el mismo resultado negativo, porque la acción humana termina arrastrando a toda la economía a padecer la presión fiscal que se sueña será sólo sectorial y luego porque la suma algebraica de los desestímulos fiscales y gastos crecientes hace que los impuestos siempre se generalicen y además suban sin límite y sin pausa. 

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El proyecto de aumentar los sueldos y ventajas adicionales, en especial a los empleados del estado, mediante nuevas y crecientes exacciones, es simplemente suicida, aunque suene popular y justo.  Y es explosivo si se piensa que no hay derecho a presupuestar el presente valor de las commodities como algo permanente. También es probadamente absurdo decidir a puro voluntarismo o reclamo aumentos o rigideces salariales en una economía que requiere crecer, sin haber logrado previamente ese crecimiento ni por asomo.  Eso vale tanto para el Trabajo como para el Capital: Amazon tuvo pérdidas durante 14 años antes de ser el icono actual. El trabajo será mejor pagado si la economía es exitosa, eficiente y productiva. De lo contrario, el efecto será inverso al buscado. No se trata de una opinión – debe aclararse – es una realidad probada hasta el cansancio. Por ese rumbo elegidos, bajarán la inversión y el empleo privado. 

Pero este proyecto no es simplemente una cuestión ideológica, ni siquiera es una defensa equivocada de los trabajadores. Muchos sectores del Frente confiesan basar toda su campaña electoral futura sobre estas promesas, que son evidentemente facilitas y populistas, al ser imposible de cumplir, y si se tratase de cumplirlas el efecto sería peor. La combinación de convencer a muchos sectores empresarios y productores de que no se los seguirá apretando con gravámenes que se aplicarán en cambio a alguna víctima propiciatoria y simultáneamente prometer “defender al trabajo y al trabajador y aumentar sus salarios” es un argumento electoral muy fuerte, sobre todo cuando el sistema se cree distinto y no sujeto a los mismos cartabones económicos que el resto de la humanidad. 

Algunos especialistas y profesionales con los que la columna ha discutido estos temas sostienen que, en la práctica, debe tenerse en cuenta que en el pasado el FA ha sido prudente con la aplicación de impuestos, cosa que no parece ser compartida por todos los sectores. También advierten que se requieren mayorías especiales para las cuestiones impositivas, y que cualquier nuevo gravamen debe ser propuesto por el Poder Ejecutivo, como si eso constituyese un freno, ahora que la oposición ha perdido a sus líderes tradicionales y prudentes y se concentra en su adhesión al populismo y a su relato empecinado, como si imitasen a la señora de Kirchner y sus amanuenses. 

La presencia de una posible tercera fuerza, como imagina Un solo Uruguay, puede alterar para mal las mayorías en el Parlamento, inclusive las mayorías agravadas, al igual que las inevitables grietas que se evidenciaron y se evidenciarán más aún en la Coalición multicolor. Un tercer partido, le guste o no a sus promotores, resultará electoralmente funcional a la oposición, contraproducente para sus fines y un camino a la intrascendencia. Un tema no menor para decidir inversiones y radicaciones, es decir, oferta laboral, si a alguien le importara ese logro. 

Más grave todavía es la estrategia que ha surgido desde la intelectualidad del PIT-CNT-FA, que a la luz de sus charlas internas parece ya confirmada: la línea de proponer un plebiscito que se votaría conjuntamente a la elección presidencial, que gatille el procedimiento de reforma constitucional. Eso sólo requiere el 10% de votos afirmativos, y robustece ideológicamente y también legislativamente la fuerte promesa de bienestar, redistribución de riqueza y felicidad que la oposición prometerá. Además de permitirle empezar la campaña electoral con varios meses de ventaja sobre su rival. Al aprobarse ese proyecto, que implica presentar una propuesta concreta de modificaciones en la Constitución, pasa a ser obligatorio convocar a otro plebiscito que decida la reforma, que sólo requiere para su sanción la mayoría absoluta de los votos, es decir la mitad más uno. 

No es demasiado complejo colegir que, de obtener los votos necesarios – algo no demasiado imposible si se observan los resultados del referéndum reciente - se puede cambiar el régimen de mayorías, garantizar nuevos e infinitos derechos, abrir la puerta para eternos e incansables impuestos, limitar la propiedad aún más y la libertad si hiciera falta, solamente con la decisión de la mitad más uno, como decía la columna en su entrega anterior, y hasta anular, por la obligación legal de adecuación, las disposiciones de la LUC que resulten molestas para el sindicalismo. (La Constitución de Uruguay es más fácil de modificar que varias de sus vecinos) No muy diferente de lo que ha ocurrido con Cuba, Chile, Venezuela y otros adherentes destacados del Puebla Club, o están en proceso de ocurrir, como la reiterada propuesta de Cristina en Argentina, o de Perú, o mañana la de Brasil. La mitad más uno imponiéndose sobre la mitad menos uno. Casi una dictadura democrática. 

 Aún la presente Constitución y la legislación vigente hacen que no sea fácil implementar cambios a lo hecho durante sus mandatos por el Frente Amplio, sin considerar aun la resistencia activa del PIT-CNT y sus socios, que se empieza a ver y sufrir a diario. Es entonces posible imaginar el impacto que estas avalanchas de declaraciones, pedidos, reclamos y propuestas del neomarxismo opositor tendrán sobre la inversión, las radicaciones individuales y empresarias y el empleo. Más allá de que los exégetas del pensamiento del materialismo dialéctico hayan decretado que no tendrán ningún efecto.  Esta columna considera su deber desnudar estos planes y posibilidades, como una manera de advertir a quienes las proponen del daño que ocasiona al país el simple enunciado de estas cartas a Papá Noel de promesas fáciles que nunca podrán ser cumplidas más allá de un breve lapso, antes de que se noten sus efectos deletéreos irreversibles.

Lo último que se debe hacer es seguir gravando cualquier manifestación del capital que se encuentre en la pecera y mantener una rigidez laboral, que incluye el aumento salarial sin mejora de la productividad, políticas que conducirán al mismo o similar final de todos los que han intentado aplicarla en el pasado. Miren hacia el Norte si me pasa algo – supo decir Cristina. Miren hacia el Oeste si quieren ver adónde lleva ese voluntarismo – cabría decir ahora. 

Las políticas que propugna el PIT-CNT-FA y que serán la base de su campaña, producirán los mismos resultados empobrecedores que se ven en Argentina y en otros países que quieren o quisieron apoyar su crecimiento y bienestar en esos dos pilares: nuevos o más impuestos y rigidez laboral. No es una opinión. Es la evidencia empírica. Sigue valiendo. Para Uruguay también. 
 

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