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24 de agosto 2023 - 5:01hs

Que Uruguay seleccione una película para mandar como candidata a los premios Oscar —y otra más para los Goya— es apenas una formalidad anual que hasta ahora no ha rendido demasiados frutos, pero al menos deja entrever algunas cosas sobre los títulos elegidos. Para empezar, que en algún punto hay consenso de que las producciones elegidas ostentan la calidad necesaria para buscar meterse “en la lista larga” de esos premios, o al menos deberían. Por otro, que sus estilos y propuestas pueden vincularse con los códigos compartidos de un cine más global y con ideas que pueden permear con facilidad en la mirada extranjera. Este último punto es el que más se vincula, entonces, con la elección que este año tiene el rótulo uruguayo para la consideración de la Academia de Hollywood: se trata de Temas propios, una película de Guillermo Rocamora que abraza un tópico bastante explorado fuera de fronteras pero no tanto en nuestro país, y que este jueves se estrena en cines locales.

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Temas Propios

Esta vez, el cineasta uruguayo —que en los últimos tiempos ha estado también vinculado a la dirección de algunas series que se grabaron en suelo oriental— baja al terreno familiar para contar la historia de Manuel (Franco Rizzaro), un joven de 18 años con el pelo cortado a lo Kurt Cobain y que sueña con tener una banda y vivir de la música. A estos intereses los carga en los genes: su padre (Diego Cremonesi), que acaba de separarse de su madre (Valeria Lois), también tuvo su hora de gloria como el bajista de Los Autómatas, aunque ahora está retirado y se dedica a malvivir entre changas esporádicas y algún que otro affaire de turno. Con su influencia a cuestas, Manuel transita la clásica dicotomía juvenil de vivir la música como un hobby más —algo por lo que apuesta su madre, que está desesperada porque se ponga a estudiar algo serio— o tomarla como una posibilidad real en la que fundar su vida. 

Temas propios, entonces, delimita su radio de acción en esta familia partida, en la que también está incluido Agustín, el hermano menor de Manuel y su baterista personal, y ocasionalmente una cantante interpretada por Ángela Torres, que aparecerá para remover el caldo hormonal y musical del protagonista. Y con esas piezas transcurrirá esta historia pequeña que, sin embargo, varias veces logra alcanzar las teclas adecuadas para avanzar y funcionar bajo sus términos.

Eso, por ejemplo, lo hace desde el vamos con un trabajo de casting bien ejecutado: Rizzaro logra retratar bien al adolescente entre descarriado, apasionado, sensible y furioso que le pide su personaje, Cremonesi es tan volátil como simpático, Lois no defrauda jamás e incluso pide más tiempo de pantalla, y todos los demás integrantes del elenco cumplen a la hora de darle forma al paisaje de la película, incluso aquellos con papeles más pequeños, como los que tienen los uruguayos Roberto Suárez y Alfonso Tort.

Hay también, una apuesta musical que sale bien, con varias canciones de Niña Lobo, la banda del momento en el indie uruguayo —cuyas integrantes, además, aparecen varias veces en pantalla—, y la supervisión en ese aspecto de Martín Rivero y Juan Campodónico. 

Y aunque la película logra estructurar la dimensión familiar y sus dinámicas con acierto —con especial mención a la relación rara que tienen Manuel y su padre, que fluctúa entre el rechazo y la admiración mutua—, y su primera hora funciona en el marco de la búsqueda por consolidar esa banda ensamblada de soñadores, Temas propios empieza luego a perder un poco de pie de cara a su tercer acto.

Allí la película comienza a dar vueltas en torno a un centro poco claro, y las motivaciones de los personajes los llevan a tomar decisiones quizás lógicas para el mundo real, pero no demasiado coherentes con el tono más ligero que, hasta el momento, la historia proponía y dentro de la que funcionaba mejor.

Y en ese sentido, sin revelar el final, que sorprende por ciertos riesgos que toma el director al momento de cerrar su historia, queda repicando la sensación de que la película no elige los mejores caminos para resolver los dilemas que abre, o que directamente no los resuelve. Y resulta extraño, porque es una opción algo forzada y poco complaciente con el espectador en medio de una película que, por su propia propuesta, marcaba otros rumbos. 

Algo similar, esta idea de estar a "medio camino", también pasa con algunas de las  relaciones entre los personajes que, quizás con alguna escena más, podrían haber estado mejor construidas.

Pero hechas estas salvedades, Temas propios funciona en el marco de la tradición de películas en la que se inscribe, y el objetivo que tiene por delante queda claro desde el comienzo: conquistar al mayor público posible con una dramedia por momentos entrañable, con música que se queda pegada al cerebro y una fotografía de cierta uniformidad cromática y de luz más propia los contenidos pensados para plataformas de streaming, pero que aún así logra darle forma a un puñado de escenas interesantes que, o bien disparan emociones reales vinculadas a las peripecias de sus personajes, o bien hacen reír bastante.

Y ya por eso, al menos, Temas propios se merece la oportunidad. 

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