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Transición apurada

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05 de diciembre de 2019 a las 05:01

Las primeras señales de la transición revelan rispideces que deberían evitarse por el bien del país.

Una vez que la Corte Electoral determinó el ganador de las elecciones y Luis Lacalle Pou pudo celebrar, tanto gobierno como oposición ingresaron en una montaña rusa que comenzó el lunes con una reunión en la Torre Ejecutiva y terminará el 1° de marzo.

Faltan casi tres meses para el traspaso de mando y las señales de la transición entre el gobierno de Tabaré Vázquez y que liderará Lacalle Pou son de tirantez.  Las caras de asombro de la próxima ministra de Economía Azucena Arbeleche y el semblante de desazón del presidente electo que recorre los canales en una maratón que parece no tener pausa, son reveladoras de las diferencias que surgieron.

Las señales que envió la población el 27 de octubre primero y el 24 de noviembre después son claras y contundentes. El país quería cambiar, pero no 180 grados, como en Brasil con Bolsonaro o Argentina con el retorno de los K. En la primera vuelta la ciudadanía le decía al Frente Amplio que era bueno que no tuviesen mayorías parlamentarias y que querían un cambio en los enfoques de las políticas públicas, menos discurso y más acción. En el balotaje la población le decía a la fórmula ganadora que ratificaban el cambio de gobierno pero que lo que querían es que tuviesen muy en cuenta a la otra mitad del país.

Los políticos tienen que saber leer los mensajes de las urnas, por lo que el país con una leve mayoría de la coalición multicolor debe comprender y contemplar seriamente al medio país minoritario. A su vez la mitad que no votó la fórmula Lacalle Pou–Argimón debe aceptar e internalizar que no serán más gobierno y que ahora mandan otros, por más que a muchos de ellos no les cayó la ficha aun.

Por eso debido a las rispideces que se dieron en las últimas horas en relación a la no suba de tarifas y el incremento del déficit fiscal –de por sí muy pesado- junto a la cuestión del ascenso de generales en las Fuerzas Armadas, parece que gobierno y oficialismo no entendieron del todo los mensajes emanados de las urnas.

Se percibe cierto apresuramiento en los tiempos de la transición para la tradición uruguaya, se transmite que unos están muy apurados en asumir cuanto antes y otros no tienen ningún apuro en irse.

Porque las apariencias de las formas democráticas también importan, sería de esperar que tras los últimos episodios prime la serenidad y la concordia responsable entre quienes van a procesar la transición y que las señales que emitan sean diferentes a las que se vivieron a partir del lunes.

No hay que olvidar que los países de la región han caído en espirales de confrontación social, desprecio a las instituciones, cuestionamientos a la Justicia y violencia callejera que Uruguay debe evitar a toda costa porque sería imperdonable dejarse arrastrar por el tsunami de malestar regional.

Blancos, colorados y frentistas tienen la enorme responsabilidad de procesar el cambio de mando sin perder el rumbo para atravesar la tempestad que vive el continente. Cuidar las formas más allá de las diferencias necesarias, resulta esencial para los tiempos que corren y sobre todo pensando en el futuro. Y consensuar, o al menos hablar, de medidas que afectaran los próximos cinco años también. Recordar el ejemplo de Jorge Batlle es bueno.

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