Un manual de literatura a cargo de James Salter

Que un escritor de la talla de James Salter haya permanecido oculto durante décadas para el gran público demuestra una vez más que triunfar en Estados Unidos no es para cualquiera, al menos en literatura. A Salter el éxito no le llegó nunca o lo hizo a las puertas de la muerte, cuando ya tenía 88 años y publicó la novela Todo lo que hay, después de 30 años de ausencia en las librerías sin que nadie preguntara por él.

Para las editoriales fue un regalo caído del cielo. Se reedito toda su obra y se lo vendió al mundo como un escritor secreto, de culto, al que solo habían leído unos pocos elegidos. Del fondo de un cajón con telarañas volvieron a la luz novelas como Juego y distracción, Años luz o La última noche, a cuál de ellas mejor.

Salter murió dos años después, como si no hubiera podido resistir el resplandor de las cámaras fotográficas que buscó durante años. O tal vez fue exactamente lo contario; un adiós satisfecho y rápido por haber conseguido lo que siempre buscó aunque le llegara tarde.

Por suerte los dos años que median entre su regreso literario y su muerte no fueron ociosos ya que dictó tres conferencias magistrales en la Universidad de Virginia que ahora se presentan en forma de libro. El arte de la ficción reúne tres piezas sobresalientes donde la literatura es la gran protagonista y Salter un mediador que aporta su experiencia y varias anécdotas sabrosas.

Poco más de 100 páginas le bastan para trazar un espléndido fresco donde se remonta a los orígenes de la novela para rápidamente pasar a hablar del estilo como factor decisivo a la hora de crear literatura. Para ello recurre a una serie de autores paradigmáticos que lograron construir una voz única como Balzac, Flaubert, Céline o Nabokov, a los que analiza en profundidad.

Cada escritor le sirve para subrayar una arista particular de la creación. De Balzac, destaca el realismo y el amor al detalle con ejemplos sacados de Papá Goriot. Se sirve de Flaubert, que escribió 4.500 carillas para lograr las 300 páginas de Madame Bovary, para señalar las dificultades de la escritura y el desafío de corregir hasta en sueños.

Igual de buenas son las páginas dedicadas a Céline, el hombre que reinventó el francés para escribir Viaje al fin de la noche o las palabras que le dedica a Nabokov, ese autor capaz de transformar cualquier tema superfluo en oro puro gracias a su estilo literario.

Aunque habla de los demás constantemente, Salter intercala experiencias personales cada dos páginas. Relata la incredulidad de sus superiores cuando renunció a su carrera militar como aviador para dedicarse a la literatura, cuenta su particular método de trabajo, describe los problemas familiares y económicos de su primera etapa como artista y desarrolla una singular teoría sobre los puntos de contacto entre un libro y una pintura.

Todo esto cabe en tan poco espacio gracias a la prosa milimétrica de Salter que, como en todas sus novelas, reduce las frases al mínimo para lograr la máxima contundencia posible. Se aleja así de la metáfora, de la comparación, para dedicarse a contar lisa y llanamente. Aunque menos trascendente, recuerda a Conrad en su objetividad, en ese mirar las cosas desde arriba sin juzgarlas, tarea que le corresponde al lector.

Hay detalles de humor aquí y allá, pequeñas digresiones que le transmiten al lector la sensación de estar escuchando una distendida charla entre profesor y alumnos. Un ejemplo es cuando se despacha contra los talleres de literatura y los viejos gurús que encandilan a las jovencitas con trucos de salón o cuando describe la alegría de todo el género masculino ante el romance entre el poco agraciado director de cine Roberto Rossellini "rechoncho y algo calvo" y la hermosa actriz Ingrid Bergman.