Un pie afuera y otra adentro

Luiz Inácio Lula da Silva está con un pie afuera de la candidatura presidencial y con el otro adentro de la cárcel. La telaraña de corrupción masiva en el sistema político de Brasil lo atrapó más firmemente con el ejemplar fallo unánime del tribunal de apelaciones de Porto Alegre.

No solo confirmó el de primera instancia sino que aumentó, de nueve años a 12, la pena de cárcel que le había impuesto el juez Sergio Moro bajo cargos de corrupción y lavado de activos. Uno de los tres jueces del tribunal declaró que está probado que Lula "fue uno de los articuladores, si no el principal, de la trama de corrupción" en los escándalos de Petrobras.

El líder del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), que gobernó Brasil durante ocho años antes de pasarle la posta a la destituida Dilma Rousseff, quiere volver a la presidencia en las elecciones de octubre.

Pero aunque sigue siendo por lejos el político más popular, sus perspectivas se han ennegrecido, a menos que fructifiquen las instancias de apelación que le quedan, lo que parece improbable. A menos que dos tribunales superiores anulen la condena, Lula no podrá inscribirse como candidato antes de que se cierre el plazo el 15 de agosto. Hasta entonces, sin embargo y a menos que termine en la cárcel, seguirá haciendo campaña electoral con la frágil esperanza de que pueda postularse.

El ocaso que lo sobrevuela favorece la naciente recuperación de la mayor economía de América Latina luego de dos años de recesión, pero al mismo tiempo agudiza las incertidumbres políticas en este año electoral. Bajo el impopular presidente Michel Temer, también acosado por cargos de corrupción, se ha reducido el gasto público con drásticas reformas en el campo laboral y otras áreas.

El Producto Interno Bruto creció un modesto 1,1% en 2017 pero se pronostica 3% para este año, en tanto suben las exportaciones después de haber logrado el año pasado un superávit comercial récord de US$ 67.000 millones. La recuperación económica es una buena noticia para Uruguay, ya que nuestro segundo principal mercado anticipa aumentar este año sus importaciones, lo que se agrega al actual incremento de las ventas automotrices al mercado brasileño.

Lo es menos la incertidumbre política que rodea la elección de octubre. La confirmación de que Lula quede fuera de circulación privaría a nuestro país de un amigo del Frente Amplio, cuyo gobierno apoya abiertamente al PT al extremo de haber recibido con alfombra roja a Rousseff después de su destitución, al costo de ganarse la hostilidad de Temer y su freno a un tratado de libre comercio entre Uruguay y China. Sin el líder del PT en la carrera presidencial, las opciones son una incógnita.

Los principales dirigentes de los demás partidos se han desdibujado en el descrédito por generalizadas acusaciones de corrupción. Después de Lula el político a quien las encuestas asignan mayor respaldo popular es Jair Bolsonaro, un exmilitar nacionalista de extrema derecha que promete terminar con la corrupción y mano dura con la rampante delincuencia pero dice disparates de todo tipo y color. Lo sigue Marina Silva, una ecologista escindida del PT de escasa estatura gobernante.

Todo apunta a un país cuyo futuro depende de que el renacimiento económico incipiente sea confirmado por quien suceda a Temer. Pero el nombre del sucesor ni siquiera se vislumbra. La clase política de Brasil brilla por su ausencia.