Referí bordeó la alfombra sintética que rodea a la cancha y visitó las tribunas. Vio el ensayo de la presentación del partido.
Las banderas de ambos equipos desplegadas, el anuncio de los himnos (que no se irradiaron), la presentación, uno por uno, de los 46 jugadores.
La ciudad ya respira mundial. Los afiches de Luis Suárez y Mohamed Salah decoran la hermosa avenida (prospekt) Lenin, la principal. Verde, arbolada, histórica.
Los tranvías (tram) que tienen corredor propio le dan un tranco lento, apaciguado, le bajan un cambio al ritmo de vida. El tránsito es ordenado. En las calles no se ve un solo papel. Gente limpia: ciudad pulcra.
El clima oscila como un péndulo. El sol se asoma y templa, pero se esconde y el viento se asoma recio. "Puede ser peor", dice Alina, una joven y amable voluntaria, dueña de un fluido inglés (lo que no abunda). "El invierno seguramente sea duro para ti, pero no para nosotros. Salvo que haya 40 grados bajo cero, ahí no conviene salir de casa. Con 30 grados bajo cero está bien", agrega.
Ekaterimburgo late y está lista para su desafío mundial. Su estadio, construido en 1953, propiedad del FC Ural impresiona por su bella reconstrucción arquitectónica y sus cabeceras retiradas de la estructura principal y erguida sobre una imponente estructura metálica.
La parte asiática de Rusia (la que cruza los montes urales) no quería perderse la fiesta y se preparan para brillar en su Mundial.
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