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Una coalición inédita emerge en la discusión política

El tuit de Michelini es una advertencia al Frente Amplio y una duda para votantes de la oposición sobre el riesgo de ingobernabilidad
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20 de octubre de 2018 a las 05:02

Por primera vez en la historia política uruguaya, desde varios partidos políticos se habla públicamente antes de una elección nacional de la conveniencia de hacer una coalición de gobierno. Y por primera vez desde que hay alianzas de coparticipación, un partido no tradicional aparece en ese arco de socios.

Lacalle Pou destacó en su presentación de lineamientos programáticos que se precisaba superar el esquema de alianza blanco-colorado para ir a otro plan: “Si nos toca ser gobierno no vamos a ser simplemente una coalición de los dos partidos fundacionales, vamos a ser una coalición, un acuerdo con tres o cuatro partidos y eso es una evolución del sistema político nacional”.
Al otro día de ese acto, el lunes 15 de octubre, el senador Rafael Michelini escribió en redes sociales: “¿Se imaginan la coalición que  propone Lacalle Pou de 4 o 5 partidos? Unos que quieren a los militares en la calle. Otros que quieren recortar las políticas sociales. Otros que dicen ser de izquierda pero votan con la derecha ... Nos anuncian un país ingobernable”.

Con ese tuit, Michelini transmitió dos reflexiones: primero, que es posible que el Frente Amplio pierda y gane el Partido Nacional, aliado a otros lemas, incluso al Partido Independiente; segundo, que eso implica incertidumbre sobre cómo funcionará un gobierno de base tan amplia como diversa.
La historia recoge una extensa lista de pactos, cuyo punto de partida está justo un mes antes de que se jurara la primera Constitución, o sea incluso antes de que este territorio fuera una República.

Con un antecedente de “abrazo” en la campaña revolucionaria pero de otras características (episodio de un rancho a orillas del arroyo Monzón el 29 de abril de 1825), aquella firma de un pacto entre caudillos en 1830, aparece como la primera referencia de acuerdo político de cogobierno y se conoce como “la transacción de los generales”.
Cuando estaba por nacer el Uruguay, Fructuoso Rivera y Juan Lavalleja eran los caudillos que se disputaban la primera presidencia del nuevo país, y un conflicto desatado en mayo de aquel histórico año, podía llegar a comprometer el nacimiento del Estado.
Los compadres no se juntaron para firmar el pacto, pero intercambiaron documentos rubricados el 18 de junio de 1830 para que el cronograma político siguiera, con convivencia en el poder.  Pese a las diferencias entre ambos, priorizaron un interés superior. 
Así nacía el Uruguay, con un visto bueno de países extranjeros, y con un Rivera que emergía como primer presidente constitucional (votado por la primera Asamblea General Legislativa).

La historia recoge una extensa lista de pactos, cuyo punto de partida está justo un mes antes de que se jurara la primera Constitución, o sea incluso antes de que este territorio fuera una República.

Eran años de enfrentamientos y treguas: el país se sacudía con la “guerra grande” cuyo final sería con el Pacto de la Unión, del 8 de octubre de 1851, de bases para gobierno de equilibrio entre partidos.
Después vendría el acuerdo de la Paz de Abril de 1872, tras la Revolución de las Lanzas, en la que los blancos obtenían cuatro “jefaturas políticas” (similar a intendentes de ahora) en Cerro Largo (incluía parte de Treinta y Tres), Florida, Canelones y San José (incluía Flores, que no había sido creado).

Y seguiría la cadena de choques y búsqueda de entendimientos, que se plasmaban en diversas versiones de acuerdo político: el acuerdo de Florida (enero de 1875) y el pacto de la Cruz de siete puntos con una “cláusula” por afuera, en la que los blancos quedaban con seis jefaturas departamentales (1897).
Al comienzo del siglo XX, las figuras de José Batlle y Ordóñez por los colorados y Aparicio Saravia por los blancos, marcaron el nuevo tiempo de enfrentamientos y acercamientos. Así llegó el Pacto de Nico Pérez (1903, de escaso efecto) y la Paz de Aceguá (24 de setiembre de 1904) para el final de revolución.

El Pacto de los 8, entre cuatro blancos y cuatro colorados, destrabó las negociaciones para la reforma constitucional de 1917 y luego vendrían acuerdos que en algún caso fueron caricaturizados por los que no estaban comprendidos, como el Pacto de 1931 (expuesto por Herrera como “pacto del  chinchulín”), que incluyó un plan de política económica intervencionista y la creación de ANCAP.
Siguieron el acuerdo terrista-herrerista de 1933, la coparticipación de 1934 y el Senado de 15 y 15 (para cada partido), el impulsado por Baldomir para nueva Constitución, y la coalición de Amézaga con los nacionalistas independientes.
Así se llegaría a la “coincidencia patriótica” de 1947 entre el presidente Luis Batlle Berres y el opositor Luis Alberto de Herrera para asegurar gobernabilidad.

El Pacto de los 8, entre cuatro blancos y cuatro colorados, destrabó las negociaciones para la reforma constitucional de 1917 y luego vendrían acuerdos que en algún caso fueron caricaturizados por los que no estaban comprendidos

Las reformas constitucionales sobre instituciones y elecciones fueron fruto de acuerdos tanto en 1952 como en 1966.
Y durante la dictadura (1973-1985) el principal “pacto” fue sin uno de los partidos fundacionales e incluyó al Frente Amplio liderado por Líber Seregni: fue el celebrado en el Club Naval sobre la salida a la democracia.
Los cuatro primeros gobiernos de la nueva democracia fueron con acuerdos de diverso grado: la “gobernabilidad” de 1985 (Sanguinetti-Ferreira), la “coincidencia nacional” de 1990 (Lacalle, Batlle, Pacheco, Sanguinetti), la coalición de 1995 (Sanguinetti-Volonté) y el acuerdo previo al balotaje de 1999 (Batlle-Lacalle) con gabinete de co-participación.
El Frente Amplio ganó con mayoría parlamentaria propia en 2004, 2009 y 2014 y no precisó ni hizo acuerdo con otros lemas.
Al oficialismo le cuesta asimilar que está en un escenario de derrota (aunque eso lo pueda revertir), y también le cuesta asumir que su batalla no será contra un partido aislado, por lo que agitar el fantasma de la restauración no será suficiente para ganar.
Sanguinetti se ubica en arquitecto de una gran alianza; Larrañaga propone conciliar propuestas, Lacalle Pou blanquea ahora su plan estratégico de acercamiento a otros lemas.

El diputado Daniel Radío (PI) ratificó esta semana que ese partido –definido de izquierda en su declaración fundacional– está para participar en un gobierno de coalición, y que a la hora de elegir, prefiere “otro color” del actual.
Novick golpea con la idea de “unirse ahora” bajo un mismo lema, pero está claro que si vota bien su destino es un acuerdo con todo lo que no sea Frente Amplio.

Falta mucho para las elecciones, pero ya se habla de eso, ya se hace público esa posibilidad, ya se transmite la idea de que esos partidos van en ese camino. 
El Frente Amplio, visto como “de derecha” por la Unidad Popular y el trostkista Partido de los Trabajadores, y criticado con acidez inusual por el Partido Ecologista, se queda sin socios potenciales, más allá de algún caso puntual y poco relevante.
Michelini reacciona a tiempo, viendo el alcance de la batalla, y apunta a un tema que “los opositores” deberán ver cómo responden durante la campaña. El éxito de una coalición no está tanto en su armado, sino en el resultado que produzca. 

 

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