Por Graciana Rucci
Hace un par de semanas leí en The Economist un título que me llamó la atención: El sistema coreano de educación. La gran descompresión. El contenido de la nota me confundió: “El sistema [educativo de Corea del Sur] excluye a los talentos que se desarrollan tarde: florecer a los 25 años ya es muy tarde. Y en el largo plazo esto significa un país más pequeño“.
Según el artículo, los jóvenes coreanos se matan por entrar a las mejores universidades porque las grandes empresas sólo contratan jóvenes directamente desde ellas, de manera que la entrada al mercado laboral es muy complicada. Los padres son tan conscientes de ello que el costo para preparar a los hijos para los exámenes que determinan a qué universidad podrás acceder es una de las causas de la bajísima fertilidad del país -la menor tasa de la OECD-.
Y el reporte especial de la misma edición, me dejó pensando desde entonces…. “Corea del Sur necesita hacer un mejor uso de los trabajadores más viejos“. Según parece, los empleadores del país no están usando demasiado bien a la gente de 50 y pico –aquellos nacidos del baby boom después de la guerra de Corea. Y las grandes empresas impondrían el retiro obligatorio a los 56-58, de manera que muchos se retiran incluso antes de esa edad. Los empleadores argumentan que la productividad no aumenta con el ”seniority“ y el 57% de las empresas sostiene que la baja adaptabilidad al cambio justifica no mantener a dichos trabajadores. Una vez retirados, las opciones para estos trabajadores son insignificantes.
O sea, ¿no hay segundas oportunidades, ni para jóvenes ni para adultos? El país deja sobre la mesa mucho talento sin aprovechar, por todos lados. ¿Será que, tratándose de una de las economías con mayor PIB per cápita y sin problemas de productividad, a nadie le preocupa conectar mejor el sistema educativo con el mercado laboral? ¿O será que no creen que el buen desempeño laboral es también felicidad?
Este post fue publicado en el blog Factor Trabajo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID)
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