Hay que agradecerle a Stella Rey que con una sola frase haya dejado en evidencia uno de los mayores problemas que tiene el Uruguay, del cual nadie habla. Rey era la encargada pagar los sueldos de los empleados del Fondo Social de la Vivienda de Obreros de la Construcción (Fosvoc). Pero aprovechando esa condición desvió casi un millón de dólares a las cuentas de 14 dirigentes del sindicato de la construcción Sunca, disfrazando esos giros como “pagos a proveedores” y otros rubros similares.
En la audiencia en la que fue enviada a prisión, Rey pidió la palabra para dirigirse a todos los presentes. Según una crónica de Natalia Roba, publicada en El Observador, Rey habló con mucha calma:
“Tengo claro que cometí un delito. Si bien en su momento no percibí la gravedad del mismo sino que vine a caer en la cuenta después de que los que habían sido afectados eran los trabajadores de la construcción aportantes y no la empresa para la que yo trabajaba. Hace muchos meses que indirectamente vengo pagando por el delito que cometí”.
Pocas veces la verdad aparece tan bien reflejada en una cita. Para Rey la gravedad de su accionar está dado por el hecho de que el dinero robado haya sido aportado por trabajadores. Pero si hubiera robado a la empresa, no sería grave. Quizás ni siquiera sería delito.
En su máximo momento de arrepentimiento, Rey exhibe que robar no le parece algo grave por sí mismo. Puede serlo o no. Depende las circunstancias. No es raro que haya terminado en la cárcel.
La honestidad de Rey para describir su propia deshonestidad merece un par de lecturas. Por un lado, en sus alegatos todos los imputados buscan ser disculpados por su auditorio y el público en general. Stella Rey dijo lo que dijo porque intuye (o sabe) que muchos de los que la están oyendo comparten su criterio: si hubiera robado a la empresa no habría estado tan mal.
Por otro lado, Rey exhibe con claridad meridiana una de las claves del desastre de la seguridad pública, quizás el principal. Es un punto sobre el cual nunca hablan los ministros del Interior, ni los jefes de policía, ni los asesores universitarios: abogados, sociólogos, criminólogos.
Para un porcentaje muy significativo de uruguayos robar no está necesariamente mal. Estafar tampoco. El delito no es algo condenable en sí mismo. Depende del caso.
Por eso las cárceles están llenas, repletas, hacinadas y aun así el delito siempre sube: porque afuera de los presidios hay una Stella Rey, dos Stella Rey, mil Stella Rey.
Hubo otro caso revelador del mismo fenómeno en estos días: el del funcionario ejemplar de CAFO que aceptaba recibir dinero para dejar entrar bengalas al estadio Centenario.
Quince años de una foja ejemplar. Valorado por sus jefes. Seguramente no se veía ni se ve a sí mismo como un delincuente, sino trabajador honesto. Apenas era un dinero extra. Pero la bengala que dispararon le dejó lesiones de por vida, irreparables, a otra persona.
Los límites entre trabajadores y delincuentes se han borroneado. En los últimos meses se han detectado robos y estafas cometidos por los propios empleados en una estación de servicio de Punta del Este, una mueblería en San Carlos, un local de cobranzas en Santa Lucía, una tienda del barrio Reus y en la Intendencia de Soriano, por nombrar solo algunos casos.
Hemos visto a sindicatos importantes del PIT-CNT (como el de Conaprole) defender a funcionarios que fueron filmados robando.
Los perfumes robados en la actual ola de “robos piraña” se venden a plena luz del día. Yo mismo vi a un “trabajador ambulante” ofrecerlos a viva voz en un bar de Pocitos.
Siempre hay alguien dispuesto a comprar algo robado, porque como explicó Stella Rey, robar no necesariamente está mal, no necesariamente es tan grave. Y si no está tan mal, ¿por qué dejar de aprovechar una ventaja económica?
Esta es una de las claves de nuestro atraso, de nuestro subdesarrollo.