Todavía es temprano, para festejar y todavía puede suceder El acuerdo entre el Mercosur (integrado actualmente por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) y la Unión Europea (con sus 27 Estados Miembros) supone un hito de enorme relevancia geopolítica y económica. Aunque las negociaciones empezaron en la década de 1990 y en 2019 se anunció un entendimiento político, la historia puso nuevamente en el centro a Uruguay para que en el final de 2024 se firmara el acuerdo.
A la espera de la ratificación europea, dando por descontado el consenso latinoamericano, para Uruguay el acuerdo tiene una significancia muy especial. Porque a diferencia del resto de los países ya tenemos estándares europeos en dos aspectos cruciales: la matriz energética limpia y la trazabilidad.
De modo que no podemos dejar de entusiasmarnos con una visión en la que Uruguay logra adaptarse ágilmente a los estándares comerciales de este socio europeo en su versión 2.0, que el país así consolide su imagen de calidad y sostenibilidad, accede a nichos premium en carne, arroz, y en otros productos ¿miel? ¿vinos? ¿productos no agropecuarios? Y así eleva el valor de sus exportaciones, su nivel de empleo y salarios, diversificando sus destinos y haciendo más resiliente su economía.
Un paso siguiente natural sería un acuerdo de libre comercio con los cuatro países europeos de alto nivel de ingreso, La Asociación Europea de Libre Comercio que conforman Noruega, Islandia, Suiza y Liechtenstein.
Dadas las rivalidades políticas del presente es mucho más probable ahora que China quiera equiparar su status comercial con el Mercosur respecto a Europa y que esa negociación se descongele.
Cabe esperar que este acuerdo en base a las fortalezas de competitividad ambientales que tiene Uruguay porque es un acuerdo que llegará en combinación con la normativa europea de no admisión de productos que lleguen de zonas deforestadas, lo que ya de por si es una enorme oportunidad para un país como Uruguay que fácilmente puede comprobar que no deforesta -rodeado de países que si lo hacen y que no tienen trazabilidad-.
Por otra parte, cabe esperar que se consoliden las inversiones en hidrógeno, de modo de seguir posicionando a Uruguay como el hub de soluciones ambientales a pequeña escala. Un aspecto clave de la integración puede ser el marco tanto para que empresas europeas se instalen en Uruguay como para que empresas uruguayas puedan establecerse en Europa.
Más allá de las muchas puertas que se pueden abrir en lo económico, el tratado muestra que las democracias pueden construir alianzas más fuertes en momento en que el autoritarismo empuja con tanques y drones y guerras híbridas sobre Ucrania, Georgia y otras zonas del mundo y nos ayuda a tomar una postura clara de resistencia al autoritarismo.
Mientras en Europa la extrema izquierda y la extrema derecha bombardearán al acuerdo y usarán las genuinas preocupaciones ambientales para ello, el acuerdo compromete a los cuatro países del Mercosur a mantenerse dentro de los acuerdos de París y a dejar de deforestar completamente en 2030, algo que de cumplirse significa un logro ambiental mayor.
Las estrategias de Uruguay como país natural, pacifista, conciliador se han visto revalorizadas. Y queda más claro que nunca que el ecosistema de energías renovables, campo natural, monte nativo, trazabilidad, bonos asociados a buen desempeño climático entre otros son una carta de presentación inmejorable en este siglo a la que hay que seguir apostando.
Ahora solo cabe esperar que el sistema político europeo esté a la altura de las circunstancias y no sea el aguafiestas de este paso de magnitud transatlántica. Y que Uruguay apruebe este tratado lo antes posible, porque en aprobar primero también hay ventajas.