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19 de diciembre 2025 - 5:00hs

Antes que empresario, Alejandro G. Roemmers se define como poeta y escritor, y a esa pasión le ha dedicado buena parte de los últimos años. Justamente, fue en pandemia y cuando el tiempo de los negocios más se replegó, que pudo encarar su última novela: El misterio del último Stradivarius, que editó en Planeta y que el pasado miércoles presentó en el espacio Artesia, en el barrio de Carrasco.

Roemmers empezó a escribir la historia en octubre de 2021 luego de leer una noticia que le llamó la atención: el asesinato de del científico, arqueólogo, músico y luthier alemán Bernard von Bredow y su hija de catorce años en la localidad de Areguá, en Paraguay. Más allá del cruento hecho, al argentino lo conquistó otro detalle: que el asesinato quedara relacionado con el robo de violines Stradivarius, los más finos del mundo, que eran propiedad del alemán. Con ese dato del mundo de los hechos, Roemmers se embarcó en la construcción de una novela que hunde sus manos en el género policial, pero también en la novela histórica y en lo que Mario Vargas Llosa, que escribió el prólogo, llama la "novela del objeto". O sea: el camino el último Stradivarius por la tierra hasta llegar al asesinato que dio pie a la novela.

Sobre su última publicación, su vínculo con la poesía y también la música clásica, Roemmers habló con El Observador.

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Suele presentarse de esta forma: poeta, escritor, productor y empresario. ¿El orden es aleatorio o es la forma en la que considera que ordena sus prioridades?

De los 25 a los 45 dediqué todo mi tiempo a la empresa, así que en ese momento era básicamente empresario. Sin embargo, siempre me sentí poeta porque escribo desde muy chico. Mi primer amor y pasión fue la poesía, y sigue siéndolo. Por eso me defino primero como poeta. Incluso mi camino espiritual estuvo ligado a la poesía durante muchos años. Y todavía hoy, desde la Fundación Argentina para la Poesía, estoy ligado a eso. Gracias a Dios fui muy exitoso como empresario, lo que me permitió dedicar tiempo a lo literario y también a lo audiovisual, a la producción cinematográfica. Creo que la escritura va a ir dando paso a los guiones y al trabajo audiovisual, porque se hace muy largo y arduo escribir una novela. Lleva mucho esfuerzo, mucho tiempo, y si uno no tiene una metódica, una rutina, como tendría un escritor profesional, cosa que la verdad no tengo, es difícil.

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¿Qué encontró en la poesía para que fuera su primer amor?

Ahora estoy justo en el mismo valle de las Sierras de Córdoba donde escribí mi primer poema. Cuando era niño veníamos para las vacaciones de invierno. Yo me sentía muy libre acá porque tenía permiso para andar a caballo, tenía mi propio caballo, así que podía desayunar, levantarme y salir. Me iba solo, muchas veces con mis hermanos, pero a veces solo, remontando el río. A veces me animaba a cruzarlo, me metía en algún bosque, y era realmente una sensación increíble. El agobio de volver a Buenos Aires, al colegio, a la casa de mis padres, de dónde prácticamente no salíamos, me puso en una situación de opresión que se contrastaba con lo que era acá en Córdoba, con esa libertad increíble. Entonces, por melancolía o no sé qué, agarré un papel y escribí algo. Así que el nacimiento de mi poesía no fue leyendo o escuchando, sino escribiendo, fue la necesidad de expresión.

O sea que afloró por la experiencia vital y no por la lectura, por ejemplo.

Sí, ya desde chico he tenido atracción por la naturaleza, de hecho acá estoy en el mismo valle, aunque del otro lado de la sierra. Yo paso diría que el 80 % del año en lugares de naturaleza y muy poco en las ciudades, o lo menos posible. Me gusta vivir siempre en lugares alejados de la civilización.

¿Esa búsqueda de alejarse de la civilización también influyó en encontrar los espacios para escribir El misterio del último Stradivarius?

Justamente empezó acá, y la mayor parte la escribí acá. Estábamos en pandemia. Leí la noticia de crimen en Paraguay, ahí en Areguá, y más allá de lo tremendo del crimen, lo que me llamó la atención y me interesó fue lo del Stradivarius, como un violín que tiene ese valor, que vale muchos millones, estaba en un pueblito tan remoto donde no hay conciertos, orquestas, ni nada. Y cómo una persona que tenía objetos tan valiosos se había ido a vivir al medio de la nada. Me pareció muy raro y me disparó la imaginación. Así que acá se gestó la novela.

Ha definido a El misterio del último Stradivarius por la negativa: no es una novela policial. ¿Por qué?

Por lo menos en mis últimas tres novelas siempre hay una trama policial en el origen. A mí como lector eso me atrapa. Pero mis novelas nunca se quedan en eso, van hacia cosas que te hacen reflexionar o se meten en otros temas. Como en este caso, que existe esta triple conjunción que señala Mario Vargas Llosa en el prólogo: por un lado es novela policial, por otro novela histórica, y por otro lado una novela "de circulación" o "de objetos", porque sigue al violín desde su creación hasta el momento del crimen este en Paraguay. Lo que más me interesaba era simplemente jugar, imaginar de qué podría haber atravesado ese violín que fue creado alrededor del 1730, en Cremona, por Antonio Stradivari. ¿Por dónde habrá estado? ¿De quién habrá sido? ¿Quién lo habrá tocado? ¿En qué circunstancias se habrá visto envuelto? ¿Cómo logró no ser destruido u olvidado? Y en eso de seguir al violín también aparece lo que es la música para el ser humano, y qué puede aportar el arte en nuestra vida. Incluso en las circunstancias más terribles.

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El violín además es símbolo de un trabajo artesanal que hoy casi no existe.

Es la pasión del artesano. Lleva tanto tiempo, tanta paciencia. De hecho, cuando estuvimos en Cremona, donde se siguen haciendo violines con las mismas técnicas de aquella época, nos decían que cada violín toma el sonido de la personalidad de quien lo hace. Por lo que hoy, aunque hagas todo como lo hacía Stradivari, no vas a lograr tener el mismo sonido.

¿Cómo era su relación, antes de escribir esta novela, con la música clásica?

Me llevaron a conciertos de ópera desde muy chico, así que estoy acostumbrado a las orquestas. Con mi hermano menor siempre nos fijábamos en el que tocaba el platillo, porque estaba toda la sinfonía sin hacer nada pero en el momento exacto tenía que tocar su nota y ese era el momento cumbre. Yo a eso lo traslado a la vida, porque los seres humanos tenemos una misión muy concreta. Somos como una nota que tiene que sonar en el momento preciso. No importa lo que hayamos hecho el resto de nuestra vida, en el momento justo tenemos que estar y tenemos que dar lo mejor de nosotros mismos y expresar lo que somos. Si logramos eso, cumplimos con nuestro propósito en la vida.

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El prólogo de la novela lo escribió Mario Vargas Llosa, y es una de las últimas cosas que firmó en su vida. ¿Cómo llegó a él y qué significó para usted?

Lo conocí y tuvimos una relación de unos diez años. No fue ninguna amistad íntima ni mucho menos, pero sí nos encontrábamos en algunos eventos literarios. El acercamiento fue primero por el lado del empresario, a través de la Fundación Internacional para la Libertad, de la que él formaba parte y yo era referente para la Argentina. Pero después todo nuestro diálogo tuvo que ver con lo literario y compartimos algunas mesas de diálogo en ferias de libros. Después él vino a ver la presentación de mi musical Franciscus en Buenos Aires, y estuvo en la presentación de mi novela Morir lo necesario, y fue por eso que me animé a mandarle el borrador de esta novela. Yo sentía que había logrado una nueva cima en la escritura con ella y quería tener algún comentario suyo, algún consejo, alguna observación para mejorarla, o a lo mejor alguna frase que me sirviera para promoverla. Nunca me esperé una cosa así, porque además, Mario Vargas Llosa no ha escrito muchos prólogos. Por eso fue un impacto total. Logré que la lea porque le di el borrador a su hijo Álvaro, así que le llegó en mano, eso fue importante. Y después se ve que la agarró cuando ya estaba un poco recluido, y por curiosidad habrá leído las primeras hojas y logré atraparlo. Creo que le interesó el tema del Stradivarius. Yo no sabía que él era tan aficionado a la música, pero todos los años iba al Festival de Música de Salzburgo. Al final escribió algo mucho más amplio que un prólogo, casi un ensayo de quince páginas. La editorial seleccionó una parte, no está publicado entero, pero bueno, es un testimonio que me queda para toda la vida.

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