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6 de mayo 2025 - 5:00hs

En la serie le dicen el Tano pero es lo más uruguayo que hay. De hecho, ¿es el uruguayo del momento? Posiblemente. En términos del mundo del espectáculo, César Troncoso lo es. El actor de 62 años es parte fundamental de El Eternauta, la superproducción argentina que Netflix lanzó hace algunos días en la plataforma y que se convirtió rápidamente en lo más visto en varios países. En la adaptación de la legendaria historieta de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López, Troncoso le hace el dos a Ricardo Darín, o sea: es uno de los protagonistas. Y eso no es para tomarlo entre pinzas. Él, de hecho, está chocho por la oportunidad, y ha dicho que es lo que quiso hacer toda la vida. Digamos que se le cumplió el sueño. “Cuando yo era niño, y veía aquellas tres películas que te pasaban los sábados de tarde de corrido en el cine, lo que quería era hacer esto, cagarme a balazos con el enemigo y luchar contra los monstruos”, dijo en una entrevista del fin de semana con El Observador. “Estoy saltando en una pata”, agregó luego. Y sí. Como para no. Si hasta lo están comparando con Pedro Pascal.

Pero Troncoso no salió de un repollo o llegó a El Eternauta porque sí. Quizás resulte obvio puntualizar, pero nunca está demás y evita malentendidos: este hombre de baja estatura, bigote importante y aires tímidos es uno de los intérpretes vernáculos más relevantes y con mayor proyección internacional por destrozo. Su presencia en la línea temporal del cine uruguayo del siglo XXI es constante y acumula decenas de papeles. Es, también, un testigo de las transformaciones del teatro independiente en Montevideo, y también un nombre que logró trascender las fronteras del idioma y se insertó con éxito en el gigantesco mercado brasileño.

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Este efervescencia renovada por su figura, que se ganó por derecho propio al punto de que ahora los argentinos se lo quieren “robar”, hace necesario un repaso por su carrera, esa línea viboreante que nació en el under montevideano y terminó en una batalla contra extraterrestres que, por una vez en la vida, se olvidaron de Estados Unidos y nos vinieron a invadir al sur. Y ya era hora de que pasaran las dos cosas: la invasión de este lado del planeta y el triunfo de César.

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Primera estación: Las tablas montevideanas

Lo primero de Troncoso en la actuación tiene que ver con el teatro. Cuando apenas pasaba la veintena decidió inscribirse a un curso de interpretación en Teatro Uno bajo las órdenes de Alberto Restuccia, un maestro que impulsó sus primeras experimentaciones sobre las tablas.

Siendo todavía empleado en un estudio contable —oficio que mantuvo hasta bien entrada su carrera en la interpretación—, Troncoso empezó a actuar en obras de Mariana Percovich, que sorprendía a la escena independiente con sus puestas fuera de los espacios de representación convencionales, para luego desembocar en un proyecto que lo catapultaría dentro del under: el dúo Suárez-Troncoso, que integró junto a su amigo y colega Roberto Suárez y que lo ocupó desde 1992 a 1997.

César Troncoso en el rol del padre del comunismo. En la actualidad lo interpreta solo con bigote.
César Troncoso en el rol del padre del comunismo. En la actualidad lo interpreta solo con bigote.
César Troncoso en el rol del padre del comunismo. En la actualidad lo interpreta solo con bigote.

Así recuerda esa etapa el periodista Diego Faraone en su libro César Troncoso. Un oficio de alto riesgo: “Las tribulaciones entre copas, las ideas delirantes y los guiones garabateados se convirtieron en algo tangible, y el dúo Suárez-Troncoso arremetió en la noche montevideana como una topadora, hasta convertirse prácticamente en una leyenda de la escena under. Una bizarreada sin igual, un espectáculo humorístico demencial que difícilmente dejaba a algún espectador indiferente.”

Quienes lo vieron, todavía lo recuerdan con frescura. Después de Suárez-Troncoso, no hubo nada igual.

Segunda estación: Una cara uruguaya

En los años posteriores, Troncoso siguió acumulando experiencia en el teatro, hasta que le llegó una oportunidad diferente: se probó en la pantalla. Fue parte primero de un cortometraje de Daniel Hendler y Arauco Hernández titulado Perro perdido, y luego sí: la gran oportunidad. Guillermo Casanova lo casteó para su adaptación de la obra de Juan José Morosoli, El viaje hacia el mar, y lo unió a un grupo de pueblerinos —junto a Julio César Castro, Diego Delgrossi, Héctor Guido y Hugo Arana— que terminaría inmortalizado en una de las ficciones más entrañables de esa primera etapa del nuevo cine uruguayo. Pasó luego por Matar a todos, de Esteban Schroeder, por XXY, de Lucía Puenzo, y entonces pasó a ser la hora de brillar: le tocó el turno a El baño del papa.

El baño del Papa
El baño del Papa
El baño del Papa

En ese primer protagónico se encontró con una la película que lo confirmó como uno de los rostros de ese incipiente cine nacional, además de ponerlo en el centro de un éxito que todavía hoy se elige como uno de los títulos icónicos del audiovisual uruguayo. Dirigida por César Charlone y Enrique Fernández, Troncoso puso todo su talento al servicio de un contrabandista de la frontera de Cerro Largo, que intenta aprovechar la llegada del papa Juan Pablo II a Melo para hacer algo de dinero extra y salvar a su familia. ¿Cómo? Instalando un baño público. Spoiler: no le va muy bien.

El baño del papa fue una inyección de exposición, de prestigio y de atención para Troncoso. Fue su trampolín y es probable que él, hoy, todavía lo tenga bien claro.

Tercera estación: La expansión

Las películas siguieron llegando sin pausa: Mal día para pescar (Álvaro Brechner, 2009), El cuarto de Leo (Enrique Buchichio, 2009), Norberto apenas tarde (Daniel Hendler, 2010), Zanahoria (Buchichio, 2014), entre otras. Pero sucedió que en medio de esas producciones, con el impulso que ganaba su figura dentro de fronteras uruguayas, Troncoso expandió su carrera a otras regiones.

Si bien las coproducciones con Argentina estuvieron casi siempre a la orden del día, fue Brasil el país en el que el actor uruguayo verdaderamente logró una proyección de peso. La segunda década de los 2000 lo tuvo en al menos siete películas del gigante del norte —destacan El vendedor de sueños o Benzinho—, pero además también fue en esos años cuando empezó a formar parte de las ficciones y las telenovelas de la Rede Globo, una de las cadenas más grandes de latinoamérica. De repente, millones de brasileños también se familiarizaban cada vez más con ese uruguayo que, de a poco, hablaba cada vez mejor el portugués.

Entre 2010 y 2020, no alcanzan las manos para sostener la cantidad de cosas que filmó Troncoso: en total, tiene veintidós largometrajes y cinco series en su historial. Una demencia.

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Cuarta estación: Amuleto nacional

En algún momento de los últimos años, César Troncoso se convirtió en patrimonio nacional. Su voz, su forma de actuar, su presencia en el imaginario colectivo se volvió indivisible de la identidad nacional. Si Darín es el actor argentino, Troncoso es el uruguayo. Y se acabó. Esto es tan así, que parece que las películas nacionales hacen el esfuerzo de tenerlo, aunque sea, en algún pequeño papel. No se sabe cómo hace, pero tiene tiempo para estar en casi todas.

Hubo de todo en su historial reciente: surrealismo (Ojos de madera), drama costumbrista (Otra historia del mundo), historia reciente (La noche de 12 años), sátira política (El candidato), comedia (La teoría de los vidrios rotos). También hubo más televisión. Fue parte de la serie uruguaya Todos detrás de Momo, y expandió su presencia en la era del streaming en series como El hipnotizador (Max), Impuros (Star+), Entre hombre (HBO), Iosi, el espía arrepentido (Amazon Prime Video) y Diciembre, 2001 (Star+), donde tal vez tuvo su personaje más internacional antes de El Eternauta: fue el presidente argentino Eduardo Duhalde.

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César Troncoso en Otra historia del mundo
César Troncoso en Otra historia del mundo

En esos años también casi se muere actuando. Y de la forma más uruguaya posible.

Mientras filmaba Otra historia del mundo (2017) de Guillermo Casanova, Troncoso se tropezó. Estaba atravesando una tapera en medio de un campo en Canelones para acortar el camino al lugar en donde cenaba junto al equipo de rodaje, llevaba mate y termo abajo del brazo y no vio la varilla de metal que se le cruzó entre las piernas. Cuando cayó al piso, el termo se le incrustó en el abdomen y le rompió el bazo en cuatro pedazos. Con la tez grisácea, sin entender demasiado, con un dolor insoportable y desangrándose por dentro, Troncoso fue llevado de urgencia a Montevideo, en donde lo operaron enseguida y le salvaron la vida. Por un pelo.

Quinta estación: Nadie se salva solo

Uno no se pone en la piel de Alfredo “Tano” Favalli, y se para al lado de Juan Salvo con el rifle pronto, si antes no tiene un recorrido como el anterior. El éxito actual de Troncoso en la serie de Netflix es el colofón para un actor incansable que tomó el oficio de la interpretación con seriedad y lo puso en el centro de su vida. El hombre se ha pasado la vida actuando y eso dio frutos.

“Es probable que al día de hoy la trayectoria de Troncoso no haya llegado ni siquiera a la mitad de su recorrido, y como el promedio de producciones anuales en las que participa es abultado seguramente las mejores anécdotas estén por venir”, dice Faraone en su libro sobre el uruguayo, y es probable que esté en lo cierto. ¿Hay más para Troncoso después de El Eternauta? Bueno, claro, para empezar está la segunda temporada de la serie. Pero, además, ¿alguien puede dudarlo o pensar lo contrario? Es imposible. Troncoso tiene cuerda para rato. En su biografía faltan páginas y se nota que tiene ganas de escribirlas.

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