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28 de septiembre 2024 - 5:00hs

Damián* estaba quemando todo en el barrio. Quemando de verdad. Quemando de agarrar del brazo a una mujer embarazada, arrastrarla y decirle “dame todo lo que ténes”.

Damián enfermó a toda su familia. A su madre le despertó un brote psiquiátrico. Y a su padrastro lo obligó a pedir custodia policial para ella.

Estaba en la mala y algo grave podía pasar hasta que su abuelo reaccionó. Llamó a Madela porque sabía que desde hacía pocos meses estaba trabajando con el programa Barrios sin violencia.

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Y Madela fue con su compañero Maximiliano a ver qué podían hacer.

La madre, pese a la custodia policial, se las ingenió para que pudieran entrar y hablar con su hijo.

Mirá cómo tenés a tu familia. Es salir del barrio o una bala en la cabeza. Porque un día vos te vas a enfrentar con tu padrastro y uno va a terminar muerto y el otro preso.

Esa noche Damián terminó en un hogar de Vida Nueva, una de las ONG que está detrás de la aplicación de este programa. Pero se escapó, delinquió y cayó preso. “Ahora va a estar quietito un rato”.

***

–¿Y cómo hacen para convencerlo para sacarlo del barrio?

– Tratamos de ir de frente. 'Bo, despertá máster. Mirá cómo estás. Te gusta mirarte así al espejo. No sos chorro vos, mirá cómo estás poligrillo'. Le hacés que, corte, te dice pah, tenés razón...

20240920 Programa Barrios sin violencia del Min. del Interior.
Ofelia Rodríguez (trabajadora social), Federico Ugarte (psicólogo) y Maximiliano Pereira (interruptor) en la oficina de Barrios sin violencia en el Hospital del Cerro

Ofelia Rodríguez (trabajadora social), Federico Ugarte (psicólogo) y Maximiliano Pereira (interruptor) en la oficina de Barrios sin violencia en el Hospital del Cerro

Algunos recapacitan. A otros “les gusta la joda y quieren seguir en esa”. Y en esos casos el margen de acción es nulo. Pero, a veces, una intervención puntual evita una muerte ese día. Madela habla con la seguridad que da la experiencia. No de tratar con estas situaciones sino de ser protagonista.

Estuvo 20 años “haciendo de todo”. Fue a Italia, España y no “precisamente a pasear”. Pero prefiere no entrar en detalles. Se drogó durante 20 años y era, según dice, una persona muy violenta. El cambio de vida llegó cuando ya no podía caer más bajo. Vivía en la calle hace más de tres años, había perdido a su familia y también las ganas de vivir. “No tenía ni cómo suicidarme”.

Pero hubo gente que tuvo compasión y la ayudó. Una ONG le tendió la mano y estuvo internada en el Vilardebó. “Tomaba 23 pastillas por día. Era un zombie”. Se cruzó con gente que la quiso ayudar y terminó siete años en un hogar de Beraca.

El expediente de Maxi dice que estuvo preso por hurto de finca especialmente agravado. Él asegura que fue por estar quemado por la droga. La aparición de Vida Nueva en su camino hace cinco años fue un click.

Maxi y Madela ahora son interruptores en Casabó y Cotravi. Dos de los barrios en los que el gobierno está aplicando Barrios sin violencia, un programa financiado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en el que aplican la metodología de la ONG Cure Violence. Se trata de una organización con origen en Chicago que entiende que la violencia funciona como una epidemia. El objetivo es cortar los contagios. Porque es como una bacteria que una vez instalada en el cerebro –observando actos violentos o experimentando traumas a partir de ella– lo que hace es producir más violencia.

Los equipos están compuestos por 8 interruptores, un psicólogo y una trabajadora social. Los interruptores recorren la zona asignada en duplas y son los que intervienen directamente en la comunidad.

Maxi y Madela integran el equipo que trabaja en la zona oeste de Montevideo. Con su oficina en el Hospital del Cerro, ese grupo abarca los barrios Casabó, La Paloma, La Teja, Tres Ombúes y Cerro Norte. Gustavo, en tanto, es interruptor del equipo que tiene su oficina en el Centro de Referencia de Políticas Sociales de Casavalle y trabaja también en Peñarol, Manga, Marconi, Las Acacias y Villa Española. Son de las zonas más violentas de la capital.

20240920 Programa Barrios sin violencia del Min. del Interior.
Madela Seoane (interruptora) en la oficina de Barrios sin violencia en el Hospital del Cerro

Madela Seoane (interruptora) en la oficina de Barrios sin violencia en el Hospital del Cerro

Una vez cada siete días los equipos se reúnen en sus respectivas oficinas y planifican el trabajo y las recorridas de la semana siguiente. Luego las duplas tienen reuniones con la psicóloga y la trabajadora social. Primero tuvieron que darse a conocer en el barrio, conversar con la comunidad, recorrer. En la mayoría de los casos, los interruptores circulan por calles conocidas, porque nacieron y crecieron en esas mismas esquinas. Casi todos, además, tienen anotaciones en sus legajos policiales: cometieron delitos, estuvieron presos. Saben lo que es estar de ese lado.

El programa trabaja con tres líneas de intervención: interrupciones de actos violentos en el momento, acompañamiento a personas de alto riesgo (involucradas en dinámicas de violencia) y actividades de sensibilización comunitaria. El objetivo último es reducir la cantidad de homicidios y disminuir la violencia.

La mitad de los casos en los que intervino el equipo que trabaja desde Casavalle fueron considerados de alto riesgo lo que implica amenazas de muerte, conflicto con grupos delictivos o uso de armas de fuego. Pero algunas intervenciones marcan.

– ¿Recuerdan la primera intervención en un hecho de alto riesgo?

Las risas tímidas y las miradas cómplices entre Gustavo, Rosina (psicóloga) y Lucía (trabajadora social) transparentan la tensión y la ansiedad superadas.

“Fue precioso”, resume Gustavo.

Precioso no es una palabra que parezca encajar en un contexto de violencia, consumo de drogas y marginalidad. Pero esas victorias, que pueden llegar a evitar muertes, son preciosas.

Un adicto había empeñado un celular en una boca y estaba sentenciado a muerte porque no podía pagar. El celular que había dejado ni siquiera funcionaba. Y allá fueron Gustavo y su compañero a la boca, luego de enterarse del caso a través de comentarios de vecinos del barrio. Y en el camino, las dudas, los cuestionamientos, el miedo...

Mientras caminaban hacia la boca ambos estaban esperando que el otro dijera que no había que ir. “Pero ninguno lo dijo. Y llegamos”.

En la puerta los recibieron varios adictos. “Los ves como zombies, encapuchados con 40 grados de calor”. Y primero aparece uno, y luego sale otro y así. Hasta que dieron con la persona con la que tenían que hablar.

–¿A qué vienen?

–Mirá, no pasa por el celular, no pasa por eso, pasa que es su mamá y son sus hermanitos y que ustedes quieren matarlo al gurí, y es que sí o sí va a pasar eso. Pero, ¿qué pasa si se va del barrio?

Gustavo relata la situación con la sensación del deber más que cumplido. “Es como cuando vos vas por dos y te traés cinco. Nos miraron, nos dijeron 'bueno tomá, el celular también dáselo y que se vaya del barrio'”.

Se fueron “como dos gurises chicos” porque esa noche “una mamá iba a poder dormir tranquila” porque su hijo no se quedaba en el barrio, pero seguía vivo. Al gurí lo sacaron de la zona, lo llevaron a la casa de un familiar y dejaron los contactos por cualquier circunstancia. La intervención está focalizada en la violencia, si lo derivan a un familiar siguen en contacto pero si pasa a una institución para ellos es un caso cerrado.

20240920 Programa Barrios sin violencia del Min. del Interior.
Oficina de Barrios sin violencia en el Hospital del Cerro

Oficina de Barrios sin violencia en el Hospital del Cerro

“Fue algo que nos motivó un montón. El decir, 'loco, esto es la interrupción'. Porque lo teníamos en la teoría, y todo bárbaro, pero estar ahí y saber que esto es interrumpir”. Para el equipo fue un punto de inflexión en la confianza, fue la posibilidad de echar por tierra todas las ansiedades y fue el darse cuenta de que era una victoria de equipo. Fue precioso.

Gustavo viene de una familia sin necesidades. Terminó el liceo, estudió hasta tercero de Sociología y se “torció” por malas decisiones. Su historial delictivo es amplio y empezó en la década del 80. En 1989 cayó preso y estuvo en el Penal de Libertad, “la escuelita del crimen”. Tres años más tarde se fugó a Argentina y siguió sumando antecedentes. Gustavo mató para robar y volvió a caer preso. “La verdad que a mí me encantaba lo que yo hacía”, le dijo a Santo y Seña y asegura que la cárcel “no rehabilita a nadie”.

A él, dice, lo cambió la fe. En 2002 fue extraditado a Uruguay para cumplir su pena por la fuga y en 2006 volvió a la cárcel pero esta vez como pastor evangélico. Al igual que el resto de los interruptores, conoce los códigos de la delincuencia. Y eso les da legitimidad y llegada en lugares a donde nadie llega.

Gustavo, Maxi y Madela están convencidos de que su trabajo está teniendo resultados. Barrios sin violencia está desplegado de forma total desde junio y todavía no hay números que permitan saber si efectivamente está funcionando. Las estadísticas no registran lo que se evita pero el programa incluye una evaluación independiente que estará pronta en diciembre. Ahí se evaluarán procesos, objetivos y resultados y cuando se cumpla un año se hará una evaluación del proyecto.

Vida Nueva y Eco Familia, las ONG que están detrás de cada uno de los equipos, firmaron contrato por un año pero el programa tiene financiamiento ya estipulado para aplicarlo durante un lustro.

El programa se aplica en distintas zonas de América Latina y logró reducciones significativas de los homicidios en más de una ciudad.

–No importa el nombre, no importa quién es, no importa si lo merecía o no lo merecía, lo que importa es que hubo una muerte menos, ¿me entendés? Entonces, es alguien que iba a morir y no murió. Eso nos da una fuerza bárbara

*Damián es un nombre inventado para preservar la identidad del involucrado.

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