Era previsible y esperable. La economía uruguaya sufrió un duro revés por la pandemia el año pasado. El más agudo desde la debacle del 2002 y puso (estadísticamente) fin al período de mayor bonanza (2003-2019) desde que hay registros confiables para los números del país, aunque ya el último trienio de ese ciclo fue de estancamiento, con la destrucción de unos 60 mil empleos desde el pico de ocupación en 2014. El dato del PIB de 2020 y sobre todo un último trimestre algo más flojo respecto a la recuperación vigorosa que había mostrado julio-setiembre, ratificaron algunos supuestos que distintos analistas y organismos, e incluso el propio gobierno, ha manejado: la salida de esta crisis será más gradual y ahora está teñida de un manto de incertidumbre por el último rebrote de casos, que obligó a apretar las perillas de distintos sectores de actividad, algunos ya duramente cascoteados por una pesadilla que parece no tener fin.
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