Wilfredo Ruiz recordó su gran trayectoria en el básquetbol

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"Me suspendieron 99 años en la selección y me declararon apátrida, porque pensaron que yo pedía plata para jugar"

Wilfredo "Fefo" Ruiz rompió todos los récords de goleo en el básquetbol de Uruguay y Argentina; cuenta cuando en los Juegos Olímpicos marcó a Jordan, que Carl Lewis le pidió para cambiar el sombrero en la inauguración y su admiración por Tato López
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13 de marzo de 2021 a las 05:00

El goleador más grande que dio el básquetbol uruguayo y también argentino, Wilfredo “Fefo” Ruiz, hoy tiene 60 años y se dedica tiempo completo a una productora de eventos.

Tiene un parque temático de juegos inflables que recorre todo el país, incluye hasta una montaña rusa, pero con una salvedad: no cobra entrada a los niños. Solo ingresan con un alimento no perecedero, ropa usada o juguetes para repartir.

“Visitamos todas las escuelas del país, hablo con los niños y me encargo de las fiestas. Conseguimos 3 mil kilos de alimentos. Luego viene ‘La caravana solidaria’ y con 20 niños, los llevamos a recorrer los centros CAIF o la casa cuna, donde dejamos esos alimentos. Queremos que sean testigos de eso. El programa se llama ‘Educamos jugando’, con niños de todas las clases sociales. Queremos que entiendan el significado de la palabra solidaridad, que no siempre se trata de recibir, sino también de dar. Agradezco a todas las empresas que nos apoyan, porque si no, esto sería inviable”, explica Fefo a Referí.

¿Qué es el éxito?
Algo efímero, algo muy corto y algo que tenés que estar muy bien preparado mentalmente para saber cuándo llegó el final. 
El éxito no se consigue así nomás. Hay que trabajar mucho para eso, dejar muchísimas cosas para lograr el cometido y logros. Hay que perseguirlos. Y sobre todas las cosas, para tener éxito, siempre tenés que creer en tus sueños y cuando más grandes los sueños, mejor.

¿Cómo define la pasión?
La pasión es algo que se transmite a través de cosas que te pueden ir marcando a través de tu vida: pasión por el amor a tus hijos, por ser hincha de algún club, por el trabajo que hacés, diferentes tipos de pasiones. A todo hay que ponerle pasión para que las cosas te salgan bien, es un sentimiento fantástico que te puede permitir lograr cosas impensadas.

¿Y se puede negociar?
La pasión no se negocia.
Se negocia todo, menos la pasión. La pasión se va a ir con uno y uno tiene bien marcado cuáles son sus pasiones. Yo las tengo bien claras.

¿Cuánto tiempo le quitó a su vida por ser top en el básquetbol?
Le quité muchísimo, pero no estoy arrepentido. Yo era obsesivo, quería lograr cosas que parecían impensadas, me ponía metas que a veces parecen locuras, pero las conseguí trabajando. A mí nadie me regaló nada, y sí perdí un montón de cosas. A mi hijo mayor no lo vi crecer como hubiera querido, no lo acompañé en su niñez como hubiera querido, pero son opciones de vida y son formas de trabajo. Yo jugaba al básquetbol, no me preocupaba si me depositaban el dinero ganado o no. Yo jugaba y trabajaba para tratar de ser el mejor en lo mío.

Wilfredo Ruiz aún se siente dolido por no haber podido jugar el Preolímpico de 1988

¿Y su hijo mayor entendió eso con el paso del tiempo?
Yo creo que lo entendió. Es muy difícil –digo porque tengo otros hijos a los cuales pude acompañar más porque ya no jugaba– entender como hijo, cómo papá está tanto tiempo ausente, aunque no esté por ahí, sino entrenando e intentando consolidarse para tener un presente digno y que te pueda llevar a un futuro tranquilo.

¿Cuál fue el mejor jugador uruguayo de básquetbol?
No vi a Óscar Moglia padre, pero sin lugar a dudas, no solo de Uruguay, sino de América, el Tato López fue algo sensacional. Fue un jugador completísimo, podía jugar en los cinco puestos de la cancha, tenía actitud y mente tan adelantadas, que podía hacer cosas impensadas.

“Todo el mundo me dice, ‘el Fefo Ruiz’. Quiero tratar de que el Fefo Ruiz, ya fue”

¿Siguen siendo amigos?
Sí, nunca fuimos enemigos. La gente pensaba que teníamos rivalidad, pero nunca tuvimos más que una discusión cuando jugamos juntos porque él tiraba alguna pelota de más. El otro día cuando lo llamé para el cumpleaños, me hizo acordar que con 14 años empezamos juntos el proceso de selecciones y lo terminamos viejos los dos. Fuimos compañeros de la vida durante muchísimo tiempo y nos cuidamos uno al otro, que eso era fundamental. Yo no sabía hacer otra cosa que tirar, y él era muy exigente porque era un sobrenatural de este deporte. Era un tipo que estaba adelantado a la jugada, a todo y no entendía mis apresuramientos. Tenemos una gran relación.

¿Era líder también?
Sin lugar a dudas. Era un gran líder.

¿Cómo ve al básquetbol uruguayo?
Muy mal. Las cosas se repiten año a año y nadie seda cuenta que tenemos un básquetbol de generaciones muy viejas y nuestros jóvenes, que en algún momento tienen que despegar, tienen que emigrar para poder jugar al básquetbol de buen nivel. Los técnicos de Uruguay no los ponen, porque tienen miedo y cuidan su lugar en la cancha, sabiendo que si ponen a un joven, no tienen las posibilidades que tenían de ganar, y es al revés, el joven siempre te va a dar más que el viejo. Porque el viejo es viejo, se cansa, está aburguesado y el joven quiere llegar. Y el joven, como todos, tiene metas y hay que ayudarlo a cumplirlas y para eso, el técnico los tiene que poner. Fijate que las estrellas de la Liga Uruguaya, son mayores de 40 años. Con eso te digo todo. ¿A dónde va el básquetbol? A claudicar. Y volvemos a lo de la pasión. Simplemente porque hay gente que tiene pasión y pone dinero, esto sigue adelante. Pero, ¿dónde están las generaciones  jóvenes? ¿Sabés dónde están? Todas enfrente. Están jugando en Argentina. ¡Acá no los pusieron! Acá en su tierra, no tuvieron posibilidades, o muy pocas.

El fenómeno Carl Lewis, justo en los Juegos de Los Ángeles 1984, cuando despegó su tremenda carrera, le pidió al Fefo cambiarse los sombreros en el desfile inaugural, cosa que hicieron

¿Por qué cree que se amplió la brecha entre el básquetbol argentino con el uruguayo?
Primero, porque son muchos más. Segundo, porque aparte de la Liga Nacional, hay una Liga de Desarrollo que les da posibilidades a todos estos pibes uruguayos que se van para allá. Aunque muchos ya juegan en la Liga A, otros juegan en la de Desarrollo que está muy potenciada. Cuando en 1984 León Najnudel creó la Liga Nacional, sin darse cuenta, estaba despertando un monstruo impresionante, porque al ser tanta cantidad de gente, seguramente los jugadores iban a surgir como surgieron y como ganaron todo. Argentina está generando una nueva generación dorada que lo va a llevar otra vez a ser campeón mundial y olímpico. Campeón del mundo no fue porque lo robaron con un foul en la hora ante Yugoslavia. Fue el robo del siglo.

“Aguada es lo más grande que hay, es un sentimiento impresionante”

Si bien no lo vio, su vida fue Welcome. ¿Qué significa Óscar Moglia?
Tuvo mucho que ver en mi carrera porque me ascendió con 15 años a Primera. Yo era un jugador que mi mayor virtud era penetrar y él me dijo “mirá Fefo, chico como sos, no vas a poder jugar a nivel internacional penetrando, vas a tener que empezar a tirar”. Y me dio un montón de piques que utilicé en mi carrera. Los veteranos hablan maravillas de Moglia y para nosotros, los welcomenses, haberlo tenido es muy importante también.

Más allá del Moglia jugador o técnico, ¿qué recuerda de él como persona?
Era un gran orientador, un gran formador de grupos, trabajaba para eso. Tenía mucho vestuario. Normalmente el que jugó tiene mucho vestuario. Hay una cosa que es fundamental y hoy no se ve: para formar al grupo y que llegue a cosas impensadas, está el vestuario. Antiguamente allí se cocinaban muchísimas cosas y se empezaban a formar los grupos. Hoy prácticamente los vestuarios no existen. El que va a entrenar a un club, normalmente se va enseguida, no hay un tema de conversación. Moglia en eso tenía mucho que ver. Pirulo Etchamendi, Berardi, Bolaña, el Huevo Sánchez en Argentina…

¿Cómo fue la anécdota que le sucedió cuando fue becado a Estados Unidos a principios de 1981?
Fui buscando algo que no conseguí, que era tratar de aprender mucho más de lo que sabía. El equipo era mediocre, no cubría las expectativas que yo tenía, que era prepararme para luchar un lugar en la selección uruguaya para el Sudamericano de 1981. Ahí había una persona que siempre estaba y yo no le prestaba atención. Yo pasaba horas tirando. Un día se acercó y me dijo que era increíble cómo yo embocaba, y que tenía una cosa para darme, que me iba a ayudar mucho en mi carrera porque nunca me iban a dejar tirar solo. Y me trajo una vincha con una mano de acrílico que me tapaba la cara para que entrenara. Y mirá cómo son las cosas, de un lugar que no había conseguido lo que había ido a buscar, encontré a esta persona, logré tener esa referencia que me hizo diferente a los demás. ¿Por qué? Porque cuando un goleador, buscaba sacarse al hombre de arriba para tirar, yo lo que hacía era al revés: buscaba al hombre para tener mi referencia. Eso me diferenciaba de los otros. Y si yo no estaba marcado, erraba más que si me marcaban. Y eso me lo produjo esta persona. Menos mal que nadie se dio cuenta que me tenían que dejar tirar sin marca, sino, no hubiera logrado todo lo que logré. Parte de lo que soy se lo debo a él, George, y a varios más.

Fefo Ruiz muestra cómo era la máscara de acrílico que se ponía delante de su cara con una vincha; fue un estadounidense que lo iba a ver cuando él estaba becado en los llamados "High School", y que le recomendó eso para toda su vida

¿Cómo fue eso de que jugaba con vaselina en el cuerpo?
Se permitía mucho más que ahora –porque no había televisión– el tema de que te agarraban y yo me ponía vaselina en los brazos para que cuando me agarraran, pudiera zafar. Alguien me lo aconsejó porque era muy friccionado salir de las cortinas, se jugaba con cierta rispidez, era mucho más duro que ahora. Lo probé y me empezó a dar resultado.

“Uruguay se dio el lujo de no tenernos ni al Tato ni a mí en el Preolímpico 88 y eso me sigue doliendo mucho”

¿Cómo llegó a estar en la selección para el Sudamericano de 1981?
Casi no quedo en el plantel. En los partidos de práctica no jugaba, me había roto el alma para estar, quería jugar, estaba en un momento muy bueno de mi carrera, pero había veteranos con nombre que pesaban y en un partido de despedida que hicimos contra Boca Juniors, demostré en poquito tiempo todo lo que podía dar. Entré con un score adverso, hice un montón de puntos, y eso me dio el pase no solo para quedar en la selección, sino para ser titular, porque a partir de ese momento, se me reconsideró. Si me faltaba algo, era eso para darme la confianza necesaria. El goleador, lo que más necesita, es la confianza de todos sus compañeros, los de afuera y los de adentro. Porque sabe que puede errar, pero a la larga, cuando entra una, las pelotas van a ir entrando.

¿Cómo era Pirulo Etchamendi?
Un tipo fantástico, que conocía todo, muy buen vestuario, lo manejaba de manera maravillosa. Quizás no era muy buen entrenador de práctica, pero era muy buen director técnico de partido. Algunos entrenadores practican de una manera y cuando van a la cancha, siguen siendo de la misma forma. Pirulo tenía la virtud que cuando iba a la cancha, era el mejor de todos. Leía el partido de una manera fantástica y era un muy buen director técnico de partidos. Porque son dos cosas diferentes, entrenador y director técnico. Pirulo tenía esa virtud: era más o menos entrenador, pero muy buen director técnico. Y eso era muy importante.

Más allá de que fue el goleador del torneo y de que Uruguay fue brillante, ¿cuánto ayudó en el partido decisivo ante Argentina el piñazo que usted recibió de Raffaelli que terminó expulsado cuando era el mejor rival?
Raffaelli me noqueó. Era un tipo que había jugado en Italia cuando no jugaba nadie, –porque hoy el pasaporte se consigue a la vuelta de la esquina–, y yo simplemente era el que peor marcaba porque mi función era otra. Para marcar no se necesita mucho, solo voluntad y buenas piernas. Yo buenas piernas tenía y puse voluntad. Después aparecen esas chicanas que uno puede utilizar en los partidos y él se enojó muy temprano porque lo echaron a los 3 minutos y algo, pero yo me llevé un flor de sopapo, incluso me tuvieron que cortar para que me saliera la sangre porque en el primer tiempo tenía todo el ojo hinchado. Pero lo más importante de todo es que pudimos concretar nuestro primer gran sueño cumplido con la selección, que era ser campeones sudamericanos. Porque a partir de allí, empezó a surgir este grupo que logró cosas impensadas para Uruguay, como ser muy poderosos a nivel mundial, y que nos respetaran en todos lados y para nosotros, eso era muy importante. Además, nunca vi tan lleno el Cilindro, había otras connotaciones, porque poco antes el mismo Cilindro había tenido presos políticos. Fue un partido especial.

El quinteto de Uruguay campeón sudamericano en 1981: Eduardo Larrosa, Carlos Peinado, Wilfredo Ruiz, Tato López y Hebert Núñez

Era un momento especial del país en plena dictadura. ¿Reconoce que le dieron una alegría a la gente?
El uruguayo de por sí, siempre tiene algo por qué festejar. Sin entrar en política, Uruguay la estaba pasando bastante mal y una alegría de estas llevaba, como también llevó el Mundialito, a que el pueblo tuviera una satisfacción y alguna felicidad.

“Hicimos muy poderoso a Uruguay a nivel mundial y que lo respetaran en todos lados”

Después, en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 fueron sextos en un tremendo torneo. El Tato fue goleador, pero llegaron con carencias.
Es que normalmente los equipos uruguayos tienen muchas dificultades para todo. Para entrenar o para tener rivales de jerarquía en la preparación. Nosotros teníamos un gran grupo, cada uno sabía lo que tenía que hacer, y por sobre todas las cosas, teníamos un sueño muy grande por cumplir que era hacer el mejor papel y nos fuimos poniendo las metas día a día, que era subir un escalón de a uno para poder lograr el objetivo. En las condiciones que estábamos, comparados con los demás, y con la diferencia demográfica que tenemos, cualquier cosa que lográramos de un décimo puesto para arriba era ser campeón del mundo. Porque es sumamente difícil. El primer partido era contra Francia, campeón de Europa y totalmente definitorio para nosotros, ya que para pasar a jugar por las medallas teníamos que ganar dos. Apostamos todo a ganador en el debut, ganamos y eso nos abrió la puerta para creer en nosotros, que teníamos la calidad para pegar el salto. Perdimos un quinto puesto en alargue con Italia que era potencia en el mundo. Carencias de todo tipo, pero un corazón enorme.

¿Qué carencias?
De todo. Se destiñó la camiseta antes de jugar el primer partido contra Francia. Jugábamos de blanco y en el entrenamiento se destiñó el número amarillo a algunas, quedó una mancha.

¿Y los jueces cómo hacían para marcar las faltas?
Nos preguntaban cómo nos llamábamos. Eso trajo un montón de cosas impensadas, porque en plenos Juegos, las marcas se empezaron a pelear para vestirnos. Porque aparte habíamos llevado un juego blanco y uno celeste, se lavaba y a jugar de nuevo. Todos querían vestir a Uruguay y nosotros no entendíamos por qué. Y pasaron cosas surrealistas para nosotros, que era ofrecernos plata para jugar con una ropa. Arreglamos con una marca portorriqueña que era espectacular, nos trajimos valijas de ropa, nos dieron dinero por vestir su marca. Increíble. Siempre de lo malo, sacás algo bueno.

Fefo Ruiz contó cuando tuvo que marcar a Michael Jordan en Los Ángeles 1984: "Era otra época, no había scouting y no conocíamos a nadie. Yo dije, déjenme marcar a ese que debe ser el peor de ellos'. Fui un atrevido bárbaro. ¡Qué jugador!"

¿Cómo fue enfrentar a Estados Unidos con Michael Jordan?
Hablamos de muchos años atrás. No había scouting, no había nada. En la entrada en calor, nos repartimos las marcas. “Yo marco a ese muchacho que debe ser el peor de ellos”, le dije al grupo. Un atrevido bárbaro. Tenían un equipo muy poderoso. Él estaba con un bucito blanco y lo vi y les dije, “es un tal Jordan (y recordando aquel momento, lo pronuncia con la jota en castellano)”. Lo marqué al arranque y siguió el Tato, porque ya era una cosa descomunal. Pegaba unos brincos, unos saltos. Levitaba en el aire. Era una cosa fantástica. Le dijeron al Gato Perdomo que mide 1,80 m, que se parara para que le hiciera foul de ataque, y él le pasaba limpito por arriba. Se veía que iba a ser un fuera de serie y en la NBA hay un antes y un después de Michael Jordan.

“Nadie se da cuenta que tenemos un básquetbol de generaciones muy viejas”

También enfrentó a Magic Johnson, ¿verdad?
Mucho antes. Siendo muy chico, fuimos a jugar un torneo a Brasil con la selección, yo jugaba poco y él jugaba con una universidad. Otro fenómeno. Mirá que nosotros antes de lograr todo lo que logramos, nos comíamos buenas bolsas, ¿eh? En 1980 en el Preolímpico de Puerto Rico nos ganaban por 30, por 40 y un año y medio después a ese equipo, le ganábamos bien. Fue ese proceso que yo reclamo hoy de esos cambios generacionales que se tienen que hacer.

¿Cómo fue su anécdota del cambio de sombrero con Carl Lewis?
Eso fue increíble. Desfilamos de chambergo. Estábamos ahí y había un muchacho que estaba desesperado por cambiarme el sombrero, y no se puede. ¿Sabés lo que es un desfile olímpico? Es lo más grande que puede aspirar un deportista. Y llegar a hacer el desfile final de los Juegos, es aún más grande. ¿Sabés por qué? Porque cuando quedás eliminado, automáticamente te llega el telegrama para abandonar la habitación. Entonces haber llegado al desfile final, quiere decir que estuviste hasta lo último compartiendo los Juegos. Ni te cuento: si el desfile inaugural es bueno, el del final, es la satisfacción de haber logrado estar en un lugar que no es para todos.

Wilfredo Ruiz y toda la delegación uruguaya vestida de beige con el chambergo que el Fefo después le cambió a Carl Lewis

¿Y cómo se dio?
Nosotros por la letra del país, desfilábamos antes que ellos (por USA) y él quería cambiármelo. Era un chambergo, todos vestidos de beige, tipo parodistas. ¡Éramos unos parodistas!”. Le dije: “Cuando terminemos, lo cambiamos”. Yo pensé que se iba a olvidar. Pero vino y me dio su gorro rojo con visera y yo le di el mío. Cuando mirábamos la carrera de los 100 metros por la tele, le dije a Carlitos Peinado, “pará, pará, este muchacho es el que me cambió el sombrero”. Fui a mi habitación, lo agarré y atrás tenía sus iniciales “CL, el hijo del viento”. Esas cosas te pueden pasar solo en los Juegos. Porque están los mejores deportistas del mundo.

¿Y lo conserva guardado?
No. Increíblemente se lo regalé a un amigo de apellido Benincasa en Estados Unidos. Lo que valdría ese sombrero hoy… Mamita.

Carlos Peinado fue el abanderado de Uruguay en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1984 y compañero de Wilfredo Ruiz en aquel equipo inolvidable de Uruguay que logró el sexto lugar

Una vez Tato López le dijo a Referí que nunca entendió por qué a usted lo sacaron de la selección desde 1985.
Yo te lo puedo decir bien claro. En 1985 me fui a jugar a Bahía Blanca y me casé, y empecé a tener más responsabilidades. Me citaron para el Mundial de 1986, pedí permiso al club para entrenar dos meses con la selección, los dirigentes me preguntaron quién se hacía cargo de mi sueldo. Lo comuniqué a la Federación y ahí hubo un malentendido con Federico Slinger (presidente de entonces), él entendió que yo pedía plata para jugar por Uruguay. Me suspendieron por 99 años para jugar en la selección y me declararon apátrida, porque pensaron que yo pedía plata para jugar, y no fue así. ¡99 años! Lo expliqué y cualquiera lo entendía, porque si venía a jugar, mi club no me pagaba el sueldo y yo no tenía cómo pagar mis gastos. A partir de ahí, me sacaron de la selección y ese fue el punto de inflexión en el que la selección se empezó a quebrar. Aquel grupo fantástico que se hubiera logrado posicionar de tal manera a nivel del mundo, empezó a perder fuerza. Tenía la expectativa de jugar el Preolímpico de Montevideo para los Juegos de Seúl y no nos trajeron ni a Tato ni a mí. Tato rompiéndola en Italia y yo siendo cuatro años seguidos goleador en Argentina…

“La pasión no se negocia. Se negocia todo, menos la pasión”

¿Eso le sigue doliendo, no?
Me duele mucho. ¿Sabés por qué? Porque creo que hubiéramos aportado un montón de cosas y Uruguay hubiera hecho uno muy buenos Juegos Olímpicos. Tato y yo estábamos en la plenitud de nuestra carrera.
El Preolímpico de Uruguay lo habríamos ganado de galope, y no pudieron clasificar… Uruguay se dio el lujo de no tenernos.

¿Guardó rencor por alguien?
Por nadie. El rencor no es bueno para nadie, ni para el que lo tiene, ni para el otro. Duele, pero hay que levantarse y seguir. La vida es así.

Hasta el día de hoy mantiene una gran amistad con Horacio "Tato" López

En 1981 pasó a Aguada y jugó con un cuadrazo con usted, Granger, Bacon, Viola, Garretano, y Bohemios le dio la vuelta en su cancha, y les apagaron las luces…
No me acuerdo de esa noche. Pero me acuerdo de una noche de Aguada en Colón, que ganamos con un doble mío de atrás de la mitad de la cancha, que me llevaron en andas desde San Martín y Fomento a San Martín y Marmarajá. Aguada es lo más grande que hay. Es una cosa fantástica. Para mí, es un sentimiento impresionante. A todos lados a los que vas, hay un hincha de Aguada y ese club me ayudó a dar el gran salto, porque venía de jugar en Tercera y en Segunda. Jugué tres años maravillosos.

¿Y cómo era jugar en canchas abiertas?
El folclore uruguayo. El olor a chorizo, el bitumen, las pelotas que no eran iguales, porque a veces te las cambiaban para que los pesos fueran distintos. El humo de los chorizos entrando a la cancha, era fantástico. Pero así nos criamos, así jugamos y así triunfamos, con todo eso.

¿Cómo fue aquella semana increíble que tuvo en noviembre de 1983?
El lunes enfrentábamos con Neptuno a Bohemios que tenía media selección, un equipazo, en el Palacio Peñarol. Ellos venían primeros y nosotros segundos. Esa noche, con 70 puntos, le batí el récord de 68 a Moglia. Pero no perseguí ningún récord ni sabía cuántos había hecho. El miércoles, pasó algo parecido. Hice 72 contra Hebraica y pensé que no había llegado a esa cifra. Y el sábado, faltando pocos minutos contra Colón, un amigo me dijo: “Mirá que llevás 76…”, y faltaban 2 minutos. Ahí el equipo jugó de otra manera y me tiraban la pelota para que yo pudiera anotar el máximo posible. Llegué a 84 tantos y ese récord no lo va a batir nadie, porque no había triples, además, hoy los jugadores juegan muchísimo menos tiempo. Fue una semana fantástica. Pero quiero puntualizar bien una cosa: para mí tiene muchísimo más valor el promedio de 51 puntos en 33 juegos, que los 84 puntos de una noche. Eso marca una regularidad. Tenía 23 años y 51 puntos de promedio.

Los tremendos números de la noche en que Fefo Ruiz estampó el récord de 84 puntos en Neptuno enfrentando a Colón

¿Cómo lo vivió su familia?
Mi padre no me iba a ver nunca, solo me iba a ver cuando jugaba con Welcome, no entendía que jugara con otra camiseta, por más que él participó de mis pases a los distintos clubes. Y justo esa noche me acompañó y cuando llegué le dije al Gato Perdomo que había ido con él. Y me quiero detener en Perdomo. Todos estos logros que tuve, tienen un compañero de fierro que es Horacio Perdomo, porque, ¿cuántas asistencias me dio esa semana? Por eso siempre lo sumo a mis laureles. Fue muy importante en mi carrera deportiva. Le dije: “Hoy vino mi padre. O hago 0 punto, o hago 100”. Los primeros 3 minutos no había embocado nada. Y después se abrió el aro. Cuando nos íbamos, llovía torrencialmente. Se nos había quedado el auto, lo estábamos empujando y me dijo: “Hoy fuiste un desastre”, y había hecho ¡84 puntos! Mi papá tenía esas cosas. Un día fue a Bahía Blanca, fuimos campeones ganando de visitantes, había hecho 55 puntos, la gente durante 3 minutos gritándome “uruguayo”, no me dejaban salir de la cancha, me levantaron en andas y me llamó para que me bajara. “Te están llevando en andas. Me dijiste que la gente en Bahía sabía de básquetbol. No saben nada. Fuiste un desastre. Te acordás cuando la llevabas por la punta, te pegó en el pie y se fue afuera”. Le dije: “¡Papá, salimos campeones, acabo de hacer 55 puntos!”. Después, cuando estaba convaleciente (falleció poco tiempo después) me dijo: “Mirá que yo hacía todo aquello para bajarte del pedestal. Pero nunca vi una cosa igual”. Fue un reconocimiento muy tardío, mucho tiempo después, pero por lo menos me queda aquello de que el viejo también lo disfrutó.

¿Qué sintió cuando él se lo dijo?
Me emocioné mucho. Tuve que salir de la sala porque él estaba internado. Sentí que mi viejo me daba un reconocimiento, porque él vivió mis logros más importantes. Me quedó claro que no lo defraudé.

Su récord de 84 puntos en un partido y cuando aún no existían los triples, se mantiene enhiesto desde noviembre de 1983 cuando lo consiguió; en tres partidos entre lunes y sábado de esa semana, Fefo Ruiz convirtió 226 tantos

Hablando de Bahía Blanca, usted pasó de Estudiantes al archirrival, Olimpo. ¿Cómo lo recibieron?
Me recibieron fantástico y el hecho de haber jugado el primer clásico con la otra camiseta y que todo el estadio te reconozca, es tremendo. No me fui porque quise, lo hice por un tema económico, pero con el paso de los años, me di cuenta de que no debería haber dado ese paso. No se puede estar bien con Dios y con el diablo.

“Tenés que estar muy bien preparado mentalmente para saber cuándo llegó el final”

¿Ahí conoció a Manu Ginóbili?
Manu era un gurisito, alcanzaba la pelota y tenía una particularidad: a él y a los hermanos les encantaba el básquetbol. Era un tipo que ya pintaba para crack, y mirá que no tuvo participación en selecciones juveniles argentinas. Estalló cuando fue grande. Y con 17 años el Huevo Sánchez, que había sido nuestro técnico, lo llevó al club Andino de La Rioja y un periodista dijo: “Le veo muy poca vida en la Liga Nacional”. Mamita. Si vería mal el básquetbol (se ríe).

Viendo en retrospectiva, ¿qué queda de aquel Fefo Ruiz?
Todo el mundo me dice "el Fefo Ruiz". Yo trato de que eso del Fefo Ruiz, ya fue.
Cuando encuentro gente de mi edad, es muy difícil porque siempre salen anécdotas, pero normalmente, detrás de ese basquetbolista, también había una persona, que sufría, vivía y convivía con un montón de problemas igual que todos. Lo que siempre quise contestar, lo hice y lo que no, lo guardé. Me quedo tranquilo que he cumplido.

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