Respondió 10 mails y cinco whatsapps. Se preparó para ingresar en la décima teleconferencia del día. Corrió a apagar el horno en el que se cocinaba la pascualina para el almuerzo. A un minuto de comenzar la videollamada un grito atravesó el apartamento: “¡Mamáááááááá, no me sale esta cuentaaaaa!”. Pensó que ingresaría dos minutos tarde a la reunión pero que debía ayudar a su hija, porque si la ansiedad es difícil de manejar para un adulto, lo es más para un niño. Con el horno prendido se dirigió a la mesa del living reconvertida en pupitre escolar, cuando oyó otro grito. Era su hijo pequeño, desde su cuarto. Él también tenía problemas y es que no le salía ese puzle que lo había mantenido entretenido durante los últimos 10 minutos.
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