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¿Sueños compartidos?

La fiebre mundialista vuelve a desatar en el país el ¿último estertor? del "nuevo uruguayo" con un consumo exacerbado, fiel representante de estos tiempos
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03 de junio de 2018 a las 05:00
En Uruguay y en el mundo, el fútbol siempre fue factor de impulso tecnológico. Recuerdo que mis abuelos compraron un televisor color para ver el Mundial de México 86: la corrida interminable del Hormiga Alzamendi, la peor humillación contra los daneses, la dolorosa derrota con Argentina. ¿Para qué sirvió aquella mítica caja cuadrada de madera terciada? Lágrimas y heridas abiertas, mi primer recuerdo mundialista.

La irrupción de internet tomó a la selección uruguaya en el oscuro valle de la década de 1990, apenas matizada por una solitaria Copa América. En el fondo de la peor crisis de la historia nacional la gente vio el Mundial de Corea/Japón 2002 como mejor pudo, sin promociones ni precios rebajados, sin demasiadas campañas de expectativa, cuando el futuro del país estaba en juego en los mismos días de los partidos.

El repunte de la crisis económica y el aumento en la capacidad de gasto hizo explotar la mecha futbolística en Sudáfrica 2010, cuando legiones de compatriotas llenaron vuelos comerciales y chárteres, y combinaron los partidos con safaris y visitas a parques en plena sabana africana. Las promociones inundaron el país de electrodomésticos, la gente feliz hizo colas kilométricas para ver los goles de Forlán y Suárez rodeada de aparatos y el cuarto puesto pareció abrir una nueva época en el perfil autóctono, reafirmado al año siguiente en la Copa América de Argentina y a través de una efectiva campaña publicitaria de una empresa de TV cable que captó el espíritu de la época: había nacido el “nuevo uruguayo”.

Un nuevo mundial implica un nuevo bombardeo publicitario en busca de una nueva vida para el nuevo uruguayo, como un Frankenstein al que hubiera que volver a enchufar, que insulta y crucifica (jabalíes mediante) por las redes sociales. Las promociones son cada vez más ridículas: si por casualidad Uruguay llega a la final, varias empresas le revolean al consumidor las cosas por la cabeza, desde galletitas a cero kilómetros, desde plasmas a paquetes de yerba.
El combo de la selección ganadora, sumado al consumo de tecnología de última generación, las nuevas modas de la revolución foodie, la preocupación por el aspecto, la vida sana, la educación soft, un sinnúmero de conceptos light y el presidente Mujica como el estandarte visible y resumen de todas las posibles síntesis ideológica había colocado (¿por fin?) a una camada de connacionales en un escalón claramente superior a aquel tradicional ser grisáceo y pesimista que lloraba tras las murallas leyendo a Onetti y escuchando a Zitarrosa: la recuperada liquidez del sistema bancario se había mezclado con la liquidez de Zygmunt Bauman. El filósofo Sandino Núñez se enojó con el nuevo uruguayo, lo insultó, lo llamo “basura”.

Pero, claro, nada dura para siempre y los años pasan en el almanaque. El maniquí futbolístico del nuevo uruguayo comenzó a resquebrajarse: sufrió en los Juegos Olímpicos, sufrió en el Mundial de Brasil (mordida mediante, primero furibundamente negada, luego aceptada casi en silencio), sufrió en un par de Copas Américas (dedos mediante), aunque a pesar de esto, la esfinge de Óscar Tabárez se mantiene en pie y se venera como un dios supremo al que se reverencia con fanatismo, en el país más laico de América. Auténtico representante del nuevo uruguayismo, el vicepresidente Sendic debió renunciar y fue procesado por excesos de consumo.

Un nuevo mundial implica un nuevo bombardeo publicitario en busca de una nueva vida para el nuevo uruguayo, como un Frankenstein al que hubiera que volver a enchufar, que insulta y crucifica (jabalíes mediante) por las redes sociales. Las promociones son cada vez más ridículas: si por casualidad Uruguay llega a la final, varias empresas le revolean al consumidor las cosas por la cabeza, desde galletitas a cero kilómetros, desde plasmas a paquetes de yerba.

Tras las cataratas publicitarias, que engrosan un sentimiento patriótico bastante berreta, presumo que regresarán, como soplaron antes, los vientos de fascismo sobre el césped. Cuidado con el que opine diferente, ojo con aquel que por casualidad pretenda disentir con los centros difusores de las versiones oficiales. El fútbol posee la magia intrínseca de emocionar hasta las lágrimas (he llorado de alegría y de tristeza en una cancha) pero al mismo tiempo puede extraer lo más rancio y jodido de una sociedad. Y el uruguayo parece apostar todo al rectángulo verde. ¿Deberíamos estar todos subidos en el mismo barco? Cada uno grita su gol.

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